Fue la mayor audiencia de la televisión hasta entonces -se estima en 530 millones de personas-, una cifra increíble, que se transforma en casi imposible cuando hablamos de casi 20 millones de audiencia en España. Esa tarde del 20 de julio de 1969, madrugada en nuestro país, la humanidad se asomaba a otro mundo. El hombre pisaba la Luna, y en las casas que tenían televisor -las menos- o en los bares -tampoco muchos- los españoles miraban hipnotizados, en blanco y negro, una de las primeras noticias globales. En un mundo en el que las conexiones telefónicas aún se hacían cruzando cables en una centralita manual, lo que estaba pasando a 384.000 kilómetros de nuestro planeta se filtraba a todos los lugares.
"Hombre, todo el mundo estaba pendiente de la televisión para ver cuándo se llegaba a la Luna y todos los reportajes que se hacían en la poca televisión que había, porque todas las casas no la tenían. Estábamos pendientes, a ver cómo acababa aquel acontecimiento", cuenta Paco, el taxista a quien en el pueblo tienen por uno de sus ciudadanos más informados.
"Yo ya tenía una tele, que Dolores, la vecina, venía a ver a mi casa, porque ella no tenía televisor. Yo lo recuerdo muy poco, de ponerlo y ver al hombre en la Luna… Eso hace ya muchos años". Tantos, que ahora Isabel Soriano, otra de las protagonistas de esta historia, tiene 83 años.
Isabel es hija de José Soriano, el hombre que unió el destino de esta pequeña localidad -484 habitantes- al sur del sur de España con el de aquella nave lanzada desde Estados Unidos al espacio. José estaba construyendo entonces un hotel restaurante. "Soriano pidió permiso a carreteras y le dieron un sitio ahí, donde está actualmente, pero coincidió que en la época en que se inauguró fue justo cuando el Apolo XI subió a La Luna", cuenta el alcalde de Tahivilla, Diego España. "Como aquello fue tan sonado y tuvo tanta repercusión social por el mundo, pues le puso a su bar Apolo XI'.
"Una muchacha que se llevaba muy bien con nosotros", recuerda Isabel Soriano, "le dijo a mi padre: 'Pepe, por qué no le pones Apolo XI' –porque entonces todo lo del Apolo estaba de moda, el vuelo a la Luna y todas esas cosas-, y dice, pues mira se lo voy a poner”. Y se lo puso, y ahí continúa, junto a la nacional 340.
Francisca Jiménez, su actual propietaria, lo compró hace 35 años. "Le dejamos el nombre al bar porque nos gustó, incluso lo quisimos registrar, pero no pudimos porque había más restaurantes que se llamaban así. Nos dijeron que había otro en Mérida (Badajoz). Lo cierto es que la gente que entra nos pregunta siempre por el nombre, sobre todo a los camareros”. "Normalmente a los de fuera les llama mucho la atención", corrobora uno de ellos, "les sorprende que se llame así, estando donde está, y yo les digo lo que me han dicho, que se abrió en 1969 y le pusieron el nombre del cohete".
"El Apolo XI siempre tuvo mucha repercusión", señala el alcalde, "estaba en la nacional 340, y hasta hace unos años todo el que iba de Algeciras a Cádiz tenía que pasar por aquí… Hay gente que se acuerda mucho de Tahivilla solo por el Apolo XI".
Y ahí sigue, sirviendo unos desayunos que ya hubieran querido para sí Armstrong y sus compañeros. Nada de pastillitas espaciales. Tostada con aceite y unas buenas lonchas de jamón.
Éste es nuestro Apolo XI. Un pequeño paso para un hombre, José, pero un gran salto para una humanidad que sigue llenando el establecimiento 50 años después.