El último habitante

MAY GAÑÁN 24/10/2010 15:20

En invierno, cuando empiezan a caer las primeras nevadas, Pepe se queda aislado. Más que de costumbre porque mientras dura el buen tiempo aún sube gente de vez en cuando a verlo.

El camino que le une con el pueblo más cercano de Tras Castro es un sendero abrupto y empinado, sin quita miedos, que se asoma a la pendiente de la montaña como una cicatriz en medio del paisaje verde. Llegar hasta allí cuesta. Pero con nieve, es imposible. El lo sabe y no le importa. Le gusta vivir como vive. Mirando todo el día al monte, el valle y los prados por los que pastan sus vacas.Una de ellas le partió la pierna por tres sitios hace unos años y le dejó tirado en el suelo e inmovilizado por espacio de varios días, hasta que alguien vino a ayudarle y se lo llevaron al hospital de Oviedo a operarlo.

Desde entonces, padece una cojera crónica que él maneja bien apoyando sus pasos sobre dos cayados. Vive en la casa familiar que hace años compartió con sus hermanos y sus padres. Una casa de piedra grande y sin calefacción que sigue intacta, de no ser por la despensa que él almacena sobre cada una de las camas. En ellas guarda reservas de ropa, comida y bebida suficientes como para afrontar una guerra sin necesidad de abandonar la casa. Pero Pepe no para de decir que está solo. Que le gusta vivir allí pero que le habría gustado vivir con alguien.

Con cara mitad pícara, mitad soñadora nos cuenta la esperanza que alberga: la de que alguna moza de algún pueblo vecino le vea y, con un poco de suerte venga a compartir vejez con él. Dice no temerle a nada más que a la soledad y lleva treinta años conviviendo con ella. Hoy, un antiguo vecino del pueblo, Pedro, ha venido a verlo. Pepe le agasaja con café, coñac y un poco de jamón de bodega. Aprovecha la visita para hacer una de las cosas que más añora, charlar. Y después vuelve a sus tareas: dar de comer a las gallinas, los conejos y las vacas.

Nos cuenta que hace poco vio un oso y que cuando los dos se vieron, cada uno tiró con respeto por su lado. Le hemos dicho que saldría por Internet y que le vería mucha más gente. Pepe se ha quedado pensativo. Nos dice que nunca fue a la escuela y que desconoce qué es eso de Internet pero se aventura a imaginarlo "yo qué sé. Deben ser tres papeles juntos pa liarla".

Allí lo dejamos, junto a su hórreo y su casa; mirando al monte mientras nuestro coche se va perdiendo por la costura abierta de la montaña y él vuelve una y otra vez a recordar esta jornada tan extraordinaria dentro de su rutina diaria.

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