50 expertos del Instituto Geográfico Nacional (IGN) llevan sin apartar los ojos del Cumbre Vieja más de 60 días. Son los vigilantes oficiales del volcán. "Yo fui el primero en llegar a la isla el 14 de septiembre, cinco días antes de la erupción, porque veíamos que era inminente", cuenta a NIUS Stavros Meletlidis, el vulcanólogo al frente de este equipo.
No todos están en La Palma. "Aquí desplazados siempre hay siete u ocho personas, especialistas en su área capaces de tomar decisiones sobre el terreno. El resto están repartidos entre Madrid y Tenerife", apunta. 50 pares de ojos que cuentan con el apoyo de la Red Sísmica Nacional. "Trabajan 24 horas al día, 365 días al año, detectando terremotos. La información que nos aportan es vital para seguir la evolución del volcán minuto a minuto".
Para observar el volcán utilizan además todos los medios tecnológicos a su alcance. "Satélites que nos muestran la deformación del terreno, nos dicen la cantidad de gases que hay en la atmósfera o la dispersión de cenizas que hay en la isla; aviones no tripulados que calculan la altura de la columna, drones que permiten captar sin riesgo imágenes que nos dan una información vital que puede ayudar a anticipar evacuaciones o cámaras térmicas que permiten vigilar la actividad del volcán durante la noche o durante momentos de mayor nubosidad", aclara. "Todo es fundamental porque no es solo vigilar, se trata de ser capaces de alertar a tiempo a la población si fuera necesario", reitera Stavros.
Les hemos visto trabajar a escasos metros de la boca de fuego del volcán. Ellos mismos lo han compartido en sus redes sociales. Siguiendo de cerca cada pulsión. Observando la lava y los gases que el Cumbre Vieja expulsa sin cesar.
"Ese día estábamos instalando una cámara térmica y visual. Ya la habíamos puesto en dos sitios diferentes antes sin éxito. La primera vez las coladas se quedaron a 30 metros de la cámara, casi se la llevan, y la segunda la encontramos enterrada por todo el material que expulsa el volcán, así que decidimos trasladarla a esta tercera ubicación por varias razones, una que, al estar en el lado este, se encuentra a salvo de la furia del volcán y otra que, como se aprecia en las imágenes, es uno de los puntos desde donde se ve mejor el interior de la columna", cuenta el vulcanólogo.
"Antes de colocarla ahí fuimos varias veces al sitio para ver la granulometría del lugar, es decir, el tamaño del material que había dejado en el suelo el volcán, porque los fragmentos grandes, como bombas, o los lapili de tres o más centímetros pueden romper el objetivo de la cámara, pero no, eran pequeños, de un centímetro aproximadamente, por eso la pusimos ahí", explica.
Todas las instalaciones o salidas que realizan cerca del volcán entrañan peligro. "Cuando, como en este caso, nos ponemos a instalar un aparato de cualquier tipo siempre tiene que haber un observador que está vigilando el cono, porque de repente puede haber un cambio de los procesos eruptivos, que son procesos muy dinámicos ,y pueden afectar al personal", reconoce Stavros.
"En una de las fotos se ve a Pedro Torres, el compañero que estaba haciendo las conexiones de la cámara, girado para mirar una explosión que se produce en ese momento en el volcán", relata.
Asusta verles tan cerca. "Es nuestro trabajo de cada día. Los de los cascos blancos somos los científicos, yo el más grandote, pero el importante es el que lleva el casco amarillo, Cecilio, un vecino de aquí, un voluntario que conoce los caminos como la palma de la mano y nos ayuda muchísimo, tanto a nosotros como a las fuerzas de emergencia", dice el vulcanólogo. "Él es el que se merece todo el reconocimiento".
Desde el pasado septiembre Stavros Meletlidis prácticamente 'vive' junto al volcán. "Llevo 63 días aquí, me parece, y en este tiempo solo he salido de la isla tres veces, dos veces por cuarenta y ocho horas y una por setenta y dos", especifica. "El Cumbre Vieja es ya como un hijo mio. Bueno, en verdad le dedico más tiempo que a mis propios hijos. Para que te hagas una idea, el día de la erupción fue el cumpleaños de mi hijo mayor y evidentemente no lo pasé con él, sino aquí vigilando ese momento en directo", apostilla.
Muchos días observando no solo el volcán sino todo lo que se ha generado a su alrededor. Este experto en volcanes reconoce que esta erupción le ha sorprendido. "Me han sorprendido tres cosas diferentes. Primero, la parte volcánica, por ver cómo el volcán ha cambiado tantas veces su actividad, sobre todo los primeros días con esas erupciones con las que retumbaba todo el Valle de Aridane. Eso es algo que impone y que se queda grabado en la retina y en los oídos para siempre.
Luego la parte de emergencia, del protocolo que se ha aplicado. La actuación que ha habido y sigue habiendo aquí de todas las autoridades y cuerpos de seguridad implicados es digno de elogio. Todo funciona como una máquina bien engrasada.
Y por último, el lado humano, la verdad es que me ha sorprendido la gente, porque no es fácil que te saquen de tu casa, que te enteres que ha desaparecido bajo la lava y que horas después te apuntes a una cuadrilla que organiza el Ayuntamiento para limpiar tejados de casas ajenas. Esto sucede cada día y es de una calidad humana increíble", dice con emoción.
Y no es lo único excepcional de la erupción. "Es un volcán que salió a 400 metros de un núcleo urbano. Eso no es algo que pase cada día. Ha atraído todas las miradas, de dentro y fuera del país. Es la primera vez que en España se registra una erupción desde el minuto cero. El día de la erupción yo estaba mirando el volcán y delante mío había una cámara de televisión. No solo están vigilando los ojos de los científicos, también los de los medios de comunicación, los de todo el país están fijos en La Palma", arguye.
Reconoce que monitorear un volcán las 24 horas es una experiencia única para un experto como él, pero asegura que en este momento prefiere dejar la ciencia -con mayúsculas- de lado para concentrarse en la ciencia aplicada, que sirve para ayudar a la gente afectada por la erupción. "Como nuestra presencia es continua aquí en la isla y tenemos montado un centro de atención a la vigilancia de la erupción es inevitable interactuar con la gente, que se acerca, te pregunta...", cuenta. "Y nuestro deber es darles información porque muchas veces los comunicados oficiales no los pueden seguir y porque es su isla, tienen derecho a saber todo lo que sucede porque les afecta y mucho", sentencia Stavros.
"Cuando llegamos nos preguntaban si iba a haber erupción y ahora quieren saber cuándo va a terminar", apunta el vulcanólogo. "Es algo inevitable, ha afectado de lleno en una comarca a miles de personas, hay muchos desplazados, hay mucha destrucción, casi todo el mundo tiene algún familiar afectado".
Una pregunta la de los palmeros que sigue sin respuesta. "No lo sabemos. Lo único que yo puedo decir es que cada día es un día menos y que hay que tener paciencia porque es un fenómeno geológico que no entra en el cálculo del tiempo que tenemos nosotros los humanos. No es una tormenta que dura tres días o un incendio que puede durar 15. No. Aquí se trata de un proceso que se ha iniciado a lo mejor cientos o miles de años antes y ahora tenemos una manifestación en la superficie de ese proceso. Entonces, ¿cómo se puede responder a esa pregunta? Es imposible.
"Además de para saber sobre el volcán, los palmeros se acercan a nosotros para darnos las gracias, no hay nada más satisfactorio, de verdad, ver que todo ese esfuerzo que has hecho tú como persona o como institución y también el esfuerzo que ha hecho el Estado al invertir dinero público en vigilar el volcán, es reconocido porque revierte en la sociedad que es la primera que tiene que ser beneficiada, espeta Stavros.
¿Y después qué? "Cuando el volcán deje de escupir lava seguiremos vigilando aquí durante meses. Tenemos que asegurar que no hay repunte, que no hay cambios del estado del volcán. Y luego en el Pevolca, donde también estoy, toca la gestión, toca la estructuración. Toca devolver a la gente su vida", concluye.