Quique Bassat tiene 45 años, es pediatra y epidemiólogo clínico. Trabaja en el Instituto de Salud Global de Barcelona (IsGlobal) y en el hospital Sant Joan de Déu. Desde el inicio de la pandemia se interesó por la COVID y comenzó a investigar sus efectos.
En junio entró a formar parte de un grupo de trabajo junto a la Asociación de Pediatría Española para la reapertura de la Escolarización, del que ahora es el coordinador. Llevan todo el verano revisando los protocolos, con el fin de establecer recomendaciones concretas.
Bassat ha dedicado la mayor parte de su carrera a las enfermedades olvidades, especialmente a la malaria. En 2012 fue seleccionado entre los diez investigadores menores de 35 años más sobresalientes del mundo por la Joven Cámara Internacional (JCI), una organización fundada en 1944, que participa en las Naciones Unidas en la categoría de innovación médica.
Pregunta. Los niños vuelven a las aulas y los padres están preocupados. Miedo e incertidumbre son las palabras que más repiten. ¿Es realmente segura la vuelta al cole o se debía haber aplazado?
Respuesta: Creemos que la educación presencial es claramente mejor para la salud mental y física de los niños, que necesitan estímulos continuados, hacer algo activamente y no estar en casa con un ordenador. Necesitan relacionarse con otros niños y crecer en un entorno social. Si no fuera seguro no estaríamos abogando para que volvieran a las aulas.
Se deben tomar unas medidas básicas de protección. Publicamos las primeras recomendaciones a principios de junio y ahora las hemos actualizado. Son muy parecidas, lo único que hemos acumulado más evidencia científica en estos tres meses. Una de las cosas con las que había discrepancias, que nosotros proponíamos y que se ha acabado implementando es el uso de las mascarillas, en niños mayores de seis años.
Los grupos estables, las "burbujas de convivencia" se establecieron inicialmente para evitar que tuvieran que llevarlas en clase. Se entendía que de esta manera estaban más protegidos y se podía asumir el riesgo de no mantener la distancia física y de no llevar mascarilla. Ahora es universal que todo niño mayor de seis años tiene que utilizarla en nuestro país, igual que un adulto.
Aún así las aulas son un reflejo de lo que ocurre de puertas a fuera. Si siguen aumentando los contagios y no se controla, habrá transmisión también. Tenemos que asumir hasta qué momento es razonable mantener las escuelas abiertas; todo depende de la situación epidemiológica en ese barrio, municipio, ciudad, provincia o comunidad. Si sigue habiendo brotes tendremos que retroceder y volver a las distintas fases. Es evidente que las escuelas, restaurantes y oficinas serían los primeros en clausurar.
P: En el caso de los niños que van a cursar tercero de Educación Infantil, en enero empezarán a cumplir los seis años, aunque sus compañeros tendrán todavía cinco. ¿Se entiende que la debe llevar el niño desde el día que cumple seis años o todos los de una misma clase deben utilizarla a partir de entonces?
R: Todos los alumnos de ese curso deberían de llevarla desde que los alumnos empiecen a cumplir los seis años, independientemente de que los hayan cumplido o no. Hay que ser coherentes. El riesgo cero no existe ni cambia de un día para otro. Es una recomendación general.
P: Se están haciendo las pruebas a los profesores y se apela a la responsabilidad individual de los padres para que no lleven a sus hijos al colegio si creen que están enfermos. Pero es difícil detectarlo. Sabemos que a los niños les afecta levemente y que suelen ser asintomáticos, ¿no sería recomendable hacérse los tests la a los niños para descartar positivos y evitar posibles focos?
R: En España tenemos ocho millones de escolares. La PCR no es una técnica barata por lo que la estrategia debe ser efectiva: con los mínimos gastos ser lo más eficaces posibles. Detectar a los niños positivos sería un beneficio porque se les podría aislar pero hay que tener en cuenta que es una técnica invasiva, bastante desagradable y en muchos casos tampoco se detectaría.
Si los recursos disponibles fueran ilimitados lo ideal sería hacerles una PCR cada semana pero no estamos en una situación en la que podamos permitirnoslo, ni aunque quisiéramos.
P: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, aseguraba hace unos días que la mayoría de los niños se van a acabar contagiando, ¿es eso cierto, cuáles pueden ser las consecuencias?
R: Yo no creo que eso sea cierto. Según la encuesta epidemiológica que se hizo a nivel nacional con más de 65.000 personas testadas que incluía a niños, se demostró que tenía una incidencia de más o menos un 3%. Un mes más tarde se repitió y los datos no habían cambiado. Esto se hizo en el momento álgido, en abril o mayo, con los peores números y cuando el nivel de contagio era más alto.
No todo el mundo se contagia. Si fuera así podríamos confiar en la inmunidad de rebaño y en que el contagio generalizado podría proteger a los más vulnerables. Pero toda la evidencia indica que esto no es así y que la proporción de la gente que se infecta no es tan grande.
Hasta que no estemos todos vacunados tendremos que ir con mucho cuidado y sobretodo pensar que lo que estamos haciendo no es para proteder a los niños, sino para proteger a nuestros mayores y a los enfermos.
R: Los profesores deberán llevar material de protección y mantener rigurosamente las medidas dentro de las aulas. Son responsables de lo que ocurra, incluso con consecuencias legales. ¿Realmente es posible estar atento a lo que hacen los alumnos e impartir la materia al mismo tiempo?
R: Al principio va a ser complicado y eso puede generar un poco de ansiedad. Los profesionales de la educación van a sufrir un poco pero acabarán adaptándose a esta nueva situación. A nosotros nos pasó lo mismo con los primeros casos clínicos de coronavirus, hasta que nos habituamos. Luego te acostumbras a gestionarlo con día a día y aprendes tácticas o estrategias para que sea factible, llevadero y sin obsesionarse todo el día con la COVID.
P:Han anunciado la creación de la llamada figura del Coordinador COVID en los centros escolares y se está reclamando la vuelta de los enfermeros. ¿Cómo van a controlar posibles casos o brotes?
R: Ojalá que esta crisis sirva para revitalizar la figura del enfermero escolar, que históricamente ha hecho mucho por la salud de los niños y que ahora está muy devaluada, por desgracia. Su vuelta sería una de las cosas positivas, algo a tener en cuenta. No se le puede pedir a un docente que no está preparado que sea responsable de la salud de sus alumnos: si tiene que marcharse a su casa porque está enfermo o si deben hacerle una PCR. Esto debe ejercerlo una figura con formación sanitaria.
Aún así, es inviable que una sola persona se encargue de todos los niños, por ejemplo en un colegio de mil alumnos. Los profesores sí que pueden tomarles la temperatura con termómetros infrarrojos, no hace falta estar formado para eso.
R: Van a reducir las ratios, crear grupos burbuja, han adaptado nuevos espacios para poder guardar las distancias y habrá clases online pero los niños van a tener vida también fuera de los centros, en clases extraescolares o con sus vecinos. ¿Eso puede aumentar los riesgos?
R: Los adultos no nos planteamos si vamos a la oficina o a una tienda. Intentamos respetar las distancias, llevar mascarillas y mantener la higiende de manos. Los niños tienen que asumir los mismos riesgos que los adultos y volver a hacer vida normal.
Con los más pequeños será un poco más difícil al principio pero lo va a acabar aprendiendo igual. Es bueno que empiecen a retomar su vida, de la forma más ordenadita posible, intentando controlar con quién están pero es lo mismo que lo hacemos los adultos.
R: Especial preocupación tienen por ejemplo los padres que van a dejar a sus hijos en el comedor. ¿Supone un riesgo añadido?
R: Los comedores tienen dos factores de riesgo: mucho trasiego y el hecho de que se tengan que quitar la mascarilla. En circunstancias pre-covid en el comedor se juntaban cientos de niños al mismo tiempo, en espacios reducidos, pero ahora esto va a cambiar.
No pueden juntarse tantas personas en un espacio si no se puede garantizar la distancia de seguridad. Hemos propuesto que haya más turnos, que se habiliten otras aulas para que coman niños de unos grupos específicos, una correcta limpieza y manejo de las bandejas, cubiertos o vasos. Es el mismo riesgo que pueda tener un niño cuando va a un restaurante con sus padres.
P: ¿El confinamiento y la pandemia podrían suponer un retroceso o haberles dejado alguna secuela psicológica?
R: Los niños fueron los más perjudicados durante el confinamiento estricto pero lo han tolerado muy bien. Evidentemente ha habido algunos casos de mayor afectación psicológica pero han sido anecdóticos, no algo generalizado.
La mayoría de los niños están muy bien en sus casas, los más mayores desde que se acabaron los deberes. Tienen en mente que han sido unas vacaciones muy largas. Ahora ya saben que empiezan las clases y están ilusionados. También tienen ganas de estar con sus amigos y necesitan volver a la rutina. Ya están preparados.
P: Padres y personal docente tienen la sensación de que se ha apurado mucho y no se han dado unas instrucciones concretas hasta el último minuto. ¿Podía haberse avanzado antes?
R: La Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió unas directrices en el mes de mayo para todos los colegios del mundo, aunque se aplicaban sobre todo a los países de baja renta. Estas recomendaciones son muy sensatas y se incluyen en las recomendaciones nacionales.
Luego cada país ha hecho sus propias normas para una aplicarlas, implementarlas y ponerlas en marcha, que es lo que ha tardado más en llegar. La preparación de la vuelta al cole tenía que haberse cerrado desde junio. En eso no tienen excusa. Me consta que algunos directores por su propia cuenta y riesgo comenzaron a trabajar antes del verano. Pero vivimos en un país de vacaciones en agosto donde no parece razonable pedir que las cosas se terminen antes. Tendríamos que haberlo hecho mejor y con más tiempo, igual que otros países de Europa.