El Centro Clínico de Enfermedades Infecciosas y Dermatología del Oblast Sumy, una región en el noreste de Ucrania, ha informado que cuatro personas afectadas de botulismo han sido hospitalizadas tras comer setas enlatadas en conservas caseras durante una cena en la ciudad de Lebedin.
El botulismo es una intoxicación alimentaria ocasionada por una toxina producida por la bacteria Clostrydium botulinum. La toxina botulínica es una de las sustancias más mortíferas que existen. Bastan unos 0,00000015 gramos de esta proteína para acabar con la vida de una persona adulta de complexión mediana.
Algo más de un kilo de toxina sería suficiente para acabar con toda la Humanidad. Debido a la potencia extremadamente alta de la toxina botulínica, esta sustancia tiene un interés significativo como arma biológica por lo que ha sido incluida en la categoría A de agentes bioterroristas.
Por suerte, la enfermedad no se transmite de persona a persona. En lo que va de 2021, Ucrania ha informado de la aparición de 80 brotes de botulismo transmitido por alimentos que involucraron a 89 pacientes, incluidos tres niños.
En la mayoría de los casos, el botulismo en Ucrania se debe al consumo de pescado seco y salado de agua dulce y de mar (40%), seguido de carne, verduras y otros productos elaborados en casa o comprados en lugares no autorizados.
A pesar de las medidas de prevención y de los sistemas de garantía de calidad, en los últimos años también han aparecido en España casos esporádicos de botulismo. En el verano de 2016, un bote de judías blancas provocó el ingreso por botulismo de dos bomberos de Girona.
En agosto de 2019, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) lanzó una alerta y ordenó la retirada de un lote de atún en conserva de una cadena de supermercados. El atún retirado causó un brote de botulismo entre cuatro miembros de una familia que habían consumido una ensaladilla casera.
El botulismo alimentario es la forma dominante de la enfermedad y genera síntomas paralíticos que suelen aparecer después de un período de incubación de 12 a 36 horas tras la ingesta del alimento que contiene la toxina.
Los síntomas pueden ser muy graves y requerir un tratamiento de cuidados intensivos y la administración de antitoxina. Sin embargo, incluso cuando el tratamiento está disponible y la antitoxina es administrada con prontitud, entre el 5 y el 10% de los pacientes mueren.
También existen otras formas de adquirir la enfermedad, por ejemplo, a través de heridas abiertas, inhalación o como efecto colateral del uso deliberado de la toxina en el tratamiento de enfermedades neuromusculares o en cosmética.
En medicina estética, las inyecciones de toxina botulínica tipo A son conocidas con el término genérico de Botox, por el nombre comercial del primer producto que se comercializó y que se denominó BOTOX®.
Este tipo de inyecciones se han convertido en uno de los procedimientos cosméticos más populares en todo el mundo. La concentración de toxina utilizada en las prácticas estéticas o en medicina es muy pequeña y está severamente controlada para que no suponga un riesgo de salud.
Además de las anteriores, existe el denominado botulismo del lactante que suele ocurrir entre los dos y ocho meses de edad y acontece cuándo las esporas bacterianas de Clostridium botulinum crecen dentro del tracto intestinal del bebé, provocando una situación potencialmente mortal porque originan dificultad para tragar y respirar del afectado. Esta circunstancia suele estar asociada al consumo de miel por bebés. Por ello, la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP) recomienda no dar miel a un bebé menor de 12 meses.
Desde tiempos primitivos, el botulismo se ha producido principalmente como resultado del consumo de alimentos mal conservados. En la población general, el consumo de conservas caseras elaboradas de forma inadecuada es la forma más frecuente de sufrir botulismo.
Entre los alimentos asociados con mayor asiduidad al botulismo aparecen conservas caseras de vegetales como espárragos, setas o judías verdes, pero también productos cárnicos, como jamón y salchichas o incluso pescados fermentados, salados y ahumados.
En general, el botulismo está asociado a alimentos poco ácidos con pH por encima de 4,5. La bacteria Clostridium botulinum tiene dificultades para crecer en ambientes de acidez alta, por lo que no puede producir la toxina botulínica en estas condiciones.
Las principales medidas preventivas se basan en las buenas prácticas de fabricación de los alimentos, especialmente en lo que se refiere a la higiene, tratamientos de procesado y conservación.
Los alimentos con olores extraños e inusuales y las latas hinchadas o las conservas con la tapa abombada pueden estar dando indicios de que son productos comprometidos por la presencia de Clostridium botulinum por lo que siempre es mejor desecharlos para prevenir y evitar un potencial incidente sanitario.