Puede parecer un síntoma banal, pero imagínese que lleva año y medio comiendo detergente. O que se le queman cosas al cocinar y no las huele. O que se sale el gas y no lo nota. Es la vida de María Victoria, Mavi, desde hace año y medio. Perdió el olfato y el gusto por la covid en marzo de 2020 y no los ha recuperado del todo.
Ha adelgazado cinco kilos (y ella ya era delgada), envuelve la comida en pan para poder ingerirla porque es lo único -el pan- que no le sabe a producto químico. Debido a la anosmia que padece, etiqueta todos los alimentos con la fecha de apertura, porque no sabe si están malos como hacemos todos los demás, por el olor. Y ha instalado detectores de humo y de gas en su casa, para no sufrir percances cuando se queda sola.
"Me he ido adaptando, no me queda otra. Al principio lo llevaba mal, es frustrante. Pero he decidido que esto no me puede parar", cuenta a NIUS esta madre madrileña. Hasta esta aceptción ha peregrinado por todos los estados de ánimo y por muchos médicos. Su esperanza es el último ciclo de entrenamiento olfativo del hospital Clínico San Carlos: después de él le darán el alta, esté como esté, porque no se puede hacer más por ella.
María Victoria Cambronero empezó el confinamiento de marzo de 2020 con síntomas de covid, solo que aún ni los médicos sabían que perder el olfato y el gusto era tan característico de la infección por SARS-CoV-2. Pero sí, era covid. Se recuperó de todo, menos de la pérdida de olfato y gusto. "Yo iba sumando días y todo seguía igual. Me pasé dos meses sin oler ni saborear nada, cero. Pero a los dos meses empezaron a llegarme malos olores, a saberme mal la comida. Cosas muy absurdas como una pechuga de pollo, que no sabe apenas, a mí me sabía a petróleo", recuerda María Victoria. Padecía parosmia.
"Es como si todo me oliera a tabaco, la comida era como ingerir un producto químico. Lo único que no me sabía a nada era el pan asi que me hacía bocadillos enormes, con mucho pan, para enmascarar. Y así estuve más de seis meses", prosigue su relato. Un tiempo en el que pasó de pesar 60 kilos a pesar 55, y eso que ha engordado en los últimos meses. Pero mide 1,71m, así que su índice de masa corporal roza el peso insuficiente.
María Victoria peregrinó de otorrino en otorrino. Una de ellas le recomendó practicar a oler talco y otras fragancias "a lo rústico, con botes comprados por mí y productos que metía dentro yo misma. Me llegaron a hacer una resonancia craneal en la que no salió nada".
Le llegaron a dar el alta y le recomendaron paciencia, porque era tiempo hasta que se fuera recuperando. Pero ella no dejó de buscar y encontró un grupo de terapia específica para recuperar el olfato en el hospital Clínoico San Carlos. "Aquí comenzó el entrenamiento propiamante dicho: te dan unos botes de fragancias y unas libretas en las que tienes que ir apuntando tus sensaciones al oler durante un rato cada día. Así he estado varios meses, y ahora me han hecho un test olfativo en el que se nota que he mejorado, pero no recuperado del todo", explica la mujer. Porque María Victoria ya distingue olores, pero no son los mismos de antes.
"Por ejemplo, en el test reconocí el plátano, pero porque he aprendido a diferenciar el nuevo olor del plátano, cómo lo huelo yo ahora, que no es el olor normal de la fruta", relata. Después de los meses que tiene que pasar entrenando con las últimas fragancias, no hay más terapias, ni tratamientos. No hay más que hacer. Lo bueno es que la comida ya no le sabe tan mal y es capaz de comer algo más. "Es difícil porque se come muchas veces al día y es un rato desagradable", lamenta. "Tienes hambre y te metes algo en la boca y te sabe fatal", cuenta, intentando que nos pongamos en su lugar.
Perder el sentido del gusto y del olfato ha obligado a María Victoria a hacer también adaptaciones en su día a día. Ya no cocina, y menos para su hijo pequeño, porque no es capaz de saber si la comida está buena o mala, si se ha pasado de sal, si se ha quemado. Así que se compró un robot de cocina "para que vaya todo medido y no tenga que probarlo para asegurarme de que está rico lo que cocino".
Además, pone fecha a todos los alimentos que abre, para tirarlos si han pasado muchos días, porque no distingue la comida en mal estado. Una vez quemó una pizza en el horno hasta carbonizarla, así que su pareja ha instalado un detector de humo y otro de gas que pitan si algo se quema o hay una fuga de gas. "Cuando estoy sola lo enciendo para no correr peligro", cuenta.
¿Cómo afecta la covid al olfato? Secundino Fernández, especialista de Otorrinolaringología de la Clínica Universidad de Navarra, explica que "las células olfatorias primarias, el bulbo olfatorio, son las únicas células del sistema nervioso central que están en contacto con el aire. Y se ven afectadas por el virus, que encuentra en ellas la puerta de entrada al sistema nervioso central: la proteína del virus se adhiere muy intensamente a las células olfatorias primarias, quedan más dañadas".
El neurólogo Jesús Porta ahonda en el mecanismo de ataque del SARS-CoV-2 al olfato: "Este virus, cuando entra, tiene la facilidad de atacar el neuroepitelio olfativo, que es lo que sujeta a unas neuronas que están en la nariz. Es decir, es como que en la nariz tenemos un trozo de cerebro muy pequeñito que genera el sentido del olfato. Y el virus lo ataca".
Así que el coronavirus provoca en las personas, respecto del olfato, varios efectos:
"Alrededor del 90% de los pacientes de parosmia y de hiposmia (pérdida parcial de olfato) se recuperan", afirma Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología. Algunos, la mayoría, sin necesidad de intervención médica. "Espontáneamente las células olfativas se suelen regenerar en unos dos meses. Por eso se espera al menos ese tiempo para empezar el entrenamiento olfativo. Si en dos meses el olfato no se ha recuperado por sí solo, se necesita rehabilitación", explica Secundino Fernández