Vacunadora casi profesional, porque está adscrita al servicio de Medicina Preventiva del hospital de La Princesa, Rebeca Llorente no olvidará ese día de primavera de 2021 en el que una mujer le pidió que le hiciera una foto vacunándose contra la covid. "La notaba tensa, tanto que pensé que le había hecho daño al pincharla. Le pregunté si estaba bien y no pudo más. Se echó a llorar y me dijo: "Lloro por todos los que no han llegado a vacunarse". Sus padres habían fallecido de covid", cuenta la enfermera con un nudo en la garganta. Para ella y para todos los protagonistas de este reportaje vacunar es reconciliarse con la vida.
Rebeca, Elena, Pilar, Cristina y Álex son solamente cinco de los miles de profesionales que han puesto ya 81.695.378 dosis de vacunas contra la covid. Todos repiten que no les importa doblar turnos o trabajar ininterrumpidamente durante meses, porque "hemos estado tantas horas al lado de la muerte que pasar un rato al lado de la vida te reconforta".
Las de arriba son palabras textuales de Elena de la Vera Arias, supervisora de enfermería de la UCI del hospital 12 de Octubre de Madrid. Imagínense la de personas que han fallecido a su lado, la de videollamadas dolorosas que ha tenido que atender con los familiares de los enfermos de covid. Por eso apenas puede contener las lágrimas al hablar con NIUS. Y por eso dobla turnos para vacunar. Por las mañanas sigue en su puesto en la UCI y algunos días por las tardes entra en la ronda de vacunaciones masivas.
"Mi marido me pregunta por qué lo hago", dice. Los días que vacuna come un bocadillo a toda prisa y llega a su casa pasadas las once de la noche: “Es que para mí es una luz al final del túnel, creo mucho en la vacunación y quiero contribuir a ella”.
Elena recuerda con especial cariño su primer día en vacunación, con la población mayor, de 75 a 80. "Me emociono al contarlo. Venían las señoras mayores arregladas de domingo, dándonos las gracias. Fue una cura de espíritu, porque nuestro trabajo día a día es muy duro. Hemos vivido situaciones horrendas, hemos visto morir a tanta, tanta, tanta gente mayor con miedo en los ojos… y de repente verles con esos mismos ojos esperanzados de poder volver a abrazar a sus hijos, es muy bonito", llora la curtida enfermera.
Rebeca, la que se emocionó hasta las lágrimas con la hija de unos fallecidos por covid, también sonríe al pensar en sus primeros días vacunando. Esta vez ella inmunizó a sus propios compañeros, con los que había sufrido lo peor de la pandemia, a quienes había visto trabajar sin descanso, y muchos, contagiarse. "Era como darles un escudo, fueron muy emocionantes esos primeros días".
Su compañero Alejandro Gallardo, enfermero en el mismo hospital, fue precisamente uno de los primeros que se contagió de covid, en marzo de 2020 ya estaba en aislamiento cuando se decretó el estado de alarma. “Veía a toda la gente ayudando y me subía por las paredes viendo que yo no podía hacer nada”, cuenta. Por eso el joven no se lo pensó cuando el hospital pidió voluntarios para ir a vacunar a las residencias de ancianos. Con la nieve de Filomena aún cubriendo las calles, "nos íbamos con las vacunas en una nevera a las residencias. Y al principio íbamos muy despacio para no desperdiciar ni una gota de vacuna, era como manejar una bomba atómica", recuerda.
Álex ha puesto Moderna, Janssen, Pfizer. Ha vacunado durante catorce horas muchos meses, ha puesto miles de vacunas. Y lo recuerda agotador: "Ha sido muy duro, ha venido muchísima gente, algunos reacios incluso. Venían sin cita y te montaban un pollo porque al principio las dosis eran escasas y querían vacunarse. Venían extranjeros con los que nos hemos entendido usando traductores de internet, y gente con situaciones desesperadas como una chica cuya familia había ahorrado mucho tiempo para que pudiera irse de Erasmus y no conseguía cita a tiempo para la segunda dosis. Iba a perder el vuelo y no sabía si podría comprar otro. Al final la vacunamos y hasta lloraba dándonos la gracias".
Porque a pesar de las horas, del cansancio, de los exabruptos de algunas personas y de la mala educación de otras, todos los trabajadores que protagonizan este reportaje dicen haber sentido el cariño de la gente. Pilar lo ha experimentado hace poco en el hospital Enfermera Isabel Zendal.
Le han dado las gracias incluso a la antigua usanza, por carta postal escrita a máquina. Se la ha escrito José, un hombre de 98 años que se desplazó dos veces hasta el centro (a 60 kilómetros de su casa): una para ponerse la tercera dosis y otra para preguntar por la celadora tan simpática que le había ayudado tanto. La tercera noticia que t uvieron de él fue una carta.
"Yo le llevé del brazo hasta el puesto de vacunación, le ayudé a quitarse las mil capas de ropa que llevaba para dejar el brazo al descubierto, y luego se mareó un poquito y me quedé con él un rato. Cuando se iba a marchar se fue deshaciéndose en halagos: que si soy maravillosa, que si gracias…”. En medio del pasillo, José se puso a aplaudir a Pilar, y se marchó.
Pero a las dos semanas la mujer recibió el que es, seguramente, el mejor regalo de toda su trayectoria profesional: “una carta escrita a máquina agradeciéndome mi trabajo”. Para poder mandarla José volvió al hospital a preguntar el nombre y apellidos de una tal Pilar, que le había ayudado en su vacunación.
Pilar cuenta esta historia llena de energía y de gratitud a los mayores, que son, dice, su debilidad. Otro le ha regalado un décimo de lotería de Navidad, y dice que ojalá le toque, pero que ella ya es feliz con su trabajo.
Como lo son Cristina y su novio Manuel. Los dos sevillanos se trasladaron a Madrid en la primera oleada de covid. Y el invierno pasado ella le vacunó a él con un nudo en la garganta "después de todo lo que hemos pasado".
Muy jóvenes, nada más graduarse, llegaron a un Madrid confinado el 15 de marzo de 2020. Pasaron en la UCI del hospital Príncipe de Asturias, en Alcalá de Henares, ocho meses. "Los primeros meses fueron muy duros, teníamos miedo, pero al final nos volvimos a Sevilla y yo he estado vacunando todo el rato", cuenta Cristina.
"Fueron muchos meses muy duros, me emocioné mucho después de lo mal que lo hemos pasado. Y vacunarle me puso muy contenta, era como que vemos que seguimos juntos, y nuestros caminos como enfermeros se siguen cruzando. Por fin podíamos compartir un momento bonito", sonríe.
Porque al final es lo que destacan todos, que vacunar les ayuda a pensar que está todo más cerca de acabar, y que tras tanto dolor se ve la luz al final del túnel.