Vamos a llamarles Eva, Juan y María. No son sus nombres verdaderos pero es necesario salvaguardar su identidad. Hasta hace unos días vivían en distintos centros tutelados por la Comunidad de Madrid, junto a otros menores, que como ellos, provienen de familias desestructuradas (casi 2.000 en Madrid y más de 20.000 en España).
Niños invisibles para una gran parte de la sociedad, cuyas condiciones se han agravado desde el inicio de la pandemia. Ahora, gracias al programa SOS COVID, SOS COVIDellos y otros 14 menores han empezado a convivir con familias de acogida.
"Eva llevaba prácticamente un año encerrada en la residencia", cuenta Carmen, su madre de acogida. "Hay menores que han podido salir algo con sus familias biológicas, pero ella no recibe visitas de sus padres, así que imagínate la falta que le hacía salir", apunta.
Lo de Carmen es de valientes, madre soltera, con un niño de 5 años, ha dado el paso de acoger a Eva, una adolescente de 14 en casa. "Todo un reto", reconoce, pero del que está convencida. "Ningún menor debería crecer en una residencia, sin el amor de una familia", repite. "Ningún menor se merece estar ahí".
En tiempos de covid, a la dura realidad de estos menores se suman otros problemas, como la dificultad de seguir la enseñanza onlinedesde los centros donde viven. "Aunque se empieza a dotar a algunas residencias tuteladas de medios tecnológicos, muchos niños no pueden acceder a la enseñanza por internet", reconoce Adriana de la Osa, coordinadora de SOS COVID en ASEAF, la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar.
Además, "el apoyo escolar que recibían de voluntarios, de forma presencial, también ha sido suspendido; al igual que muchas visitas y salidas que se hacían en las residencias, por prevención", explica de la Osa. "La razón es que en los centros, los grupos de convivencia son muy grandes y dificultan la actuación ante sospechas de contagio por Covid-19, así que directamente, se ha optado por cortarles las salidas".
"De ahí la gran importancia de este programa piloto de acogimiento temporal", asegura, "porque se consigue un doble objetivo: mejorar las condiciones académicas pero también las personales de los niños y adolescentes que viven en centros residenciales", apostilla de la Osa.
"En las residencias es cierto que tienen cubiertas sus necesidades básicas, pero les falta lo fundamental, que es sentirse queridos, sentir que les importan de verdad a alguien", comenta Carmen, tras acoger a Eva. "Porque aunque los educadores les den afecto, lo hacen por horas, al fin y al cabo es su trabajo", cuenta, "y eso impide que estén siempre que les necesitan, les falta esa figura de apoyo las 24 horas que sí tienen viviendo en familia", dice Carmen.
Lo mismo opina Pilar, la madre de acogida de María. Una joven de 16 años con discapacidad motora a la que este programa de acogimiento le ha cambiado la vida. "Los primeros días hacía una fiesta por todo, cualquier cosa le parecía única, despertarse lejos de la residencia, salir libremente... No te puedes imaginar la alegría que le dio cuando le dimos unas llaves para entrar en casa. Nunca hasta ahora había tenido llaves. Ni casi un hogar de verdad, llevaba desde los 10 años en una residencia," lamenta Pilar, que muestra el cartel de bienvenida con que la sorprendieron.
La hija biológica de Pilar, que también tiene una discapacidad motora, ya conocía a su "nueva hermana" desde hace años. "En el instituto se hicieron inseparables y desde entonces hemos intentado sacarla de la residencia siempre que nos han dejado, para llevarla al cine, a pasear, a comer con nosotros... pero con la pandemia cortaron casi todas las salidas y estábamos deseando tenerla con nosotros más tiempo", explica Pilar. El programa SOS COVID les dio la oportunidad que esperaban.
"No solo María está feliz, también mi hija biológica, para ella esto ha sido el mayor regalo que le ha podido dar la vida: convive con una igual, con una adolescente con sus mismos intereses, que además es su amiga. ¿Qué más puede pedir?
El programa SOS COVID tiene caducidad. Ofrece a los menores participantes, con edades entre 6 y 17 años, la posibilidad de salir de su centro para convivir con una familia de acogida, pero solo durante el curso escolar.
"El hecho de que dure hasta julio, de que esté acotado en el tiempo, yo creo que ha ayudado a muchas familias que habían pensado acoger y que estaban indecisas porque les daba miedo o vértigo lanzarse a un acogimiento permanente", avanza Alba, la flamante madre de acogida de Juan. Un pequeño de diez años que se ha integrado en su nuevo hogar rápidamente. "Somos una familia numerosa, tenemos otros cuatro hijos, él es el quinto en casa, así que no nos ha alterado nada la vida", comenta divertida, "quizás necesita un poco más de apoyo con las tareas del colegio, pero por lo demás, es uno más".
La cercanía del domicilio al centro educativo y al centro donde reside habitualmente el menor es uno de los factores que se han tenido en cuenta para seleccionar a las familias de acogida. "Así pueden seguir con su dinámica normal. Juan va al cole que iba, a las extraescolares que hacía; una tarde a la semana vuelve a la residencia a clase de música y ese día es también el que recibe la llamada de su madre biológica", explica Alba. "Siempre que le dejo allí me pregunta ilusionado, ¿cuándo vuelves a por mi?, así que estamos felices porque veo que está contento en casa", reconoce.
"La tutela la sigue teniendo la residencia. Ahora mismo estamos como si nos lo hubieran prestado", aclara, "pero eso también te da seguridad cuando te lanzas a esta aventura", aclara.
"El programa le ha dado a Juan y al resto de niños la posibilidad de ver cómo funciona una familia estructurada, que es algo que la mayoría no han conocido, un lugar donde los conflictos no se solucionan con violencia, que es una lacra que sufren muchos de estos pequeños", dice Alba. "No se nos explica el pasado de los menores, pero todos vienen de vivir problemas graves, si no no estarían tutelados por la Administración, claro".
En resumen, tres familias muy distintas, "tendemos a creer que solo la familia típica puede acoger y no es así", explican, con un mismo objetivo "dar a los menores que crecen en centros tutelados la oportunidad de vivir una vida normal, como la que queremos para nuestros hijos biológicos", insisten.
"Yo animaría a hacerlo a todas las familias, porque enseñar a estos menores que hay otras formas de querer y de vivir que ellos desconocen no tiene precio. A muchos de ellos no les han querido bien", apunta Carmen. "Son niños y tienen derecho a vivir como tales", defienden. Y ellos también nos enseñan muchas cosas", apostilla Pilar, "desde que María ha llegado, nuestro hogar se ha llenado de risas", reconoce emocionada.
¿Y si la experiencia sale bien? "Yo lo veo como un trampolín para familias y niños. Ambos aprendemos este tiempo y nos abre puertas a una acogida más larga en el futuro", apunta Alba. "Nuestra esperanza es que cuando el curso acabe podamos enganchar con el programa de vacaciones de acogida, y después con otro... Ojalá esto sea el principio de una relación indefinida", reitera Pilar.
"Yo creo que todas las familias estamos abiertas a que sea una acogida a largo plazo", concluye Carmen, madre de acogida de Eva. Somos conscientes de que la oportunidad que les brindamos quizá sea la única que tengan para salir adelante. ".