Los océanos comprenden casi tres cuartas partes (el 71%) de la superficie de la Tierra, el único planeta conocido que posee agua líquida en su superficie. Por esta razón algunas personas, como el escritor de ciencia ficción Arthur C. Clark, han sugerido que lo correcto sería llamar a nuestro planeta Océano.
Sin embargo, lo cierto es que mientras los continentes han sido explorados prácticamente por completo, la mayor parte del océano sigue siendo un misterio. A día de hoy, la exploración del océano profundo –cuyas aguas constituyen el 90% del volumen del océano– se encuentra aun en su infancia, limitada por las tecnologías y los recursos disponibles para la investigación. Si a la cumbre del Everest llegan cada día 2.000 personas (según datos de National Geographic), al punto más profundo del océano, situado en las Fosas de las Marianas en torno a casi 11.000 metros de profundidad, solo han logrado descender 3 personas a lo largo de la Historia de la humanidad.
Las aguas de los océanos se mueven constantemente, como si estuviesen sobre una cinta transportadora gigante que se mueve por la superficie, se hunde a grandes profundidades y vuelve a subir en otro sitio diferente. Es gracias a la circulación del océano que el calor del Ecuador se reparte hasta los Polos, por eso tiene una influencia clave en el clima del planeta.
La expedición
El emblema del proyecto es la Expedición de Circunnavegación Malaspina, que arrancó el 15 de diciembre de 2010 con la salida del puerto de Cádiz del buque de investigación oceanográfica Hespérides. A bordo de este barco de la Armada Española y del buque Sarmiento de Gamboa, perteneciente al CSIC, más de 400 investigadores protagonizaron la mayor expedición oceanográfica española celebrada hasta la fecha.
El proyecto toma su nombre del marino español de origen italiano Alejandro Malaspina (Mulazzo, 1754 – Pontremoli, 1810), capitán de fragata de la Real Armada Española. En julio de 1789, Malaspina dirigió la primera expedición española de carácter global con fines científicos, a bordo de las corbetas Descubierta y Atrevida, partiendo de Cádiz, a donde regresaron ambos navíos cinco años más tarde.
Durante la expedición actual, el Hespérides partió de Cádiz y realizó paradas en Río de Janeiro (Brasil) y Ciudad del Cabo (Sudáfrica). En marzo de 2011, el buque culminó en Perth (Australia) la primera campaña oceanográfica española en el Índico. Después realizó escalas en Sídney (Australia), Auckland (Nueva Zelanda), Honolulú (Hawai) y, por último, Cartagena de Indias (Colombia), para regresar a Cartagena, en Murcia, donde concluyó la navegación.
El Sarmiento de Gamboa, en cambio, realizó, desde Las Palmas de Gran Canaria hasta Santo Domingo (República Dominicana), una sección detallada del océano Atlántico que discurre por el paralelo 24º Norte, la llamada Ruta Colombina. A su regreso alojó una universidad flotante donde 15 estudiantes se formaron en un máster en oceanografía impartido por cinco profesores.
Durante la expedición los científicos tomaron cerca de 200.000 muestras de agua, plancton, partículas de la atmósfera y gases en 313 puntos de los océanos Índico, Pacífico y Atlántico, con profundidades de hasta 6.000 metros. A bordo midieron la temperatura y salinidad, las propiedades de la superficie, la acústica de las corrientes marinas, la concentración de oxígeno y dióxido de carbono en el mar y en la atmósfera y el alcance de la luz solar, entre otros parámetros.
Tras el regreso del Hespérides a Cartagena el 14 de julio de 2011, el 25% de las muestras recogidas fueron apartadas para formar parte de la Colección Malaspina, un banco que permanecerá sellado a modo de cápsula del tiempo durante 30 años para que las futuras generaciones de investigadores puedan investigar con técnicas más desarrolladas que las actuales el estado del océano en 2010 y 2011.
Primeros resultados
El análisis del resto de las muestras y los datos recogidos durante la expedición se inició a bordo y se encuentra todavía en pleno desarrollo, dado el amplio volumen de información que se necesita procesar. Los datos informáticos recopilados, por ejemplo, ocupan un espacio de más de 6.000 gigabytes. No obstante, los investigadores del proyecto han obtenido ya algunos resultados, que se irán ampliando a medida que avance la investigación.
- Los investigadores comprobaron la presencia de grandes cantidades de fragmentos minúsculos de plástico en todos los giros subtropicales (Atlántico Sur, Norte, Índico Sur y Pacífico Norte), que son las zonas alejadas de los continentes y donde la actividad industrial humana es casi inexistente. Los científicos temen que estos plásticos puedan llegar a interferir en la dinámica de las comunidades naturales marinas en esta zona.
- La denominada "piel del océano", en los primeros 10 centímetros de la superficie, está habitada por una comunidad muy diversa, desde medusas, crustáceos, larvas de peces, langostas, cangrejos y moluscos hasta el insecto Halobates.
- Las prospecciones realizadas hasta los 6.000 metros de profundidad están aportado a los investigadores una idea más precisa de las propiedades del océano profundo. Esta zona, prácticamente inexplorada, mantiene una actividad y diversidad biológica más elevadas de lo que se pensaba.
- La secuenciación del genoma del océano desde la superficie hasta los 4.000 metros de profundidad, enmarcada en el proyecto Malaspinomics, aportará nuevas claves sobre un reservorio de biodiversidad aún por explorar, ya que podría suponer el hallazgo de decenas de millones de genes nuevos en los próximos años. Los trabajos de secuenciación se basan en más de 2.000 muestras de microorganismos recogidas durante la expedición.
En las profundidades del océano Índico se han encontrado microrganismos que descomponen contaminantes derivados de la actividad humana, como el metilmercurio, y que en un futuro podrían ayudar a desintoxicar el medio ambiente. Los científicos trabajan con la hipótesis de que en las zonas profundas del océano será posible encontrar más microrganismos de este tipo, puesto que la escasez de materia orgánica hace que les compense romper moléculas complejas para obtener energía.
Por esta razón, se espera que los genes recolectados en Malaspina no sirvan solamente para elaborar un listado de especies sino que abran la puerta a múltiples aplicaciones biotecnológicas en campos como la bioenergía, la farmacia, la alimentación o la cosmética. En concreto, dentro del proyecto se esta desarrollando una batería de métodos de cribado para seleccionar una nueva generación de antibióticos, a las que las bacterias más comunes que infectan a los seres humanos y otros animales no hayan desarrollado resistencia.