Olga acaba de cruzar la frontera de Ucrania con Polonia con su hija, su nieta y siete familiares más. Ya están de camino a España en una de tantas furgonetas de voluntarios que recogen a estos refugiados ucranianos para traerlos a nuestro país. Los hombres de la familia de Olga, que fue empleada doméstica en España antes de la pandemia, se han quedado en Ucrania, obligados, por si les llaman a filas.
Las mujeres han podido escapar. Huyen aliviadas. Dejando atrás el pánico de las sirenas, el terror por el estruendo de las bombas y el dolor por la destrucción. Pero sienten también remordimientos. Por los que se quedan, por los que están luchando en el frente y por los que no han sobrevivido. Ese sentimiento que les atrapa tiene un nombre: síndrome de culpa del superviviente o síndrome del superviviente.
"Tienen el alivio de que ya han llegado a un país seguro y de que se han alejado del conflicto, pero todos tienen familiares en Ucrania. Y, además, han dejado toda su vida, sus proyectos y sus sueños allí", asegura María Ángeles Plaza, coordinadora del equipo psicológico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, CEAR, una de las ONG que está colaborando con la Administración para dar protección social de asilo a estas personas.
El superviviente siente culpa porque se ha salvado pero también por lo que hizo o no hizo cuando sufría directamente el conflicto. "Constantemente, se desplaza por diferentes escenarios en su cabeza, preguntándose: '¿Qué podría haber hecho que no hice?, ¿cómo podría haberlo hecho de otra manera?", explica la psicóloga ucraniana Zarina O'Donnell al medio ucraniano Kp.Ua.
La culpa del superviviente es muy frecuente en las personas refugiadas, sobre todo, en aquellas que han dejado su país a familiares luchando o en una situación de peligro. "Piensan, yo me he salvado y como todos los días, pero no sé si mi padre o mi madre están comiendo porque no sé si tienen comida. Eso es muy frecuente", asegura Plaza.
La culpa es uno de los sentimientos más difíciles de trabajar a nivel psicológico. "Hay que hacerlo como si fuese una madeja en la que hay que ir deshaciendo nudos poco a poco", confiesa la psicóloga de CEAR. "Cuando descubres de dónde viene esa culpa, suele tener que ver más bien con patrones y con la no comprensión. Me he encontrado con casos de supervivientes de alguna masacre que piensan: '¿Por qué me he salvado yo y los otros no?".
La mayoría de refugiados ucranianos han sufrido la invasión de Rusia en sus propias carnes y siguen con miedo. Haber vivido bajo el pavor por los bombardeos, las sirenas o el tener que esconderse en un sótano les ha creado una alarma roja en el cerebro de hiperalerta. "Oyen un ruido y se sobreactivan. Y eso se traduce en un estado de ansiedad que les dificulta dormir o concentrarse. Todavía no podemos hablar de traumas, porque es muy pronto; no hemos podido aún entrar en las historias de cada uno, pero las habrá y muy duras. Ahora mismo lo que tienen es una respuesta de estrés totalmente normal por la situación".
La mayoría de los que están llegando a los centros de acogida españoles son mujeres con menores a cargo. Como cualquier otra persona solicitante de protección internacional, se encuentran en primera acogida. Y así podrán estar hasta un máximo de 30 días en situación normal, aunque se les podría alargar. "Es en este tiempo cuando los equipos de psicólogos evaluamos las necesidades especiales de cada refugiado, así como su red de apoyo o de recursos", explica Plaza.
"A nivel psicológico, trabajar con los ucranianos es muy difícil porque su cultura es muy distinta. Son muy hacia dentro, con muy poca expresión emocional y mucha vergüenza. Lloran y te piden perdón por hacerlo. Ellos consideran que el psicólogo es para gente que está loca y no para contarle las cosas que les pasan. Y cuando consigues coger confianza para que lo hagan, tardan solo cinco minutos en hacerlo. Pero eso no significa que sea mejor ni peor", señala.