Voces anónimas que llamaban al teléfono de la familia haciéndose pasar por Déborah o gritando “ya la tengo”, dos siluetas que frecuentaron el lugar donde apareció el cuerpo y que resultaron ser aficionados al parapente, una señora que dijo ver a la joven en un tren camino de Madrid, otros testigos que aseguraron verla en un bar de Vigo la noche de su desaparición, otro hombre que aseguró ver las piernas inertes de una persona saliendo de una furgoneta blanca en el campo de fútbol, un agresor sexual que acababa de volver a la zona tras cumplir condena y hasta el personal de un circo, que estuvo en la ciudad durante las fechas en las que desapareció la joven.
Esas fueron solo algunas entre la veintena de líneas de investigación que desde que arrancó la el caso hace ahora 20 años, ha seguido la Policía Nacional para tratar de esclarecer la desaparición y muerte de Déborah Fernández. El pasado viernes y por primera vez desde su muerte en 2002, el Juzgado de Instrucción número 2 de Tui tomó declaración como investigado al novio de la joven, que había prestado declaración ante la Policía al menos seis veces como testigo. Era el principal sospechoso desde hace años, pero las líneas de trabajo policial fueron diversas, en un calvario procesal por el que tuvo que pasar también la familia de la joven.
Débora Fernández, desaparecida en abril de 2002 y que fue encontrada muerta en una cuneta once días después de faltar de su casa. Durante ese tiempo, la familia publicó una línea telefónica para recabar las posibles pistas y pedir ayuda ciudadana. El resultado fue que la Policía Nacional tuvo que pinchar el teléfono de esa línea por dos razones: por un lado, el abogado que la atendía, contratado por la familia, comenzó a recibir llamadas a cobro revertido de una persona que lanzaba frases como “ya la tengo” antes de colgar. Por otro, varias mujeres llamaron a esa misma línea haciéndose pasar por Déborah. Los agentes identificaron las llamadas y descartaron que tuvieran interés para la investigación.
En octubre de 2002, los agentes de la comandancia de la Guardia Civil de Pontevedra comenzaron a recibir llamadas donde una voz de mujer comunicaba “en tono de nerviosismo” que tenía información sobre la muerte de Déborah Fernández. Al investigar el número del remitente, el titular de la línea señala que quien llamó pudo ser su hermana. De forma paralela, se recibieron también varias llamadas en la centralita del 092 de Pontevedra. Llegaban con un número de teléfono distinto y decían que la joven de Vigo había muerto a manos de un hombre llamado Carlos A, residente en Valladares “Que este individuo había sido novio de la comunicante y que tal extremo se lo había participado a ella, amenazándola con matarla si descubría esta conversación”.
En llamadas posteriores, la misma persona explicó que el autor tenía una furgoneta roja, aportó el modelo y la marca concreta y dijo que esta persona había secuestrado a la joven, la había trasladado a un descampado y tras violarla terminó con su vida con una piedra en la cabeza y “poniéndole una inyección”. En ese momento, los agente supieron que la versión era falsa ya que no coincidía con ninguno de los datos de la autopsia.
Los agentes rastrearon a la interlocutora, que aportó datos falsos pero una dirección concreta: la del presunto asesino. Al entrevistarle, se dieron cuenta de que el joven, panadero de profesión, llevaba cuatro años siendo acosado por una chica con la que había mantenido una relación y que en ese momento se encontraba en tratamiento psicológico. Ella era quien realizaba las llamadas, sin relación real con el caso. Esta misma chica era también la autora de las llamadas a la Guardia Civil, esta vez desde el número de teléfono de su pareja actual.
Los agentes siguieron también varias pistas distintas sobre el lugar donde fue encontrada Déborah. Por un lado, un vecino aseguró haber visto una Citroën C-15 por un camino comarcal a toda velocidad. El 14 de mayo de ese año, la Guardia Civil de Pontevedra recibió una llamada anónima que decía que había visto a dos personas en una C-15 “en situación de hacer el amor”, que después la chica se quedó por la zona y se identificó como Déborah, pero que luego se subió a otro coche y se marchó. El denunciante anónimo aportó incluso una supuesta matrícula, que no correspondía a ese modelo de coche. Los agentes determinaron que la llamada se hizo desde una cabina y el coche en cuestión era de un vecino de Vigo sin relación con el caso. Además, localizaron a 200 metros del cuerpo el mando de la puerta de un garaje, dentro de un monedero de una pescadería. Al final, resultó ser el fruto del robo de un vehículo a un residente de una localidad cercana. Algo similar sucedió con una multa de coche localizada cerca del cuerpo de Déborah, que resultó ser de una pareja que acudía con asiduidad al paraje para practicar parapente.
Cuando Déborah desapareció, los investigadores pusieron todas las hipótesis sobre la mesa. Incluso algunas realmente alocadas como que la joven fuera aficionada a los juegos de rol o hiciera uso de una ouija para invocar espíritus. En las primeras declaraciones de sus amigos, los agentes de la Policía Nacional preguntan en varias ocasiones por estas cuestiones, además del motivo por el que Déborah se había rapado el pelo meses antes. Nada tenía que ver con su desaparición. La chica no jugaba al rol, sus amigos cuentan que tenía miedo a la oscuridad y no quería dormir sola. Su corte de pelo, según las mismas fuentes, se produjo después de la muerte de su abuelo. También le gustaba teñirse de rojo, pero nada de eso tuvo relación alguna con su muerte.
La principal tesis del caso refleja que Débora fue vista por última vez con vida sobre las ocho de la tarde del día de su desaparición en la llamada curva del matadero, a escasos 600 metros de su casa. Sin embargo, en el sumario del caso aparecen testimonios de personas que dicen haberla visto esa misma noche en un bar con una mochila (quedó descartado) o incluso en un tren con destino a Madrid. Los agentes investigaron el pasaje, consultaron las cámaras de seguridad, identificaron a la mujer, pero no era Déborah. Otro de los testigos relata en 2003 que Déborah estaba la noche de su desaparición en un local de copas llamado Gobi. La Policía descartó también esa pista al confirmar que estaban allí esa noche varios amigos de la joven y negaron haberla visto. El local tenía solo 160 metros cuadrados, así que era imposible que pasara inadvertida.
Durante la investigación, los agentes de la Policía Nacional investigaron también lo ocurrido a los alrededores de las instalaciones del Circo Italiano, que en las fechas de la desaparición de Déborah estaba asentado en Vigo. Según su testimonio, el personal de una cafetería les había dicho que los empleados del circo habían detectado a una persona “en actitud vigilante” mirando frente a la discoteca Spectra, en una zona muy cercana donde desapareció la joven.
La Policía Judicial tomó declaración al representante del circo, que confirmó esta versión y aseguró que era una persona que esperaba dentro de un coche pequeño de color blanco, “pudiendo ser un ford fiesta”. El hombre “moreno, sobre los 30-35 años, complexión fuerte y pelo rapado” fue interpelado por el testigo para que se fuera. En ese momento el hombre le aseguró que estaba allí por un asunto “de amores, que estaba esperando a una chica”. Eso fue el día que desapareció Débora, pero dos horas después de que fuera vista por última vez con vida.
El 8 de mayo de 2002, un ciudadano de Vigo llamado D.R. y aseguró que el 30 de abril, mientras circulaba por la carretera de Canido con dirección a su negocio, vio junto a los campos de fútbol do Vao. “Desde su posición pudo observar como por la puerta delantera derecha de la furgoneta, entreabierta, asomaban los pies de una persona, cubiertos por lo que identifica como unos calcetines blancos. Las piernas que pudo ver estaban completamente rígidas, por lo que asocia este detalle a que pudieran estar sujetas, si bien no observó ninguna atadura.
Por lo que pudo ver, aquellas piernas estaban cubiertas por una prenda oscura, ajustada, que bien pudiera tratarse de un pantalón vaquero o de otro tipo”, refleja el testimonio, que mantuvo después haber visto la cabeza de una persona inmóvil junto al asiento del copiloto “o incluso en el hueco que hay entre el asiento y el salpicadero” mientras adelantaba. “se mantuvo una intensa vigilancia sobre ese lugar, al objeto de detectar algún vehículo o persona cuyas características fueran coincidentes con las aportadas por Daniel, sin que se haya obtenido ningún resultado que permita relacionar a alguien, en concreto, con los hechos investigados”, explican los agentes en sus informes
El propietario de un taller de fontanería relata como uno de sus amigos cree ver presuntamente a Déborah subir a un coche de color azul, posiblemente un Megane, en el momento de su desaparición. Dijo incluso haber visto a la joven discutiendo con un varón en la Curva del Matadero, donde desapareció y que ese individuo, con ayuda de otro, la habrían introducido en ese Renault. “Se trata de un individuo un poco fantasioso”, reflejan los informes sobre este testimonio, que había contado el hecho a varios vecinos de la zona pero se desdijo al llegar a la Policía Nacional. Su hermano contaba en privado la misma versión.
Sin embargo los agentes siguieron la pista del coche azul, y preguntaron a los vigilantes de seguridad de la zona. Uno de ellos tenía apuntada la matrícula de un coche que había visto con asiduidad, pero era la de un Citroën-ZX. La identificación les llevó hasta una persona con antecedentes por “malos tratos en el ámbito familiar” y denunciado en 1985 por “abusos deshonestos” a una menor. “Continúa siendo investigado ya que en fechas próximas a la desaparición de Déborah, desapareció del domicilio conyugal y paterno”, refleja un informe policial firmado en 2009.