Constanza Pérez Haro es de Almería, tiene 30 años y acaba de regresar de la guerra de Ucrania. Todavía se encuentra asimilando que ya no está en territorio bélico y que vive a salvo de las bombas, misiles y cañonazos que durante los últimos tres meses han formado parte de esa especie de banda sonora macabra que ha estado sonando sin parar en su cabeza.
Esta valiente reportera se encuentra aun aterrizando e intentado adaptarse a la cotidianeidad, a su antiguo barrio, a sus viejos vecinos… Tratando de conciliar el sueño y esa paz de la que no pudo disfrutar durante su estancia en Ucrania debido al estado permanente de “alerta” en el que viven todos aquellos que viven en un país en guerra o que, como ella, deciden dejarlo todo y arriesgar su vida por amor a su profesión. Desde Outdoor nos hemos puesto en contacto con ella tras su reciente regreso a España tras estar casi tres meses en territorio bélico.
“Todavía estoy asimilándolo (…) Cuando alguien da un portazo tengo que parar y pensar, vale, es una puerta, no es una bomba. Por ejemplo, al dormir… No estaba durmiendo bien y jamás he tenido problemas para hacerlo… Esta noche ha sido la primera que he sido capaz de dormir más de ocho horas”, nos cuenta en exclusiva.
“Es la primera vez que me toca hacer una corresponsalía de guerra, hasta ahora he estado cubriendo otro tipo de información”, comenta recordando la etapa de su vida que pasó en México haciendo reportajes sobre el narcotráfico. “He estado casi tres meses. Llega un momento en el que al final del día, aunque estés como periodista tú también puedes llegar a ser una víctima más de esa guerra. Te hace valorar muchas más cosas”, dice mientas reflexiona.
La corresponsalía ha sido para ella una de las experiencias más grandes de su vida, tanto a nivel personal como profesional, y da las gracias de haber podido “volver a España de una pieza”. Aún sigue asustándose cuando alguien cierra alguna puerta de un portazo, sin embargo, las ganas y su amor al periodismo pueden más. Tanto es así, que está deseando que le ofrezcan de nuevo la oportunidad de volver para hacerlo.
No hace ni una semana que llegó y su forma de percibir las cosas ha cambiado por completo. “Valoras cosas tan simples como tener la luz a mano, cuando allí falla. Son cosas que aquí damos por hechas, pero que allí no las tienes todos los días. El tema de la calefacción, allí están a temperaturas bajo cero… todo esto sumado a la dificultad de estar en un estado de alerta constante, sabiendo que en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa. Esa tensión constante, unida a que tienes que enfocarte en tu trabajo… es complicado”, cuenta hablando de su trabajo como corresponsal de guerra.
“Obviamente he llegado a tener miedo, porque no sabes el momento en el que puede caer algo. Escuchas aviones sobrevolando las ciudades y eso hace que tu cuerpo esté pendiente de cualquier movimiento, de cualquier cosa. De no dormir, porque escuchas cualquier ruido y ya te despiertas por si tienes que salir corriendo. Ese miedo ahora poco a poco lo voy sacando, porque sé que estoy a salvo. Es en lo que pienso. Estoy a salvo, lo he podido contar y todo ha salido bien. Estoy en ese momento de asimilar y empezar a poder dormir, aunque todavía me asusto un poco cuando escucho ruidos fuertes”, explica emocionada.
Su llegada a Madrid ha sido un auténtico choque cultural para ella. Aquí el tiempo no ha pasado, “todo sigue igual”. La vida sigue, los ‘problemas’ siguen. Pero en su mente, todo es distinto. Por eso, actos tan cotidianos como por ejemplo ir con su hermana a hacerse las uñas son para ella difíciles de asimilar.
“Es como si no hubiera pasado el tiempo. Aquí todo sigue igual. Estoy en Madrid y veo todo igual, la vida sigue. Cuando llegué fui con mi hermana a hacerme las uñas… Vuelvo a mi barrio, a ver a los vecinos, es como si no hubieran pasado estos tres meses, pero han pasado. Todavía estoy en etapa de asimilar todo, me siento rara. Estoy y no estoy”, nos cuenta.
Constanza reconoce haber sentido miedo y no saber muy bien de dónde sacaba las fuerzas para no derrumbarse en pleno directo y continuar con la transmisión cuando escuchaba el sonido de los proyectiles enemigos alcanzando su objetivo a pocos metros de ella. Su familia, en este sentido, ha sido su gran apoyo.
En ella ha pensado mucho durante su estancia en la frontera de Rusia con Ucrania. “Me agobiaba tener que preocuparles”, reconoce. Aunque también reconoce que, a pesar de ser consciente de que su propia vida ha estado en peligro, todos estaban a salvo. Eso es lo que se lleva y lo que ha aprendido de esta experiencia: “Me llevo el valor de la vida y lo afortunados que somos. La tranquilidad que me daba saber que mi madre, mi hermana, mi familia está bien. No sé cómo la gente puede vivir sabiendo que sus familiares están Bakhmut, donde todos los días hay bombardeos”.
Constanza ha tenido tiempo para reflexionar largo y tendido sobre esta guerra que, para ella tiene claros perdedores. “En esta guerra está perdiendo la gente pobre, la gente sin estudios y los que menos oportunidades tienen. Los ricos son los que pueden salir del país. La gente mayor, los niños a los que les han robado la vida, su futuro y su infancia, son las verdaderas víctimas de esta guerra”, explica.
“Nos enfocamos mucho en los datos, en los muertos, pero al final te das cuenta de que la gente que peor lo está pasando es la que tiene menos recursos, los que tienen menos recursos y que los manipulan con la propaganda".
“Cuando había cortes de luz y tenías que ir a comprar velas, no para decoración, sino para ver… Aprendes a valorar la vida y todo lo que tenemos. Tener las 24 horas luz, calefacción y sobre todo vivir en paz y tranquilidad. Poder pasear por la calle sabiendo que no te va a pasar nada”, dice mientras reconoce que, tras dejar atrás el conflicto y montarse en el avión de regreso a casa, en lo único en lo que podía pensar era en que “todo ha salido bien” y que tenía la suerte de “volver entera, de una pieza y sin ningún miembro amputado”.