Nuestra cultura premia tener estudios, acumular followers, habitar un entorno chachi, consumir, ser joven, estar en forma, tener dinero, seguir las tendencias… En definitiva, ser guay.
A la vez prima una cuestión absolutamente esquizoide en la que no está bien visto reconocerse como guay; igual que un pijo nunca diría de sí mismo que es pijo (es más, lo detestaría). Pero hay algo todavía más loco en todo este asunto, y es que uno mismo es incapaz de decidir o pensar si es guay. No existe el derecho a elegir; sólo el de aspirar.
Tampoco ayuda que las tendencias son ahora mismo un centrifugado de modas, donde hay que significarse criticando la actualidad. ¿Qué me dicen de los hipsters? Pasaron de ser tendencia hace unos años, a estar en todas partes, para hoy ser un chiste de mal gusto: Esas barbas recortaditas con esmero, ese largo de pantalón de ir al río Ebro a pescar como si fueran Joaquín Torres pero sin fular… Es todo demasiado esperpéntico, y todavía pervive el poso de estas luciferinas modas en nuestra permeable sociedad.
Ahora mismo nos encontramos en un marasmo de ideas enloquecidas en el que queramos o no, nos encasillan en algún lugar con esta loca obsesión por etiquetar todo.
Yo vivo en Malasaña, soy muy activa en redes sociales, tengo una profesión que me chifla, voy a festivales de música, desfiles de moda, cumpleaños infantiles y estrenos de cine. Mis amigos son intelectuales, fotógrafos, persianeros, extranjeros, padres rockeros, hijos de hippies, galeristas de arte, activistas de mil causas… Así que mi vida en apariencia es muy abierta y variada. (En apariencia, la realidad es que mi mundo probablemente es mucho más pequeño que el de un funcionario de una ciudad dormitorio). Me sorprende cuando alguien me dice (ante cualquier tontería además) “¡Cómo sois los modernos!” o “Claro, es que tú eres guay…” o directamente me catalogan como “influencer”. ¿Influencer yo? ¡Influencer es Ana Rosa Quintana, que ella sola podría hacer cambiar la dirección política en nuestro país!
Prima además una especie de obsesión snob por los estudios, herencia sobre todo de una generación a la que le costó mucho acceder a ellos. Es muy común escuchar “Soy economista pero trabajo de camarero”. (Entonces ¿No eres camarero? preguntaría yo) Porque la gente se define, cataloga, y percibe por los estudios o trabajos que más status le han dado. Hay quien siendo un excelente redactor de televisión, en dos ocasiones ha ejercido de guionista, y ya para siempre se definirá como tal. (Supongo que también Aznar se sigue definiendo como presidente del gobierno…).
Yo he estudiado infinidad de cosas y he pasado por 4 universidades que queda bastante bien decir, pero que en absoluto me definen… Es mucho más relevante en mi vida el impacto televisivo de realities y magacines. Percibo demasiadas veces que no queda guay decirlo, y es una pena, porque tantos prejuicios y tanta etiqueta sólo conduce a ignorancia y cerrazón.
Como decía es un mundo raro éste, porque para la gente que está al margen de la cultura y las tendencias, no siempre computa de forma positiva consumir Telecinco a chorro como hago yo. (Ni un montón de cosas que son una pasada: tararear canciones sólo con la sílaba “na”, el emoticono del monito, el olor de las farmacias, apretar compulsivamente el extremo de un boli para que salga la punta y deleitarse con el “clic-clic”, hacer pis con muchas ganas…).
Pero precisamente los alineados con la modernidad, los creadores de tendencias, los relaciones públicas, diseñadores y gentes de vanguardia, son los que conciben Telecinco y su visionado como algo chachi, como algo puntero incluso.
He llegado incluso a percibir en una inauguración, en un muro de facebook, en la presentación de un libro, o en foros culturales, cómo alguien se sentía desplazado por no estar al tanto de la última ocurrencia de Sálvame, el aspecto de Terelu Campos o apostar quién ganará Supervivientes.
Para los que desconocen los códigos de la modernidad, la televisión y su consumo son lo peor. Pero para esas personas que damos por hecho que son modernas, Telecinco es una inagotable fuente de entretenimiento, conversación y hasta inspiración.
Les pongo varios ejemplos: Cada jueves por la noche, twitter se llena de gente cool haciendo alarde de ocurrencias e imaginación sobre Supervivientes y sus protagonistas. Y a más followers, mayor expectación y nivel de exigencia. En uno de mis chats de whatsapp más activos, con artistas reconocidos, los memes de Belén Esteban son el ingrediente principal. Hasta tal punto llega la cosa, que podemos mantener una conversación sólo con imágenes de la popular colaboradora.
Y lo más impactante que he vivido últimamente: En la presentación de una revista de esas muy modernas sustentadas por marcas molonas, con fotógrafos premiados, actores populares y catering audaz, el 80% de las conversaciones versaron sobre la muy evidente tendencia de hace unas semanas: Angel Garó
Como lo leen. Todos los parroquianos andábamos impactados con el relieve mediático del humorista. Comentando sus frases, su ex, su abuela… Debatimos sobre si había impostura o realmente era así… Al final, las responsables de la revista, dijeron sentir eclipsado su contenido por Angel Garó. (Ojalá él supiera esto. Aunque le vendría fatal a su ego).
Si yo fuera guay, lo sería porque disfruto estornudando fuerte, porque puedo tomar pipas durante 5 horas seguidas, porque hago unas trenzas de raíz que da gloria verlas, porque el otro día alerté a una guiri de que la iban a robar, porque me lo paso genial en todas partes, y porque veo Telecinco.
Pero claro, los que no entienden de modernidad no aprecian estas cosas…
* Fotografías: Andrés Pina