Ver las calles y los comercios vacíos o sentir inquietud por la interrupción de las relaciones sociales. Para la mayoría de los españoles, lo anterior ha tenido más impacto en los meses de pandemia que, por ejemplo, "la intranquilidad" por no poder asumir gastos como la hipoteca o el alquiler o la preocupación por perder el empleo e incluso el temor a enfermar.
En el primer gran análisis con datos del estado de ánimo de los ciudadanos, el último estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicado esta semana, señala que un 83,2% y un 78,4% de los encuestados sintió más las primeras situaciones (la ciudad desierta, la falta de vínculos) que los problemas económicos (un 38,7%) o el miedo a este patógeno u otra enfermedad (57,5%). Un dato llamativo en un país que siempre tiene el temor al paro como su principal preocupación.
Además de reducir el tiempo en la calle (tres horas menos respecto a antes de la pandemia), aumentar las horas de sueño y las videollamadas, la crisis ha provocado una particular incertidumbre sobre el futuro (78,2%), el tercer escenario más mencionado en la encuesta 'Efectos y Consecuencias del Coronavirus'. Con una muestra de casi 3.000 personas consultadas entre el 23 y el 31 de octubre, el documento funciona como una pequeña radiografía de efectos, sensaciones y expectativas tras varios meses de coronavirus, y también de cambios de actitudes y costumbres sociales.
En esa medida, las respuestas a la pregunta 3 ("¿desde que se declaró el estado de alarma ha sentido...?") son llamativas: al menos en principio, parecen preocupar más ciertos aspectos intangibles que materiales.
La novedad de la situación y de sus imágenes (la falta de otros, las relaciones más asépticas) quizá sirvan para explicarlo. "En el imaginario colectivo, si pensamos en una pesadilla, tenemos siempre muy presente la ausencia de personas alrededor", explica Mariano Urraco, doctor en sociología y profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA). "De ahí que la ansiedad venga en ese sentido, por ese tipo de imágenes", agrega.
Después del primer impacto inicial, sin embargo, las urgencias más concretas comienzan a pesar, como si tras el shock del comienzo viniera otro más cotidiano y, con él, una gran toma de consciencia. "Relacionándolo, racionalizándolo, vamos viendo cómo afecta personalmente a la hora de pagar gastos o qué va a ser de mi vida", dice Urraco.
En el estudio, un 22,3% de los encuestados señaló que sus relaciones familiares habían mejorado durante el confinamiento, al margen de que para la gran mayoría (un 70,4%) no hubo cambios. Pero en línea con ese primer porcentaje, mejoraron también las de pareja (16,8%) y con los vecinos (19,5%), por lo que podría pensarse que los duros meses de encierro contribuyeron a forjar los vínculos, al menos en algunos casos (las relaciones con los amigos empeoraron, por ejemplo).
"Ante circunstancias adversas como las vividas, sobre todo en los primeros meses de la pandemia, las relaciones familiares mejoran probablemente por la paralización del país", estima Alba Navalón, igualmente doctora en sociología y profesora de la Universidad de Alicante. "Es un hecho muy destacado teniendo en cuenta que disponíamos de mucho más tiempo para disfrutar de la familia, no solo aquella con la que convivimos sino también con los que están más lejos y no podíamos visitar", dice.
La experta cree que entraron a jugar factores como "el arraigo", "la necesidad de apoyo" o la preocupación por un familiar, lejano o cercano, más allá de si había o no pasado la enfermedad. Fue posible, en suma, renovar los vínculos. "Crear un nuevo núcleo familiar, en caso de que estuviera desgastado", explica Navalón, que también es enfermera.
Al contrario de los seres queridos, y en lo que parecería lógico, las relaciones en el trabajo fueron las que más cambiaron (apenas un 41,8% de los encuestados dijo que seguían igual), aunque también las que más empeoraron (17%, por encima incluso de los amigos).
"La cultura laboral española está muy vinculada con la presencia física y el contacto entre los trabajadores", analiza Urraco, que ve una anomalía "en el momento en que al individuo le sacan de su entorno, en el cual pasa buena parte de su tiempo".
"Si te sacan del puesto de trabajo, aunque sigas haciendo lo mismo, ya no lo entiendes igual", precisa el sociólogo, mientras que Navalón apunta al temor a contagiarse y a las tensiones propias en el contexto de una una crisis económica que ya ha destruido millones de puestos de trabajo.
Desde el final del confinamiento hasta ahora, el porcentaje de encuestados que señala mejoras supera en todos los casos al de quienes consideran lo contrario, lo que puede apuntar a una sociedad sin la tensión del encierro, más acostumbrada a la pandemia y con menos miedos, cree la experta.
La abrumadora incertidumbre sobre el futuro conecta con un buen porcentaje de encuestados (85%) que señala que la crisis "va a durar mucho más", en tanto que otro grupo (un 67%) cree que no podrá realizar viajes o proyectos que le hubiera gustado. ¿Asumir la imposibilidad de planificar a muy largo plazo es otro posible cambio de costumbre social?
"En la actualidad hacemos planes pero no a largo plazo, la sociedad ha cambiado y seguirá cambiando como en otras circunstancias similares", apunta Navalón, que ilustra el contraste con el pasado reciente y la posibilidad de grandes planes. Ahora decide la pandemia. "Estamos en un momento de ‘cuanto antes mejor’, porque no se sabe cómo viene el futuro. Entonces esa sensación de carpe diem en nuestra sociedad", dice Urraco, que hace alusión además a una "crisis de confianza" de los ciudadanos "respecto a los mensajes políticos".
Limitados al mediano o al corto plazo, los propósitos vuelven a aparecer con fuerza: los encuestados apuntan a cambiar y mejorar su salud (51,6%), a hacer más ejercicio (50,5%) e incluso a tener mejores hábitos de alimentación (42,%). Además, otro porcentaje quiere mejorar las relaciones familiares (38%), con los vecinos (21,9%) y hasta involucrarse en voluntariados (26%).
"Es como con los propósitos de Año Nuevo", señala el sociólogo, que cree que el encierro y la realidad posterior de una pandemia todavía sin un final cercano vuelven a ser el origen. "Nos ha hecho pensar en qué pasa si se prolonga. ¿Qué puedo hacer con mi vida? ¿Qué es lo que más echo de menos?", agrega.
En sus últimas preguntas, el CIS parece confirmar que el teletrabajo empieza a consolidarse como nueva realidad: los encuestados están satisfechos (26%) e incluso muy satisfectos (42%) con la modalidad laboral que la pandemia obligó a establecer masivamente. Además, más de la mitad (62%) quiere seguir teletrabajando tras la crisis.
Urrueco cree que el teletrabajo conecta con un "viejo anhelo": el de las personas que viven en las ciudades y que quieren irse al campo (del que no obstante pueden tener una "visión idealizada"). "La idea de trabajar en una cabaña en el campo, o trabajar en un pueblo o trabajar lejos de la capital, digámoslo así, es como una aspiración que ha estado ahí siempre durante décadas", dice.
Pero además de cumplir ese deseo, el teletrabajo rompió la lógica del control físico y del tiempo de trabajo, y demostró que era posible trabajar lo mismo, o más, desde casa. "Esa cultura [de la presencia en el trabajo] se apoyaba en la idea de que trabajar desde casa equivalía a ser menos productivos. Y eso se ha visto desmontado por la experiencia real del teletrabajo".
Ya sea por buscar espacios verdes cerca, por no ir al centro de las ciudades, por estar alejado de potenciales focos de contagios o por ahorrar tiempo de desplazamiento, el teletrabajo parece indicar el futuro, además de ser uno de los grandes descubrimientos (o confirmaciones) de estos meses. "Ha sido un antes y un después", indica Navalón, que sin embargo cree que habrá que seguir "trabajando en mejorar las condiciones".