Con 40 años, un trabajo en la hostelería y deportista, Rommel nunca pensó que podría enfermar de covid. Ni tener que ingresar en la UCI. Y, por supuesto, jamás imaginó estar tan cerca de la muerte como aquel día, a principios de abril, cuando su situación era tan mala que su familia se había hecho a la idea de perderle porque los médicos no podían hacer nada más por él. Ese día su bebé de cuatro meses se le apareció en sueños -dice que soñó todo el tiempo que estuvo sedado en la UCI- y él empezó a manotear. Su corazón recuperó ritmo de latido, sus pulmones comenzaron a funcionar, en unos días pudo salir de la UCI y unas semanas después del hospital. Lo de Rommel podría llamarse milagro, pero él lo llama Juan David, el nombre de su hijo.
"Yo tengo claro que a mí me salvó la vida mi hijo", dice a NIUS un miércoles por la tarde, volviendo a casa del trabajo. Porque desde septiembre Rommel ha vuelto a su puesto en hostelería, solamente cuatro meses después de dejar el hospital enganchado a una botella de oxígeno y en silla de ruedas.
Suspira muchas veces durante la larga conversación, a veces por los recuerdos y otras veces por el miedo -"tengo pánico", dice- a reinfectarse, o a que se contagie algún ser querido. "Porque yo sé cómo se pasa, sé el infierno que es, y no se lo deseo a nadie", cuenta.
Rommel Chávez comenzó a tener síntomas de covid unos días después de decretarse el estado de alarma de marzo. Pero al principio, como muchos entonces, creyó que era un catarro, una gripe. El día 20 de marzo se encontraba muy mal, pero "llamaba a la ambulancia y nunca llegaba, estaban colapsados". Así que decidió ir caminando al hospital 12 de Octubre, que está cerca de su casa. Y le costó casi la propia vida llegar: "Fue el primer susto que me llevé, porque me quedé sin aire, casi me desmayo"... Suspira, asustado, "porque se me nublaron los ojos... así que paso a paso, muy despacio, llegué al hospital". Y hasta ahí. Sus recuerdos conscientes acaban cuando entra al 12 de Octubre. Entró directo a la UCI: "Lo último de lo que me acuerdo es de tener el móvil en la mano y que una doctora me dijo que me lo guardaba ella, que yo tenía que descansar".
Rommel despertó 36 días después, a finales de abril. Entremedias tuvo sueños, pesadillas y recuerdos que aún le paralizan de miedo. "Es como cuando te vas a la cama y empiezas a relajarte y te quedas dormido. Me puse muy mal, el 5, 6 de abril estuve a punto de morir. Y ahí es cuando tuve todas esas pesadillas", dice. Y lo recuerda todo. Estaba sedado, pero de alguna forma era consciente de lo que pasaba a su alrededor.
Su doctora, Victoria Trasmonte, puso mucho empeño en que los ingresados en la UCI del hospital 12 de Octubre pudieran tener algo de contacto con sus familiares. Organizó una recogida de donaciones, habló con empresas y se movió en redes sociales para conseguir tablets que permitieran a los pacientes hacer videollamadas con sus seres queridos. O mandarles audios. Y esos audios fueron los que Rommel oía estando sin conocimiento en la UCI. Los que ahora recuerda.
Rommel lo describe como una aventura en la que visitó muchos lugares, países donde nunca ha estado. Pero el que marcó la diferencia fue el sueño de su bebé. Cuando ingresó, su hijo tenía cuatro meses. Y él se le apareció en lo que dice que fue "el sueño que me salvó la vida". Le habían tenido que hacer una traqueotomía, y se infectó con una bacteria que fue el remate para su maltrecho organismo. Estaba "demasiado mal", y se había decidido desconectarle del soporte vital artificial tras una semana sin mejorar.
Ese día dice Rommel que vio a su hijo "en un pueblo muy humilde, donde pasa una corriente de agua por la calle. Mi mujer lavaba la ropa en esa corriente y mi bebé estaba muy sucio... estaba mal. Durante ese sueño empecé a intentar levantarme, a mover los brazos. Los sanitarios me tuvieron que atar las manos y los pies porque de alguna forma quería levantarme, quería sacar a mi hijo de allí".
Y a partir de ahí Rommel empezó a mejorar. "A estar mejor, mejor, mejor, mejor y mejor hasta que me despiertan. Mi hijo me salvó la vida, porque sin ese sueño me habría abandonado, estaba muy débil, ya no podía más, mi cuerpo no tenía fuerzas de vivir, fue por mi hijo", insiste una y otra vez. Su recuperación, rapidísima, duró menos de una semana.
De esos días son también sus recuerdos de su madre pidiendo a Dios que le salve la vida, sus hermanos muriendo por salvarle a él (en realidad están todos vivos), situaciones peligrosas, acosos, secuestros. Unas pesadillas que aún le quitan el sueño y le bloquean, como el primer día que cogió el transporte público: tuvo un ataque de pánico, porque del miedo a revivir todo lo que soñó estando sedado se quedó paralizado.
Pero hay más: Rommel recuerda los audios que le mandaba su familia, que los sanitarios le ponían a pesar de estar sedado. "Los oía, era consciente estando sedado. Los doctores no se lo podían creer, pero cuando les dije lo que recordaba, coincidía con los audios que me habían puesto. Le dije a mi doctora: Doctora, estaba en coma, pero sí, se escucha. Las personas que me han hablado, que me han dado ánimos, los balbuceos de mi bebé Juan David... Todo". Rommel estaba sin estar, dormía consciente, y repite: "Sin esos audios y la pesadilla de mi hijo yo no estaría aquí ahora mismo".
Los médicos le han contado después que esos días Rommel intentaba quitarse los cables, incluso levantarse. Y que a los pocos días de despertar, pudieron trasladarle a otra unidad de agudos. De ahí, a planta. En quince días, el 18 de mayo, le dieron el alta. Eso sí, sin poder andar y necesitado de oxígeno: "Salí del hospital en silla de ruedas, era un cadáver de hueso y pellejo". Necesitó tres meses de apoyo respiratorio, a base de botellas de oxígeno.
Y solamente un mes después de liberarse de esa ayuda, pudo volver a trabajar, con una fuerza de voluntad férrea: "Yo era muy deportista antes de esto y de verme así... Anímicamente me forzaba para salir adelante. Me sentaba en la silla de ruedas, me ponía a mi bebé en los pies y le levantaba, como si fuera una pesa. Tenía que volver a andar cuanto antes, porque mi familia me necesitaba", cuenta mientras su bebé juega al fondo, haciendo ruiditos, ajeno a todo.
Aún tiene pequeñas secuelas, como insensibilidad en el dedo índice de la mano derecha, un adormecimiento en la parte superior de la cabeza... "pero estoy bien, doy gracias Dios por estar así", suspira. La mente le juega malas pasadas, porque "me he quedado traumatizado con estos sueños, tengo terror a volver a pasar algo así, a que algún ser querido lo coja".
Por eso no puede evitar retorcerse cuando ve a gente que no se cuida, que no toma precauciones, que no se toma en serio la covid. "Me da una rabia que me gustaría tener poderes para que sepan lo que es, para enseñarles lo que yo viví". Habla con todos los que puede, les enseña el corte de la traqueotomía, las cicatrices de la cara y la cabeza... Marcas que le quedarán para toda la vida, señales "para no olvidar que he vuelto a nacer de nuevo, salir de ahí es poder vivir una vida nueva", dice. Una oportunidad que no todos, advierte, tendrán.