En Reino Unido existe un vacío legal por los tests de virginidad. Este tipo de pruebas fueron consideras como una violación de los derechos humanos por las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), que hace dos años iniciaron una campaña a nivel mundial para erradicar esta práctica que considera “humillante, dolorosa y traumática” para la mujer.
En el Reino Unido son legales, aunque existe una posición ambigua al respecto. El año pasado, por ejemplo, el gobierno británico condenó que se hicieran este tipo de exámenes a las mujeres militares en Indonesia. Y a la vez una investigación de la BBC ha desvelado que estas prácticas se siguen haciendo en clínicas privadas del Reino Unido.
La cadena pública británica contactó con diecisiete clínicas donde se anunciaban reparaciones del himen (la fina membrana que cubre la entrada de la vagina, que una vez rota no se regenera y que algunos consideran que indica si una muchacha es virgen). Siete de ellas admitieron que también facilitaban certificados de virginidad. Estos exámenes no responden a ninguna patología y son solicitados por motivos sociales y religiosos. Cuestan entre 165 y 330 euros y consisten en realizar un examen vaginal para comprobar que el himen está intacto.
La OMS y la ONU han detectado hasta cinco países europeos donde tienen constancia de que se están llevando a cabo este tipo de test: Reino Unido, Bélgica, Holanda, Suecia y España. En el informe denuncian que “no hay ninguna evidencia científica que respalde que la apariencia del himen es un indicador fiable del coito vaginal”. Dice que su apariencia varía según la exposición individual a los estrógenos, a la edad, al estado puberal y al método de examen” y que el término “himen intacto” no debería usarse porque no tiene sentido.
Señala dos tipos de pruebas de virginidad: el examen del himen para comprobar si la membrana se ha roto y la introducción de “los dos dedos” en la cavidad vaginal para de evaluar “la laxitud de la pared vaginal”. Explican que hay un consenso entre las comunidades científica y médica de que “la apariencia de los genitales femeninos no proporciona evidencia alguna de la historia sexual previa”.
Dicen que el himen se puede romper simplemente por el uso de tampones y por realizar algún deporte como el ciclismo o la gimnasia. Y que una chica puede haber mantenido relaciones sexuales y seguir teniendo la membrana. Y que “la virginidad no es un término médico ni científico, sino un concepto social, cultural y religioso que refleja la discriminación de género contra las mujeres y las niñas”.
El diario ‘The Sun’ expone el caso de Samya, una joven de 24 años de padre egipcios que se trasladaron a vivir al Reino Unido cuando ella tenía 8 años. Su familia la sometió a tests de virginidad desde los 13 hasta los 18 años, cuando se casó. “En nuestra religión las vírgenes tienen mayor valor social, son un bien más preciado. Hay presión sobre las mujeres para que no tengamos relaciones sexuales antes de casarnos. Y si las tenemos antes de nuestra noche de bodas ya ningún hombre nos quiere”, cuenta.
Su familia le arregló matrimonio desde pequeña con un alto cargo militar con la condición de que tenía que llegar virgen al matrimonio. Exigía pruebas, así que sus padres la llevaron a una doctora en Londres. “Nunca tuve relaciones sexuales, así que no estaba preocupada por los resultados —explica Samya—, pero en ese momento recuerdo tener mucho miedo de que me lo hicieran. Era muy joven”.
Sabía que sus padres querían lo mejor para ella. Cuenta que se arrepiente por no haberse opuesto. “Fue una prueba muy traumática y lo pasé muy mal después. Me sentí sucia”. “¿Qué hubiera pasado si lo hubieran hecho mal y yo no hubiera pasado la prueba?, se pregunta. A los 18 años, se marchó a Egipto para casarse con ese hombre, pero el matrimonio salió mal y ahora vive en Londres y es madre soltera. Ha intentado encontrar a la doctora que le hizo los tests para denunciarla pero ya no la ha encontrado.
Sí que se rebeló Sophia Safaraei, una adolescente de 18 años que en 2018 llevó a juicio a sus padres por obligarla a hacerse un test de virginidad. Sus padres eran musulmanes iraníes. La forzaron al descubrir que tenía un novio secreto. En el juicio, explicó que la amenazaron de muerte, que la agredieron e intimidaron a su novio.
También declaró la doctora a la que pidieron que le hiciera el test. Trabajaba en un ambulatorio en Clapham, en el sur de Londres, y explicó que se negó a hacer la prueba porque necesitaba el consentimiento de la joven y ésta no se lo dio. También dijo que los padres intentaron intimidarla y la acusaron de faltar al respeto a su religión. El tribunal, constituido por cuatro hombres y ocho mujeres, absolvió a los padres.
“No entiendo por qué no son ilegales [los tests de virginidad] en el Reino Unido, debería ser ilegal”, dice el ginecólogo Ashfaq Khan en declaraciones a la BBC. Explica que regularmente recibe solicitudes de pacientes para pruebas de virginidad y para reparaciones del himen (himenoplastias). Dice que emitir un certificado de virginidad tras realizar una himenoplastia es una falsedad. Y reclama la misma concienciación colectiva que hubo con la mutilación genital femenina, que ya está prohibida y considerada como un abuso infantil. “Para mí, el test de virginidad es otro crimen, y no es correcto ni ética ni moralmente”, dice.
Los únicos países donde se está intentando legislar la prohibición de los tests de virginidad son Francia y Estados Unidos, y ninguno de los dos figuraba en el listado de la OMS. En Francia, el presidente Macron quiere prohibir y penalizar los certificados de virginidad con un año de cárcel para quienes los firmen y multas importantes por considerarlo una discriminación hacia la mujer.
También se ha iniciado un movimiento en contra en el estado de Nueva York, en los Estados Unidos, después de que el rapero estadounidense T.I. (cuyo nombre real es Clifford Harris) dijera en una entrevista en el podcast 'Ladies Like Us', con total naturalidad, que hizo controles de virginidad semanales a su hija cuando tenía 15 y 16 años. A raíz de este comentario la congresista demócrata Michaelle Solages ha presentado una propuesta de ley para retirar la licencia profesional a los galenos que lleven a cabo esta práctica en un centro médico y la consideración de “delito sexual” si lo hacen fuera.
Solages considera que T.I. “es una persona pública influyente y que, si se pone unos zapatos nuevos o una camisa nueva, la gente se los irá a comprar en masa” y advierte que “está aprobando algo de lo que deberíamos alejarnos”. “Estamos en una sociedad moderna en la que las mujeres no somos una propiedad, las mujeres somos seres humanos, somos iguales”, añadió.
Desde hace tiempo que la Organización para la sociedad y las mujeres de Oriente Medio (MEWS, por sus siglas en inglés) inició una campaña para que el gobierno británico prohíba los tests de virginidad y también las himenoplastias que, explica Halaleh Taheri, fundadora y directora de MEWS, están relacionadas. Dice que es una creencia muy extendida entre las comunidades musulmanas en el país.
“Creen que las mujeres deben ser vírgenes al casarse con sus maridos y si se descubre que una mujer ha perdido su virginidad antes del matrimonio, las consecuencias pueden ser nefastas”. Dice que en el mejor de los casos, la mujer se arriesga a la humillación y vergüenza de su familia. Puede provocar la ruptura de la relación y, en el peor de los casos, las mujeres pueden ser víctimas de violencia basada en el honor a manos de parientes varones.
Halaleh pide que se prohíba esta práctica en el Reino Unido, “Las mujeres están siendo obligadas por sus familias y las familias de sus novios a proporcionar un certificado de virginidad de sus médicos antes del día de su boda”, dice. Sin embargo, considera que prohibir estos procedimientos sin que se eduque a estas chicas, solo hará que empujarlas a la clandestinidad, poniendo en riesgo a más mujeres. Y pide que la educación sexual sea una asignatura obligatoria en las escuelas para “erradicar estas nociones arcaicas de virginidad para futuras generaciones”.
En los últimos se está produciendo un auge de la industria secreta de la llamada “revirginización” en Reino Unido. Es decir, muchachas que se someten a una reconstrucción del himen para cuando les hagan la prueba de la virginidad sangren al rompérsele la membrana y certifiquen que son entregadas puras a su marido. El diario ‘The Times’ llegó a contabilizar hasta 22 clínicas donde las realizaban.
Principalmente son jóvenes musulmanas que viajan desde países musulmanes de Oriente Medio y de Asia donde el sexo fuera del matrimonio está prohibido. Muchas se arriesgan a ser marginadas o incluso asesinadas si sus maridos o familias descubren que han mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio y por eso se someten a esta operación que consiste en construir una capa de piel en la entrada de la vagina que creen que se desprende cuando se realiza la primera relación sexual. Se trata de conseguir una apariencia de virginidad. Las himenoplastias pueden llegar a costar 3.000 euros. Y la demanda es cada vez más alta.