Pedro Morales Barrero, entre los 3.750 pacientes de IFEMA: “No me he curado, sólo he sobrevivido"
"Entras en un hospital y piensas: o vives o mueres. No sabes cuánto puedes durar o si vas a salir de ahí"
"Se mezclaban muchas emociones, muy intensas y acababan saliendo las debilidades de cada uno pero también cosas bonitas"
"No tiene precio lo que hacen, se juegan la vida, nos ayudan, nos animan, dejan a sus familias”
Pedro Morales Barrero tiene 54 años. Casado y padre de un hijo, vive en castizo barrio de Aluche, en el distrito de La Latina. El 16 de marzo empezó a sospechar que tenía COVID-19. Nueve días después ingresó de urgencia en el hospital Gómez Ulla, con una neumonía.
Era el momento álgido de la crisis sanitaria. Un centenar de personas morían diariamente de media en los hospitales de la Comunidad de Madrid, la más sacudida por la pandemia. Había 3000 enfermos esperando una cama. El 23 de marzo llegaban los primeros pacientes al hospital de campaña de IFEMA, levantado a contrarreloj por la Unidad Militar de Emergencias (UME), bomberos y voluntarios.
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Este viernes echa el cierre, después de 40 días en funcionamiento. Sólo quedaban 30 pacientes, que van a ser trasladados a otros centros o pueden volver a casa. Ahora queda desmontar y desinfectar los pabellones de este recinto ferial, convertido en el mayor hospital de España de forma provisional y en el que Pedro también estuvo ingresado.
Fue uno de los primeros pacientes en llegar al pabellón siete y pasó allí una semana hasta que recibió el alta. El último día quiso grabar un vídeo para recordar aquellos momentos y agradecer el trabajo de los profesionales que le han salvado la vida.
Me hicieron placas y detectaron que tenía una neumonía que me afectaba a los dos pulmones
Ya en casa lo editó con su ordenador y el resultado lo ha colgado en Youtube, bajo el título "Muchas gracias a todos". Es como una pequeña ventana que permite asomarse y ver escenas que se convirtieron en cotidianas para para los 3.750 pacientes que combatieron contra la enfermedad en este lugar, emblemático en la capital.
Va acompañado del siguiente mensaje: "Este video es de mis últimas 24 horas en IFEMA, después de haber estado ingresado también en el Hospital Gomez Ulla. Es mi pequeño homenaje y agradecimiento a todos los que luchan contra el COVID-19. No tiene precio lo que hacen, se juegan la vida, nos ayudan, nos animan, dejan a sus familias."
Ha pasado un mes y medio desde el llamado ‘día cero’ y afirma: “No me he curado, sólo he sobrevivido”. Todavía le queda un largo camino por delante. La recuperación va a ser lenta. Física y psicológicamente.
Su madre tiene 89 años. También ha sido víctima de este mal. Ingresó en el hospital dos días después que Pedro, en una planta más arriba. Allí continúa, 35 días más tarde aunque su evolución es favorable. “Si a mí me va a costar salir de esto, ella no sé cómo va a quedar”, lamenta.
Los primeros síntomas
Pregunta: A principios de marzo comenzaste tener síntomas, ¿cómo empezó todo, cómo te diste cuenta de que tenías coronavirus?
Respuesta: Yo empecé con malestar, desganado, cansado, la voz tomada y algo de tos. Era como una alergia. El 16 de marzo - que para mí es el día cero- ya no podía más. Tenía fiebre, era como si se me quemara la piel por la espalda y por los brazos. Me dolía todo el cuerpo, no me podía poner en pie. Había perdido el olfato y el gusto, estaba con diarrea y no podía comer. Sentía mucha fatiga, me costaba respirar. Me encontraba fatal. Sin fuerzas.
Llamé al centro de salud y me dieron cita para que acudiera. Me auscultaron, no notaron nada, saturaba bien y me mandaron otra vez a mi casa. Pero a mí me seguía doliendo y después de aguantar cinco días más volví a llamar. Vieron que ya no saturaba. Me hicieron placas y detectaron que tenía una neumonía que me afectaba a los dos pulmones. Me pidieron que cogiera un taxi y me marchase al hospital.
Ingreso de urgencia
P: El 24 de marzo ingresaste en el hospital Gómez Ulla, el mismo en el que permanecieron en aislamiento una veintena de españoles tras ser repatriados de Wuhan cuando se descubrió el virus en China, aunque recibieron el alta médica el 13 de febrero. ¿Cómo fueron aquellos momentos, separarte de tu familia sin pasar por casa, sin saber qué iba a ocurrir?
R: Cuando ingresé el panorama era bastante dramático. La mayor parte de los enfermos tenían entre 35 y 50 años y eso me hacía pensar que si otros más jóvenes, con menos síntomas y achaques que yo no lo superaban, yo no iba a poder salir.
Me pusieron en una habitación con otro hombre, que estaba ya recuperándose y a los pocos días le dieron el alta. Yo estaba agotado, con la ayuda de oxígeno, no podía ni contestar los whatsapps. Tampoco podía llamar a mis seres queridos por dos motivos: uno, el no tener fuerzas y otro el no saber qué decir, podía ser una despedida.
Me entraban unos ataques de tos muy fuertes, una tos seca que me salía de dentro y me dejaba destrozado, con dolor en las costillas y en los músculos. Estaba deshidratado. Tenía que beber dos litros como mínimo de agua al día, por prescripción médica. No sabía ni cómo ponerme en la cama, buscaba una postura pero me dolía todo. Me ardía el cuerpo por la fiebre, era una sensación de sequedad constante, en la garganta y la boca por el oxígeno.
Estaba todo el tiempo tumbado y no me apetecía ni hablar. Le daba vueltas a la cabeza. Todo se me hacía incómodo. No descansaba nada, no era capaz de dormir. Los medicamentos se habían agotado por falta de suministros y tenían que esperar, no sabían cuánto tiempo.
Hubo momentos en los que pensaba que no iba a aguantar. Lo he hablado con muchas personas y a todos nos ha pasado por la mente la misma idea. Entras en un hospital y sólo piensas: o vives o mueres. No sabes cuánto puedes durar o si vas a salir de ahí. Tu familia tampoco puede ir a visitarte y eso te hace sufrir más porque te sientes solo, lejos de todo el mundo y sabes que ellos también lo están pasando mal.
El traslado fue traumático. Daba la sensación de que éramos los apestados
Los sanitarios iban con unos trajes de protección muy gordos, unos blancos y otros amarillos. Llevaban mascarillas, guantes y las gafas, que se les empañaban y ni siquiera les veías. Sus pisadas se escuchaban por los pasillos. Alguna vez oías aplausos y eso era porque a alguien le habían dado el alta. Pero cuando veías mucho movimiento y que todos corrían ya sabías que era lo peor. Alguien nos había dejado.
Yo veía que me estaba apagando, que me consumía. He perdido 15 kilos. Creía que me iba a morir, que siempre había estado trabajando y ahora que iba a empezar a disfrutar de la vida me iba a ir de esta manera.
Con el tratamiento empecé a mejorar. Una semana después no tenía fiebre, podía levantarme, incluso andar por la habitación pero seguía con oxígeno porque no saturaba bien. Entonces abrieron el hospital de campaña de IFEMA y decidieron que los pacientes menos graves fueran derivados allí.
Una semana en IFEMA
P: Esos traslados entre los hospitales y el IFEMA los hacía la UME y Samur- Protección Civil en autobuses cedidos por la EMT. ¿Cómo fue aquel trayecto?
R: El traslado fue traumático. Me llevaron en una silla de ruedas hasta un autobús, en el que había más enfermos. Daba la sensación de que éramos los apestados. Nosotros con nuestra ropa y con mascarillas, los asientos forrados con plásticos y el resto enfundados en sus trajes de protección, enmascarados y tapados por completo, hasta el conductor.
Miraba por las ventanas y veía la calle. No había vida, no veías ni pájaros. Pensaba, ¿y ahora qué va a pasar, esto es el fin?. Era muy angustioso. Parecía que estábamos en Chernóbil, en un mundo desolado. Mi hermana me llamó por teléfono en el camino y tuve que colgarla. No era capaz de hablar con ella.
Entonces llegamos a IFEMA. Acababa de inaugurarse el pabellón siete. Fui de los primeros en estrenarlo. Allí al menos podías moverte, veías a más gente y hablabas con ellos. De pronto tenías como una vida social. He hecho algunos amigos.
Veías que cada día iban poniendo algún detalle: un pulsador, un flexo, no estaba terminado. En mi zona no había enfermos demasiado graves. Había un chico que tenía fiebre pero estaba en su cama muy tranquilo. Alguien por detrás con ataques de tos pero ya veías que se podía salir, que había un futuro.
En IFEMA nunca se apagaba la luz. Por la noche iban bajando algún grado, poquito a poco hasta que te quedabas en penumbra. Yo me hice un antifaz con la funda de una almohada. Pusieron estanterías con libros y pasatiempos. Ninguno teníamos boli así que una celadora trajo un montón de su casa. Vivías pequeñas anécdotas.
Yo le decía a mí médico: No me quiero ir porque no quiero volver más
A mediodía se escuchaba el himno nacional en homenaje a los caídos y a las ocho de la tarde había aplausos y sonaba el ‘Resistiré’ para agradecer el trabajo de los sanitarios y apoyar a los enfermos. Estuve allí una semana y casi no había hecho fotos. Alguna mía para enviársela a mi familia y que no se preocuparan, pocas videollamadas para que no vieran mucho cómo era aquello. Siempre intentaba sonreír. Simplemente lo hacía para que vieran que ahí seguía.
Hasta que terminé el tratamiento y me iban a dar el alta. Era el último día y me levanté de la cama para ir al baño. Coincidió con el momento de los aplausos. En IFEMA no había diversión, la gente no estaba bailando ni cantando. Todos los trabajadores pasaban muchas horas sin parar, días seguidos sin descansar, expuestos al máximo riesgo y tomándoselo todo con mucha seriedad. Esos eran los únicos momentos donde los podías ver un poco más animados, donde se lo permitían por unos segundos y se lo merecían. Así que empecé a grabar.
En el vídeo sale una sanitaria que se había marchado a un hotel para no contagiar a su familia. Me contó que después de trabajar se iba y se encerraba sola en la habitación hasta que regresaba el próximo día. Muchos profesionales estaban en la misma situación,esos pabellones eran los únicos lugares donde se relacionaban con otras personas.
Se mezclaban muchas emociones, muy intensas y acababan saliendo las debilidades de cada uno pero también cosas bonitas. Otra mujer dice en el vídeo que ya no quería verme más por allí e irónicamente me preguntaba si no me iban a echar ni con agua caliente. Cuidó mucho de mí.
Yo le decía a mí médico: No me quiero ir porque no quiero volver más. Me da lo mismo irme mañana pero sabiendo que estoy mejor que ayer. Ya no tenía prisa, sólo quería saber que lo había superado. En los ojos de los pacientes se refleja la enfermedad, se nota en la mirada. El chaval que habla en el vídeo llevaba poco tiempo y no lo había llevado mal. Se le nota al hablar. Te quedas un poco tocado.
Por eso quería rendir un homenaje a los profesionales que trabajaron allí, a su dedicación, su esfuerzo y sacrificio. Yo no sé si sería capaz de hacer lo que hacen ellos. También a los que han pasado por esto, es muy duro de verdad. Este vídeo es un bonito recuerdo del horror de esta enfermedad. Por eso decidí compartirlo en las redes.
Lenta recuperación
P: Regresar a casa sería tu mayor deseo. ¿Qué es lo primero que hiciste, te han dado alguna pauta?
Un capellán que es amigo mío del barrio me trajo hasta mi casa. Cuando llegué a mi bloque, mi hijo me iba abriendo todas las puertas hasta que llegamos para que yo no tocara nada. Cogí toda la ropa que llevaba puesta, hasta el abrigo, los zapatos y unas plantillas que estaban hechas a medida en el descansillo, nada más entrar. Lo metí en bolsas de basura, las cerré bien y le pedí que bajara a tirarlo.
Cuando te dan el alta no significa que te has curado. Esto no se acaba así de un día para otro. Ahora tengo que recuperarme. Por lo general me encuentro bien aunque estoy todo el tiempo pendiente de si tengo fiebre, de una flema, de si me duele esto o tengo un pinchazo aquí. Todavía estoy sin fuerza, me fatigo mucho si hago el más mínimo esfuerzo. El otro día fui a afeitarme después de tanto tiempo y me temblaban las piernas, casi tengo que dejarlo.
He pasado dos semanas de cuarentena, aislado, solo en una habitación sin salir para nada. Era como mucho de la ventana a la puerta y de la puerta a la ventana. Ahora nadie sabe cómo evoluciona esta enfermedad y ese es el problema. No sabemos qué va a pasar.
Creen que todo ha pasado y no se dan cuenta de cómo es el virus y de que sigue habiendo peligro
Un médico me llamó por teléfono el otro día para ver qué tal estaba, hacen un seguimiento. Le estuve contando que a mí me gusta montar en bici y me respondió: “Bueno, a ver si para el verano puedes”. Yo pensaba que era por el confinamiento pero ahora me doy cuenta de que no era por eso. Yo no estoy preparado, los médicos no son tan optimistas.
Ahora tengo miedo de salir a la calle. Veo a la gente que sale a los parques, hace corrillos, se tocan, se pegan unos a otros. Creen que todo ha pasado y no se dan cuenta de cómo es el virus y de que sigue habiendo peligro.
Mi madre con 89 años ingresó dos días después que yo en el hospital Gómez Ulla, una planta más arriba. No sabemos si nos contagiamos el uno al otro o por separado, aunque yo había dejado de ir a verla antes de tener síntomas. Todavía sigue ingresada. De momento parece que lo está superando pero veremos cuándo sale, cómo se queda y si se recupera.
Mi mujer es peluquera. No puede ir a ver a su madre pero el lunes va a empezar a peinar a desconocidos. ¿Entonces si su madre va a la peluquería sí puede verla? A mí no me han hecho el test, ni sé si tengo anticuerpos. A ella tampoco, ni a mi hijo. No sabemos si se han contagiado, si han sido asintomáticos, nada de nada. Por si acaso no podemos bajar la guardia y hay que extremar las medidas.
Me han preguntado cien veces que cómo me he podido contagiar. No lo sé, nadie lo sabe, puede haber sido cualquiera o muchas personas. Ahora no quiero salir porque me da miedo tocar algo y poder contagiar al resto, o que me contagie y vuelva a recaer.
La gente tiene que ser consciente del peligro y ser responsable. No se puede salir a la calle como si no ha pasado nada. La desescalada tiene que estar muy controlada porque no podemos ir para atrás y vivir más este tipo de situaciones. Tendrá que pasar mucho tiempo antes de poder decir que ya nos hemos curado.