En los momentos más duros del confinamiento, cuando sólo podía ver el exterior desde una ventana de un tercer piso, mi hija de seis años me arrancó la promesa de ir al Parque Warner "en cuanto se vaya el coronavirus". Así que cuando con la nueva normalidad abrieron los parques de ocio de Madrid, decidimos cumplir el capricho de la niña, tras advertirle que el coronavirus no se ha ido.
Mentiría si dijera que no teníamos miedo: al contagio, a contagiar, a no poder controlar a nuestro otro hijo, de solamente tres años, a las aglomeraciones. En definitiva, miedo de volver a la normalidad, aunque ésta sea tan diferente a lo que hemos vivido antes. Reservamos las entradas online, porque el aforo está limitado al 50% y puedes encontrarte con que llegas y no hay hueco. Ya en la entrada se nota que muchos todavía no se animan a ir a parques de ocio: por la gente que se ve, dudo mucho que se llegue a esa mitad de ocupación. Pero hay cola, porque solamente están habilitados dos puntos de entrada. Y precisamente en la cola notamos que hay cosas que no pueden controlar: la gente se arrima, tiende a arrimaapelotonarse, confunden una distancia de al menos metro y medio con medio metro.
Eso sí, el despliegue de personal es enorme, hay que reconocerlo. En cada fila un operario indica a cada grupo de visitantes por qué torno pasar, y nos encontramos el primer dispensador de gel hidroalcohólico. Si a alguien le da alergia o le agobia tener las manos permanentemente impregnadas de gel, mejor que no vaya a los parques. Para cada tienda, baño, restaurante y atracción hay que lavarse las manos. Sumen el número de veces que pueden tener que frotarlas a lo largo de un día.
El calor aprieta, y las fuentes están cerradas. Se puede comprender, por el virus, pero con temperaturas de casi 40º en Madrid hidratarse es necesario, y más de uno se cabrea cuando intenta beber y no sale agua. No queda más remedio que rellenar la botella en un baño o comprar (a 1,90€ la unidad) botellas de agua en las máquinas dispensadoras. Y refrescarse en alguna de las atracciones de agua, aunque son las que más cola tienen, claro.
Porque el ritmo de acceso se ha ralentizado con la limpieza. Los empleados (bendita paciencia la suya) suelen vigilar que cada usuario lleve la mascarilla, se lave las manos, y limpian las zonas de más contacto de las atracciones: las agarraderas, los asientos... Eso tras cada persona que las usa. Así que el tiempo entre uno y otro viaje aumenta. Y la cola crece, crece, crece... Porque, además, el aforo en las atracciones está también limitado: no se ocupan todas las filas, ni todos los asientos. Me imagino las esperas si elparque estuviera al 100% y, a pesar de los 35º, me dan escalofríos.
La mascarilla agobia, mucho. Pero casi todo el mundo la lleva, y a quien no, se lo recuerdan: "Chicas, las mascarillas", le pide un camarero a un grupo de adolescentes en la cola de una cafetería. La gente suele aceptar las limitaciones de esta nueva normalidad, pero también hay quien protesta. En el tiovivo de los Looney Tunes (la zona infantil) un hombre quiere montar juntos a todos los niños que vienen con él, y la supervisora le explica que, por mucho que vayan juntos, debe montarlos en los muñecos habilitados para uso. Y el hombre protesta, mucho. La mujer explica que tiene que limpiar cada asiento y agarradera de cada personaje en el que se monte alguien, que la espera sería mucho mayor si tuviera que limpiarlos todos (hay unos 30 caballitos en ese tiovivo) y que por eso sólo permiten montar en los que están marcados con un punto rojo. Pero hay quien no atiende ni a esos argumentos: "Pues que contraten más gente, si vamos juntos ¿por qué no podemos montarnos juntos?", espeta el hombre.
Uno de los momentos que más me suele agobiar en este tipo de parques que no permiten llevar comida propia es encontrar una mesa con sombra, o en el interior con aire acondicionado, mientras me ruge el estómago. Pero ahora la nueva normalidad. A la puerta del restaurante que elegimos había que guardar cola, y sólo se podía entrar por un acceso y salir por otro. Hasta siete empleados organizaban a los clientes: una para la fila, otra para la entrada -"por favor, échense gel"- otro para indicarte en qué mesa puedes comer -y limpiarla, y advertirte: "Al acabar no recojan nada, nosotros lo hacemos"- otro para solicitar el menú en una máquina -esto es buena idea, así no todos tocamos la pantalla táctil- y los camareros que te sirven la comida.
La comida es la de siempre, y las filas son eternas, más que antes. Pero se agradece poder quitarte la mascarilla un rato, y respirar hondo. Porque es el único sitio del parque donde te lo permiten. Bueno, ése y la visita a uno de los personajes de la marca, que se hace mediante cita previa. Uno de los espacios tematizados del recinto permite hacerte fotos con Bugs Bunny -a metro y medio medido por los empleados- en lo que llaman La Casa de la Abuelita de Piolín... Vale, hay que pedir cita, pero aquí hay aire acondicionado, la desinfectan antes de cada grupo de visitantes y puedes entrar sin mascarilla. Mi hijo de tres años pregunta: "¿podemos quedarnos aquí un rato más?"
Es una de las experiencias que nos ha robado el coronavirus: la interacción con los personajes de la marca Warner. El pequeño es fan absoluto de Batman, y lleva toda la mañana pidiendo "darle un abacho". Pero no está permitido. Los actores se acercan, con una valla de por medio, ponen su mejor pose de superhéroes y tú haces la foto a otros dos metros de distancia. Menos mal que el niño al final ha tenido una pájara y se ha muerto de vergüenza al ver a su ídolo.
Muchos de los espectáculos están también suspendidos, en concreto todos los desfiles y shows en los que no se pueda controlar el aforo. Solamente se realizan en teatros, con un tercio de los espectadores, ocupación sólo de filas alternas y empleados acomodándote en tu sitio. Imaginen las colas, de nuevo. Esto de la nueva normalidad nos va a enseñar, sobre todo, paciencia. Total, para que mis hijos hayan querido salirse a la mitad de la performance de los especialistas de Loca Academia de Policía porque había mucho ruido... Habrá que tirar otra vez de paciencia y no enfadarse.
Al menos salirnos a la mitad de un espectáculo que, a pesar de las restricciones, congrega a 800 personas, nos permite comprobar que el parque, a las siete de la tarde, se queda semivacío. De hecho, muchos restaurantes no han abierto, o solamente dan comidas. La empresa los abre según la ocupación, y pocos son aún los que se atreven a venir. Hablando con la gente, nos damos cuenta de que la mayoría son usuarios que tienen un abono anual, y que vienen a pasar ratos, incluso sin quedarse a comer. Me da la sensación de que somos de los pocos que han hecho la inversión que supone pasar un día entero en un parque de atracciones.
Pero, a pesar de todo, hemos tenido sensación de estar seguros. Al menos en su primera semana abierto -habrá que verlo con más gente, más relajación de los miedos y más tiempo de uso-, y gracias a que el aforo es la mitad del habitual, la limpieza es constante, los baños están mejor que nunca, los restaurantes más limpios... Y lo más importante es que nuestro objetivo está cumplido: la sonrisa de mi hija no la tapa ni la mascarilla.