Stefano Boeri: “La vacunación representa una idea de salvación y renacimiento”
"Debemos restablecer una idea de proximidad con la naturaleza"
Apuesta por las llamadas "ciudades archipiélago" y por recuperar pequeñas poblaciones olvidadas
Stefano Boeri (Milán, 1956) forma parte de ese club selecto de grandes arquitectos de fama mundial. En la última década, su trabajo se ha centrado en poblar los edificios del planeta con jardines verticales. Desde el más icónico, en su Milán natal, a Barcelona, Chicago, Yakarta o Shanghái. Afirma que su intención es combinar urbanismo con bioética. Participó en política, primero presentándose como candidato en las primarias del centroizquierda para ser alcalde de su ciudad; y, una vez derrotado, como asesor cultural de la urbe italiana.
Es presidente de la Trienal de Milán, que acoge algunas de las más prestigiosas ferias de diseño y arquitectura en Italia, y ahora le han conferido la tarea de diseñar unos simbólicos pabellones en los que a partir del 27 de diciembre se vacunarán contra la covid los ciudadanos de su país. Habrá 1.500, repartidos por plazas y lugares públicos, serán biodegradables y tendrán forma de flor. Su diseño ha despertado un gran interés mediático.
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PREGUNTA: Usted lleva años construyendo bosques y ahora de ellos sale una flor. ¿De dónde viene la idea?
RESPUESTA: De la convicción de que esta campaña tendrá proporciones gigantescas, diría bíblicas. Estamos hablando de vacunar al 70% o 75% de la población del planeta para poder tener la seguridad de salir de la crisis. Lo que hemos hecho es crear una imagen, un símbolo y una arquitectura que pueda llegar a todos. No importa la edad, cultura, origen, geografía o fe. Una flor es el primer dibujo que hace un niño, se relaciona con la primavera y es un símbolo de la biodiversidad. La obligación de vacunarte sería un mensaje equivocado y terminaría alejando a las personas: “tienes que hacerlo, te transmito el ansia de la necesidad”. Otra idea serían dos chicos besándose o tirando la mascarilla, pero esto tampoco es posible, ya que la vacunación no nos dará todavía la posibilidad de vivir normalmente. Entonces, trabajamos sobre una flor en concreto, la prímula, que es la primera que nace después del invierno. Los pabellones no podían ser containers u hospitales de campo. Tendrán energía fotovoltaica y desde lo alto se reconocerán como una flor. Nos gustaba ese concepto de que Italia renazca como una flor.
P: ¿Qué pensará la gente cuando entre?
R: Queríamos cambiar la lógica de un ambulatorio o de un lugar de emergencia, que suele ser un sitio feo, hostil. Tenemos que crear un espacio confortable, que transmita serenidad. Lo más bonito que me ha pasado estos días es que me han llegado muchos mensajes de colegios y de niños diciéndome que lo quieren compartir con sus compañeros. En nuestro imaginario la campaña de vacunación representa la idea de salvación de la especie humana, es un mensaje de esperanza y renacimiento.
P: Italia creó lemas como el ‘Andrà tutto bene’ (todo irá bien) o “mantengámonos alejados para después abrazarnos más fuerte”. ¿Cree que nos han hablado como a niños, que se ha infantilizado el lenguaje?
R: Sí, es posible. Aunque más que infantilizado, yo diría que no hemos tenido una dimensión real del problema. Se pensó en muchos momentos que esto sería algo temporal, pero no hemos entendido que no surge de la nada, que viene provocado por una crisis climática y un maltrato gigantesco de la naturaleza desde hace décadas: la deforestación, la reducción de biodiversidad… Yo podría haber reflexionado sobre ideas más complejas, más interesantes o elegantes, pero no me importa una mierda, perdone que hable así. Las descarté porque me hubiesen gustado a mí y a algunas élites, pero no habrían tenido la fuerza de llegar a todos. Estoy convencido de que la idea de la flor es básica, pero muy funcional.
P: ¿Qué es para usted una casa, un refugio o una celda?
R: Un error habitual es que pensamos que la naturaleza está fuera de nosotros, de nuestro cuerpo, de nuestras casas o nuestras ciudades, a no ser que las encerremos en parques. Creo que esto hoy ya no sirve, debemos restablecer una idea de proximidad con la naturaleza. Desde el punto de vista epidemiológico, hay artículos que dicen que los niños que viven en lugares verdes desarrollan una capacidad inmunitaria más fuerte. Pienso de verdad que estamos ante un cambio de perspectiva y esto se relaciona con lo que he tratado de hacer, bien o mal, desde hace años. Es decir, debemos construir edificios en los que los árboles no sean ornamento, sino parte fundamental de nuestras vidas.
P: Y, sin embargo, pasa al contrario. Millones de personas viven en espacios pequeños, grandes moles de hormigón. Fueron ellos los primeros en contagiarse.
R: No son necesarias revoluciones, sino elecciones valientes. Estamos haciendo un proyecto en Prato [ciudad de la Toscana] con Stefano Mancuso, un biólogo que se ocupa de neurobiología vegetal, que se llama ‘urban jungle’ (jungla urbana). Tomamos una parte de la ciudad, ya sea un barrio popular o un edificio de oficinas de cristal de los años 70 y lo llenamos de verde. Por todas partes, en las fachadas, en los tejados, en el interior, a las afueras, en el párking… El primer gran reto es hacer una operación de desmineralización de la ciudad, sea construyendo espacios verdes o convirtiendo los parques en bosques. Debemos recuperar un equilibrio entre naturaleza viva y construcciones minerales. Y después, cambiar la tipología de las ciudades. Durante muchos años se han creado grandes metrópolis, que son focos de congestión. Hoy esa idea ya no sirve. Hay que pensar en ciudades policéntricas, en las que los barrios garanticen todos los servicios: sanitarios, comerciales, educativos, culturales… Yo las llamo ciudades archipiélago del futuro.
P: Muchas ciudades han realizado nuevos planes urbanísticos, hay más carriles bici. ¿Cómo se consigue no perder ese espacio que, por momentos, ha ganado el ciudadano?
R: Lo primero es reducir drásticamente el número de coches. En las plazas de aparcamiento los coches pasan días, convierten las ciudades en un horno en el verano y son un desperdicio de espacio público. Hay que pensar en una nueva movilidad, por ejemplo, con aplicaciones para compartir vehículos. Madrid, Milán o Wuhan son lugares muy contaminados y eso ha favorecido los contagios. Quitemos coches, añadamos árboles, saquemos las tiendas a la calle y ganemos espacio para la cultura y el ocio. Esa subdivisión entre residencia, tiempo libre y trabajo ya no tiene sentido, por lo que tenemos que modificar también las oficinas. Serán cada vez más espacios de encuentro, donde se ponen en común los trabajos individuales que uno ha podido hacer en su casa. Es decir, lo que vemos durante la pandemia es una revolución en curso, que se ha acelerado, pero bajo una tendencia que ya existía.
P: Entre la gente que se ha ido a trabajar al campo o la playa, la ausencia de un turismo masivo y esos alojamientos turísticos que han tenido que poner en el mercado del alquiler, ¿estamos ante la salvación de las ciudades?
R: No, la salvación es el modelo de ciudad archipiélago. En España, Italia o Francia muchos lugares han sido abandonados y deben volver a convertirse en pequeñas ciudades, puntos donde hay posibilidad de trabajar, vivir y socializar. Tiene que haber un nexo entre grandes ciudades y pequeños núcleos. Es un gran reto para cambiar la geografía de Europa, volver a dar valor a esos lugares históricos de los que nos hemos olvidado y son los que nos ofrecen una comida mejor, agua potable y aire limpio.
P: Se han producido cambios, pero la pandemia pasará y probablemente volvamos a lo anterior. ¿Usted era de los que decía que saldríamos mejores?
R: Hay que valorarlo desde un punto de vista político. Pasolini dice que somos un país de tempestades y prímulas, de ahí nuestra inspiración. También el papa Francisco ha hablado de tempestad. Pero creo que hay que entender que si queremos salir de ésta, hay que pensar en un mundo distinto. Debemos partir de esa fragilidad que nos deja esta pandemia para buscar un mayor conocimiento del mundo y cambiar el modo de habitarlo. La generación que ha sido responsable de lo que ha sucedido tiene el deber ético de ofrecer su capacidad intelectual a los jóvenes.
P: Es decir, que se mantiene entre los optimistas.
R: Decía Gramsci que el pesimismo de la razón es el optimismo la voluntad. Y nunca como hoy esa frase ha sido más acertada. El optimismo de la voluntad.