Si una hora de videojuegos se convierte en tres, si solo tienen ojos para la pantalla, o si no hay forma de parar, jugar deja de ser divertido. Se convierte en una obsesión al llegar a unos límites como dejar de salir o dejar de estar con la familia. La OMS ha tomado el mando y ha incluido esta adicción en la lista de enfermedades mentales, que nada tiene que ver con la afición o el interés. Es el caso de Álvaro, ahora en rehabilitación, pero enganchado a las maquinitas durante 10 años, 15 horas al día. Sólo salía de su cuarto para ducharse y para comer y muchas veces estaba jugando hasta que amanecía. Los padres pueden y deben ayudar aportando vidas extras a sus hijos. Ellos piden más juegos educativos para que simplemente disfruten al final de la partida.