El testimonio de un ludópata rehabilitado: "Pensé en dar tirones de bolsos. Era un yonky del dinero”
Santiago comenzó a jugar con 14 años, con 19 había perdido totalmente el control y ahora, ya rehabilitado, ayuda a otros jóvenes adictos
Ana empezó a ir a un local de apuestas con su familia, con 18 años, y acabó perdiéndolo todo y con una deuda de 20.000 euros
Así es el 'retrato robot' del ludópata: un hombre, de 36 años y que ha empezado a jugar a los 19
Es para muchos la gran adicción del siglo XXI. Quienes la han vivido en primera persona hablan de una enfermedad silenciosa, que aisla y que destruye familias. La ludopatía es un problema creciente, especialmente entre los más jóvenes. Los sonidos, los colores, los mensajes. Todo está perfectamente pensado para generar satisfacción en el jugador. Pero lo que comienza siendo algo divertido acaba en auténticos dramas económicos y personales.
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Nadie mejor que Santiago Caamaño es capaz de explicar cómo la adicción a las apuestas online puede arruinar una adolescencia. Empezó apostando con solo 14 años. Primero en pequeñas timbas que organizaba con sus amigos. Luego se pasó al póker online, al mismo tiempo que metía su primera moneda en una máquina tragaperras. “Tuve la mala suerte de ganar dinero esa primera vez”, explica. Con 16 años ya estaba tan obsesionado con el juego que mintió a su madre para poder quedarse en casa y apostar desde el ordenador que tenía en su habitación. “Falsifiqué las notas. Le hice pensar que había suspendido, que me habían quedado dos asignaturas para septiembre cuando, en realidad, había aprobado todo. Yo solo quería quedarme en casa tranquilo durante el verano, que mi madre pensara que estaba estudiando cuando, en realidad, estaba jugando”, confiesa.
Poco a poco, sus ansias por jugar y ganar dinero le llevaron a las apuestas a través de Internet. Sin darse cuenta, con 19 años, ya estaba completamente enganchado. Dejó la carrera universitaria que había comenzado. Pasaba las 24 horas del día pendiente de sus apuestas. No dormía para controlar los resultados. Ponía la alarma constantemente para despertarse y saber si ganaba o perdía. “El 80% de las apuestas las hacía a partidos de tenis, porque era más rápido, más inmediato obtener resultados”, explica. Santiago llegó a ganar 13.000 euros en un día, cantidad que perdió en solo dos horas apostando de nuevo. “A veces ganaba 3.000 o 4.000 euros, pero hasta que lo perdía todo no paraba”, asegura.
Las apuestas le hicieron perder el control de sí mismo. Llegó a robar para poder seguir jugando. “Pensé en dar tirones de bolsos. Era un yonky del dinero”, cuenta. Su adicción llegó al punto de sustraer a sus compañeros de piso las cuotas mensuales del alquiler. También de decirle a su madre que había perdido el móvil cuando la verdad es que lo había vendido. Incluso, llegó a estafar a la empresa para la que trabajaba. “Cuando viajaba, me pagaban el gasoil del coche. Llegué a llamar a clientes para pedirles que dijesen que había estado allí cuando, en realidad, me iba a una sala de juegos. Después, iba por las gasolineras recogiendo los tickets que me encontraba por el suelo para fingir que eran míos y que me los pagaran”, asegura.
Con 24 años tocó fondo. El volumen de apuestas era cada vez mayor y se vio acorralado por las deudas. “Trabajaba en televisión y conocía al director de un banco. Le pedí un crédito de 8.000 euros. Le dije que se lo devolvería, que tenía pensado cobrar esa cantidad el mes siguiente. Pero era mentira”. Fue entonces cuando, ahogado por la situación, confesó a su familia que tenía un problema con el juego. Se puso en manos de especialistas, aunque sufrió varias recaídas. ”Una vez iba conduciendo hacia el salón de juegos llorando. Hablándome a mí mismo. Pidiéndome que no fuera a jugar. Creí que había perdido la cabeza. Solo pensaba en el daño que había hecho a todos los que estaban a mí alrededor. Se me pasó por la cabeza suicidarme”, relata.
Cuento lo que me ha pasado para que la gente sepa que salir de esto es posible
Recaer en el juego cuando estaba en el proceso de rehabilitación hizo que sus tíos lo echasen de casa. “Me hizo cambiar eso y el hecho de que se me pasase por la cabeza la idea del suicidio”, cuenta. Ahora, a sus 26 años, lleva un año y tres meses rehabilitado. Ha conseguido un trabajo, acaba de terminar primero de Psicología y se ha convertido en un activista digital contra los juegos de azar.
Su cuenta de Twitter (@LudopataR) es todo un un referente en la lucha contra la ludopatía. Contar en esta red social lo que le ocurrió es una terapia, además de una oportunidad de ayudar a mucha gente. “Al principio tapaba lo que me había sucedido. Intentaba evitar el tema. Pero ahora lo cuento para que la gente sepa que salir de esto es posible”, asegura. Cuando su trabajo se lo permite, también da charlas en colegios. Habla de tú a tú a adolescentes. A chicos que tienen la misma edad que tenía él cuando se enganchó al juego.
Ana: de ir al bingo con tu padre a venderlo todo para comprar más cartones
Ana es un nombre ficticio. Y es que la protagonista de esta historia no quiere desvelar su identidad. Tiene miedo a que su pasado ludópata le impida encontrar un trabajo, a pesar de que ya hace un año que ha conseguido superar su adicción.
Tiene 57 años y a los 18 empezó a jugar al bingo. Iba con su padre. A veces con otros familiares. “Me invitaban a jugar y todo lo que me tocaba era beneficio. Era un dinero extra que ganaba”, asegura. Sin embargo, pronto empezó a jugar sus ahorros y, después, buena parte de su sueldo. “Empiezas a ir con la intención de pasar el rato. Igual te planteas ir media hora y acabas cenando allí porque te invitan o porque tienes un descuento. No hay relojes, no hay ventanas, pierdes completamente la noción del tiempo”, confiesa.
Estuvo media vida, 38 años, yendo al mismo bingo. Al principio iba algún fin de semana. Luego, todos los días libres. Y después se fue convirtiendo en una rutina que hizo que se alejase de sus amigos y de su familia. “Llega un momento en que tu cerebro está supeditado al juego. Te aislas. Todo te molesta. Es algo progresivo y, sin darte cuenta, llega un momento en el que no sabes dónde te has metido”, explica.
Llegó a gastarse buena parte de su sueldo. A vender joyas y otras pertenencias. Incluso pidió dinero a amigos, alegando que tenía problemas puntuales. Finalmente, su adicción la llevó a no poder pagar el alquiler del piso en el que vivía. “Le debía seis meses a la propietaria y no era capaz de hacer frente a esa cantidad”, explica. Luego perdió su negocio, una pequeña cafetería. En total, llegó a generar una deuda de 20.000 euros.
"Llegas a un punto en el que el dinero pierde su valor. Es como si fueran postalillas", explica. Sin trabajo y con la deuda a sus espaldas, no pudo esconder más su mentira: tuvo que sentarse con sus hijos y confesar su adicción. Gracias a ellos ha logrado salir del hoyo en el que se encontraba. Ahora, con ellos y con la ayuda de psicólogos, ha abierto los ojos. Se ha dado cuenta de que lo que comenzó como una actividad social, acabó siendo una terrible adicción.
Así es el ‘retrato robot’ del ludópata
La Asociación Gallega de Ludópatas en Rehabilitación lleva 25 años trabajando con personas que tienen problemas asociados al juego. Alertan, con mucha preocupación, del incremento de jugadores jóvenes. El caso más espectacular que han tratado es el de un chico que llegó a acumular una deuda de tres millones de euros jugando al póker. También el de un menor de 11 años que perdió 1.900 euros tras engancharse compulsivamente a los videojuegos.
"El juego es todavía más peligroso cuando hablamos de menores porque entre los 14 y los 17 años hay determinadas estructuras cerebrales que todavía no están maduras. Nos hemos encontrado casos de niños enganchados a videojuegos que acaban manifestando una enorme agresividad hacia su entorno familiar cuando les prohíben jugar. Incluso, menores que por este motivo han llegado a atacar a sus padres con un arma blanca", explica José Manuel Recouso, psicólogo que lleva 25 años ayudando a ludópatas en terapias.
Teniendo en cuenta los casos que han atendido en los últimos cinco años, han logrado establecer un ‘retrato robot’ del ludópata: se trata de un hombre, de 36 años, que empieza a jugar, de media, a los 19. Eso quiere decir que hay muchas personas que empiezan antes de alcanzar la mayoría de edad. Se calcula que algo más del 1% de la población sufre ludopatía patológica.