Con cara de no haber roto un plato y con el alzacuellos, nadie podría imaginar el pasado de Matteo Bordignon, vicario de Morella (Castellón) y cura de seis parroquias de la comarca de Els Ports.
Este italiano, llegó en septiembre de 2021 a esta zona del interior de Castellón para ocupar su primer destino como sacerdote, después de ser ordenado diácono en marzo de ese mismo año.
Una vida dedicada a Dios y los demás, que nada tiene que ver son su vida anterior.
Todo empezó cuando Matteo tenía solo 10 años en su Treviso (Italia) natal. A esa edad fue la primera vez que soñó con ser traficante de drogas.
Nacido en una familia en la que su padre era simpatizante de las Brigadas Rojas, una organización terrorista de extrema izquierda, fue educado en la búsqueda de la libertad, pero también en la rebeldía y la lucha contra el sistema y todo lo establecido por la sociedad.
Matteo quería vivir rápido y con 13 años empezó a tener sus primeros contactos con el mundo de la droga, primero como consumidor. "Empecé con los porros, luego el éxtasis, tripis, anfetaminas y cocaína. Fui prosperando rápidamente", asegura el sacerdote.
Ya en la universidad, los estudios, las chicas o el deporte le parecían poco para llenar su vida y poder cumplir su idea.
Fue entonces cuando comenzó a realizar pequeñas operaciones como traficante. Primero en su país, luego en Europa y más tarde a nivel internacional, en Asia y África. "Había realizado mi sueño. Sacaba el máximo de la vida y aparentemente era feliz", afirma.
Rápidamente se acostumbró a una vida de lujos, donde los amigos o las mujeres eran simplemente objetos. "Para mí era normal vender droga a personas que yo sabía que les iba a matar", explica.
Estando en la cumbre, considerado como una persona importante en su entorno y con una importante fortuna, sabía que algo no funcionaba.
Un día, en su gran casa de Venecia en la que vivía solo, rodeado de todos los lujos, un amigo acudió en su ayuda. "Me pidió dinero y yo podía dárselo sin problema, pero sin embargo le dije que no y empecé a gritarle y para no pegarle rompí todos los cristales de la casa y del edificio", recuerda.
Un momento de locura que le llevó a ingresar en el hospital para curarle los profundos cortes que se realizó en las manos. "Estando allí empecé a pensar sobre mi vida y comprendí que no era feliz", asegura.
Por primera vez en su vida, volvió a su casa familiar y le pidió ayuda a sus padres. "Ellos no sabían nada de mi vida. Les conté mi verdadera historia y se ofrecieron a ayudarme", explica.
En una familia anarquista, alejada de la religión, una amiga le habló a su madre de Cenáculo, una comunidad católica fundada hace 35 años por la monja italiana Elvira Petrozzi.
Matteo entró en una especie de convento en Croacia, pocos años después de la guerra de los Balcanes. "Cuando llegué pesaba 47 kilos, llevaba siete piercings en la cara y casi loco por el abuso de las droga", cuenta.
Una comunidad en la que se vivía de forma totalmente opuesta a lo que había sido su pasado y donde los pilares eran el trabajo, la oración y la amistad. "No estaba acostumbrado a trabajar, a tener horarios y allí había 20 drogadictos rezando y trabajando todo el día. Pensaba que estaban locos", asegura.
Pero poco a poco, Matteo empezó a creer en la comunidad, en que era posible vivir de otra manera. "Un día un compañero se puso a llorar por haber robado una manzana y esa persona había matado como mínimo a 100 personas como militar en la limpieza étnica que se realizó durante la guerra de los Balcanes", relata.
A partir de ahí, decidió dedicar su ida a Dios y ordenarse sacerdote. "He descubierto una forma de vida que me lleva por el itinerario para la búsqueda de la felicidad. Dios es la fuente del amor que cura y sana, capaz de hacer posible lo imposible", asegura.
Una creencia que trata de inculcar a sus feligreses en el interior de Castellón donde asegura que por fin lleva una vida plena.