¿La soledad es un estado de ánimo, una sensación o una realidad? El tema de los solos parecía -unos años atrás- cosa de poetas y de mayores, pero la parafernalia de hiperconectividad: amigos virtuales, redes sociales, teléfonos móviles y videollamadas nos ha devuelto a un mundo cada vez más solitario. Los expertos ven en la soledad una pandemia o la enfermedad del siglo XXI, porque sí, la soledad mata.
Hay gente sola en Londres, en Madrid, Barcelona, en Tokio, como Andy Murray y Scarlett Johansson en Lost in Traslation; hay solos en Buenos Aires o Nueva York, solos en la distopía cada vez más real de 'Her', porque la soledad marca nuestro tiempo a la par que la globalización. Y mientras más gente tenemos alrededor, en las grandes ciudades, más inmensa es la sensación de soledad.
El psicólogo sanitario, Abel Domínguez, director del centro del mismo nombre en Madrid, cree que es "en las ciudades donde las personas sufren más la soledad apuntando a la "sociedad del consumo, que nos obliga a vivir de manera más individualista que en el pasado, donde lo individual prima sobre lo colectivo probablemente también influya en provocar soledad".
El experto está casi seguro de que "en las grandes ciudades hay muchas más personas mayores, jóvenes, adolescentes y adultos que se sienten solos más que en las poblaciones pequeñas, donde los vecinos se cuidan entre ellos, llegan a acuerdos. Renuncian al individualismo y más allá de los bienes físicos hay ese cuidado, estar pendientes, que te tengan en cuenta."
El especialista recuerda las noticias que cada vez salen con más frecuencia "que dan mucho que pensar sobre ancianos a los que descubren muertos pasado años y uno se pregunta si 'no tienen familiares, no tienen vecinos que se preocupen de ellos."
En Reino Unido y Japón han creado ministerios de la soledad para que se ocupen del Ejército de solos, sobre todo en personas mayores, pero los jóvenes también dicen sufrir la soledad, aunque en un nivel distinto, porque para estos últimos estar solos significa ser ignorados o diana de las burlas en redes sociales, tener la sensación de estar perdiendo algo en este mundo esquizofrénico en el que giramos aparentemente en contacto, pero con lazos frágiles o poco duraderos.
Los autores Consuelo Santamaría y José Carlos Bermejos en Humanizar la soledad (Edit Desclee de Brouwer, 2022) definen esta forma nueva de relación como "una experiencia subjetiva, real o no real, que provoca un estado de displacer y un fuerte estrés, que implica una carencia de relaciones interpersonales que confirma el aislamiento social".
Para Santamaría, que ha estudiado a fondo el tema, España debería apostar más por "invertir en educación. La soledad se puede prevenir, el suicidio se puede prevenir, el aislamiento social se puede prevenir. Lo que es necesario es invertir en materia educativa, con planes específicos y seguimientos exhaustivos de los grupos de riesgo."
La situación de la pandemia de covid hizo emerger - otra vez- el problema de la soledad, como una cuestión que se ha extendido a muchos sectores poblacionales y no solo a personas mayores. Al alterar las pautas de sociabilidad y enfrentar el hecho de que estar conectados no significa estar acompañados. El aislamiento no siempre es sinónimo de soledad, ni la participación activa en redes sociales o grupos de chat revela satisfacción de nuestras relaciones.
Los medios de comunicación en línea y las redes sociales nos ayudan a conectarnos entre nosotros y con nuestro contexto; durante el confinamiento pudimos romper el aislamiento y la distancia, sin embargo, estos canales también pueden aumentar la sensación de soledad, como demostró el estudio 'Cómo conectamos, mediación de las redes sociales en la experiencia de soledad de las personas jóvenes', editado por la Fundación FAD.
Los chats instantáneos por WhatsApp permiten la conexión con cualquier persona a cualquier hora o lugar. Sin embargo, el mensaje es más simple sin matices que aportan el tono de voz y la expresión facial presentes en la comunicación cara a cara, fundamentales para un adecuado intercambio social.
Los seres humanos necesitamos y dependemos los unos de los otros, porque la interacción con otras personas es importante para crecer y realizarnos. La ausencia del otro puede llevar al ser humano a sufrir trastornos físicos y emocionales. "La necesidad de relacionarnos desde una perspectiva profunda es la clave para no sentir esa soledad destructora. Con frecuencia, relaciones superficiales ejercen el mismo efecto que la soledad", apuntan los autores de Humanizar la soledad.
De la misma opinión es Abel Domínguez que habla del abuso de la hiperconectividad al punto de sustituir los vínculos reales entre las personas. "Tenemos a los jóvenes y algunos adultos, que han pasado a eliminar las redes sociales reales, sus contactos de amigos del instituto de barrio y los han sustituido por miles y millones de amigos que no conocen, seguidores o amigos, gente desconocida o que conocen solo a través de esa redes y no hay confianza, no hay una relación tan real como la de que puede generarse a través del tú a tú". Al final, la relación directa tiene muchísimas cosas que no tienen las pantallas. "
La pandemia ha contribuido a la soledad. "En todo el mundo los confinamientos se han producido, avivando muchos problemas relaciones, laborales, sociales y mentales. A ello ha contribuido el teletrabajo, el uso y abuso de las redes sociales, la soledad de los enfermos, la soledad de muchos afectados que han muerto, entre otros factores. En estos tiempos pandémicos, y en todo el planeta, se ha avivado el sentimiento de soledad, subraya Consuelo Santamaría.
Hay soledades y soledades y los expertos auguran que la Soledad en mayúsculas tendrá rango de epidemia en los próximos años (Julianne Hol-Lunstad). Pero todas las soledades no son iguales en sus origen, aunque sí en sus consecuencias. Hay una soledad deseada, porque facilita el proceso creativo o porque se disfruta el instante de estar con uno mismo, como una oportunidad después de una jornada de ruido. Sin embargo, están las otras soledades: la del duelo por la pérdida de la pareja o de un ser querido; por sus condiciones económicas, por una conjugación de esos factores.
La literatura y el cine han reflejado la soledad como un problema existencial, señalando a un sistema que cada vez levanta muros de desconfianza y aliena al ser humano en una rivalidad que nos separa. La soledad del que por sus características personales, como "la timidez, por ejemplo, una persona puede tender al aislamiento. El pesimismo y la desconfianza en todo, ya que al verlo todo negro, o al no fiarse de nadie, poco a poco puede marginarse o ser marginada", explica Santamaría.
Existe también la soledad por la muerte de seres queridos porque la muerte arrebata relaciones y alguna persona puede sentir un vacío agónico, por la separación “forzosa” de un ser querido (marido, hijos, padres, amigos íntimos…) y eso puede conducir a un sentimiento profundo de vacío existencial", también la de los marginados o de los automarginados. Personas que "por sus características psicológicas o diversas circunstancias, se puede sentir no aceptada.
La soledad que conlleva el ser víctima de maltrato también es muy real. "Genera mucha vergüenza, ocultamiento de la realidad, exclusión, miedo a la verdad, miedo a la soledad y a la vez gran vacío, que aumenta el sentimiento de soledad", señala la experta.
La investigadora y coautora de 'Humanizar la soledad' también habla de "factores sociales: falta de habilidades sociales. Estas carencias influyen directamente en las relaciones, provocan rechazo y alejamiento"; otra situación es el paro, porque "la persona entra en sentimientos de difícil manejo, ya que afecta directamente a los factores psicológicos, como la autoestima, el miedo al futuro y daña las relaciones.
Cristina Páez Cot, con más de 20 años de experiencia como trabajadora social en Cataluña, apunta a la causa de "la soledad que sienten niños, jóvenes, madres, abuelos, empresarios, moribundos o médicos por el hecho de que vivimos en una sociedad organizada para producir, tener, acumular y conseguir. Y en la que valores como la escucha, la amistad, la palabra, el elogio, el reconocimiento, la mirada, la ternura, la pasión o la confianza –valores todos ellos en los que el factor tiempo es imprescindible para que las relaciones se generen entre las personas– no existe”.
Los médicos e investigadores reconocen que la soledad perjudica seriamente la salud, tanto como fumar. Estar solo sin desearlo puede provocar daños el sistema nervioso, el inmune y afectar el corazón. No solo por la afectación física, sino además por las alteraciones mentales que pueden llevar al suicidio, a la renuncia a vivir.
"Sentirse solo produce tristeza, ansiedad insomnio, una serie de síntomas que empeoran la salud mental y por tanto la salud física de la persona que sufre la soledad no deseada. La soledad es un padecimiento que genera sufrimiento, emocional e incluso hay personas que llevan ese sentimiento al extremo que se quitan la vida", asegura Abel Domínguez, que vincula la "conducta del suicidio" con la soledad.
La psicopedagoga Consuelo Santamaría asegura que la soledad puede ser mortal: "en diversas universidades europeas y americanas se han hecho estudios científicos al respecto, concluyendo todos ellos que 'sí', se puede morir de soledad, especialmente en rangos de edad que correlacionan con la vejez y en situaciones sociales y personales específicas como el paro y duelos crónicos con dominancia del vacío y la soledad, pudiendo provocar demencias y muertes prematuras.
La soledad alimenta la falta de sentido. El no tener por qué o por quién luchar aviva el pensamiento negativo: “¿Para qué vivir, no vale la pena. Este pensamiento provoca un abandono, un dejarse llevar hacia la enfermedad y la muerte. Y, cuando la vida no tiene sentido, la falta de sentido puede acabar con la vida."
La soledad sale cara para los individuos y para la sociedad y debería ser una prioridad política. Es lo que piensa Roger O'Sullivan, responsable del Instituto de Salud Pública de Irlanda. Muchos estudios destierran el mito que la soledad es solo un problema de las personas mayores y alertan de la necesaria intervención de las entidades sanitarias públicas para considerarla como un hecho y adoptar un enfoque a lo largo de la vida.