Son 8,6 millones de personas las que se encuentran en el espacio de la exclusión social, 1,2 millones más que en 2007. "Un incremento de la exclusión global de un 12% respecto al inicio del ciclo y de un 40% en la exclusión social severa, en la que se encuentran 4,1 millones de personas que viven en 1,5 millones de hogares", indica el informe.
Lo confirma también Pedro Cabrera, profesor de Sociología en la Universidad Pontificia Comillas, que explica que “la crisis no ha sido igual para todo el mundo” porque para bastante gente ha dejado “una huella más subjetiva”. El hecho de que una persona se vea fuera de la sociedad, te “incapacita en términos de autoestima”. Y, cuando la crisis va resolviéndose, “te deja mal situado, cuando no en una situación lamentable”, apunta Cabrera. De esta forma, la población en riesgo de exclusión más severa acaba “penalizada doble o triplemente”.
Según el informe de Cáritas, casi la mitad de la población está integrada socialmente. Un tercio está en precario. Un quinto, un 18%, permanece en la exclusión. La mitad de este quinto “ha visto profundizarse el abismo que les separa de las clases medias”, indica el académico.
Cabrera alerta de que "los más excluidos corren el peligro de que nos olvidemos de ellos” y se produzca “una crisis de solidaridad” porque la crisis no afecta ya a los más ricos y a las clases medias, “que han visto alejarse el peligro y pueden cortar amarras” con los que se han quedado atrás.
La vía de integración, según el profesor de Sociología, son dos:
-La capacidad económica, la renta obtenida mediante el trabajo, pensión o renta del paro. Pero esta vía está en peligro porque la integración laboral, con contratos temporalizados y precarizados, con un nivel salarial muy reducido, “no funciona”, explica Cabrera. "Lamentablemente muchos jóvenes, y menores, y mayores con pensiones más bajas viven con rentas mínimas insuficientes", añade.
-La segunda vía son las relaciones sociales, “el capital social (familiares, amigos, los que nos echan una mano)”. Para las personas en pobreza social, “esas relaciones están muy debilitadas, y las relaciones familiares también son muy débiles”, indica el profesor de la Universidad de Comillas.
Trabajadores pobres
Si atendemos a la primera vía, recuperado el crecimiento económico, se confiaba en que el empleo que se crea tuviera suficiente impacto sobre las situaciones de vulnerabilidad, pero no está teniendo el efecto deseado. “Sigue siendo cierto que contar con un empleo es la mejor forma de acceder a una situación de integración para las personas en edad de trabajar, pero la precariedad del mismo nos está conduciendo a un escenario en el que disponer de un empleo ya no es sinónimo de incorporación social”, indican desde Cáritas. “La recuperación no está llegando de igual manera a las personas y hogares en exclusión y además aumentan cada vez más los casos de exclusión más críticos”, destacan los datos de la ONG.
Cabrera recuerda que “crecer por crecer no garantiza la reducción de la desigualdad y la pobreza” ya que, las personas en situación de exclusión que, aun contando con empleo, atraviesan por graves aprietos en otras dimensiones es muy superior a la de la población general, llegando sus niveles de exclusión al 54,1% en el caso de la dimensión de la vivienda, al 50% en la de la salud y al 24,4% en la dimensión del consumo.
El que solo la mitad de los hogares con relación con el empleo logren una integración plena, evidencia una calidad del empleo insuficiente para cubrir las necesidades de los hogares. “Uno de los principales problemas del empleo creado en la recuperación es su marcado carácter temporal, como ha sucedido regularmente en las etapas expansivas de la economía española. El empleo con duración determinada está asociado a mayor inestabilidad, menores salarios y menores oportunidades formativas”, explica Cáritas.
Si el empleo no es suficiente, nuestro sistema de garantía de rentas (asistenciales) debería poder dar respuesta a esa situación. Sin embargo, el 5,1% de la población se encuentra bajo el umbral de la pobreza (monetaria) extrema. “No hemos conseguido montar un sistema de protección” lo que conlleva “un peligro de fractura interna”, indica Pedro Cabrera.
Pero el sistema de protección social está resultando claramente insuficiente para la reducción de la pobreza más grave, de aquella que afecta a las familias con menos recursos económicos, pero también con menos capital social que les permita compensar esta situación, es decir, la segunda vía de integración.
Debilitamiento de las relaciones sociales
“Ya se observan los límites a la mejora y la extenuación en los hogares en situación de exclusión, en los últimos cinco años, ha aumentado un 20% el aislamiento social en estos hogares. Sabemos que los apoyos familiares y de las relaciones de amistad son inelásticos, a partir de determinado momento donde se ha dado todo lo que se tiene o se puede ofrecer como ayuda, puede desaparecer sin que medie una degradación progresiva de la misma. Y esto es lo que sucede en las familias en situación de exclusión más severa. Y la posibilidad de recuperación es tremendamente compleja, por no decir prácticamente imposible”, apunta el informe.
Estado del Bienestar en construcción
Para Cabrera, hemos vivido en "una sociedad rica, pero en un Estado del Bienestar en construcción", muy lejos de las cotas de garantías de un auténtico Estado del Bienestar: “El crecimiento sin distribución no garantiza que se acabe con la exclusión social, y lo mismo ocurre con el crecimiento del empleo sin cambiar el tipo de empleo”, subraya.
Por ello apuesta por “políticas de aseguramiento de los derechos básicos para toda la sociedad” y recuerda que “no hay que confundir la inversión social con el gasto social. La inversión social no es solo reducir los gastos sociales”. Y concluye que “una sociedad cohesionada debe tener dentro a todos los que actualmente se sienten excluidos”.