Oscar Alberto Martínez Ramírez, de 25 años, su mujer, Tania Vanessa Ávalos, de 21 años, y la única hija del matrimonio, Valeria, de 23 meses, salieron de El Salvador el pasado 3 de abril. Vivían con la madre de Tania y sobrevivían con un sueldo de 10 dólares (8,78 euros) diarios que Oscar ganaba trabajando en una pizzería. Su esposa había dejado su trabajo como cajera en un restaurante chino para cuidar de su hija.
La familia pasó dos meses en un campamento de migrantes en el sur de México, esperando noticias de su solicitud de asilo a Estados Unidos. El pasado domingo, tomaron un autobús hasta la frontera para tratar de acelerar su caso. Cuando llegaron, el consulado estaba cerrado. Además, se enteraron de que tendrían que esperar semanas o meses porque había otros muchos migrantes delante de ellos. Fue entonces cuando decidieron cruzar ilegalmente y padre e hija encontraron la muerte en el río Bravo.
Oscar llevó a Valeria a través del río desde Matamoros (México) hasta la orilla en Brownsville (Texas). Cuando se dirigía de vuelta para buscar a su mujer, Valeria saltó de nuevo al agua cuando vio a su padre volver a entrar. Él nadó hacia ella y la pareja fue arrastrada por la corriente mientras Tania observaba indefensa desde el otro lado.
Su plan era pasar algunos años en Estados Unidos ahorrando suficiente dinero para finalmente regresar a El Salvador y comprar o construir su propia casa. "Les rogué que no se fueran, pero él quería juntar dinero", lamenta Rosa Ramírez, madre de Oscar.
Antes de su muerte, Oscar envió a su madre un mensaje de texto: "'Mamá, te quiero. Estamos bien aquí, cuídate". Ahora sus progenitores quieren que sus muertes sirvan de lección para cualquiera que esté pensando en cruzar la frontera.
Según Julia Le Duc, la periodista que fotografió sus cuerpos, hay 300 personas que esperan entrevistas de asilo allí y solo tres espacios por semana.