En la calle hace un frío que pela, pero el simple gesto de ponernos un gorrito nos reconforta y nos da una sensación de mayor calidez. ¿A qué se debe? Por la cabeza se escapa la mayor parte del calor corporal, ya que la circulación se regula para que nuestro cerebro esté siempre caliente. Por ello ponerse un gorro para calentarse los pies no es un absurdo, ya que con el cráneo bien abrigado, el organismo podrá tener más calor para enviarlo a otras partes del cuerpo.
Esta es una de las razones principales por las que a los bebés nada más nacer les plantan un gorrito en el hospital. El sistema de termorregulación de un recién nacido aún no funciona bien y el cambio de temperatura al que se ve sometido, del cuerpo de su mamá al paritorio, es enorme, así que el gorrito le ayuda a sentirse tan a gusto como en el útero materno.
Los primeros en descubrir las ventajas
Lo más probable es que las ventajas de esta prenda las descubrieran los asiáticos, ya que las primeras imágenes en las que vemos a hombres con la cabeza cubierta por un gorro se encuentran en los bajorrelieves persas. En el terreno de lo que se denominó Persia –el actual Irán– el clima destaca por las grandes oscilaciones de temperatura. En los meses fríos sus habitantes, en su mayoría agricultores y pastores, pasaban muchas horas al raso. Sufrir estas bajas temperaturas parece ser que fue la causa que hizo despertar el ingenio y crear esta prenda.
Al parecer los frigios de la antigua Grecia copiaron esta práctica de los persas, pero ni los orientales ni los griegos hicieron mucho caso al gorro, se ve que no les hacía mucha falta en un clima menos extremo. Sólo marineros, pastores y agricultores lo utilizaban para estar a la intemperie. En Roma ya comienzan a utilizarlo las personas más distinguidas para abrigarse del frío o resguardarse del sol en los espectáculos públicos, y comienza a utilizarse como un elemento distintivo de clase social. Y ya en Francia, en el siglo XIV, empieza a jugar un papel importante el factor moda en el momento en que la nobleza los adorna con plumas y pedrería.
Gorros hermanos
Curiosamente, diferentes culturas distanciadas entre sí miles de kilómetros han coincidido en utilizar un tipo de gorro de características similares, como por ejemplo el chullo andino, muy parecido al gorro nepalí o al que utilizan los habitantes de las aldeas de más altitud de la isla de Madeira. Esto no es casualidad, sino que viene determinado por un clima de alta montaña. El chullo es un gorro con orejeras originario del altiplano andino y, en su mayoría, están hechos de alpaca.
También el coonskin cap o el gorro de piel de mapache, asociado a los nativos americanos de la frontera de Estados Unidos y Canadá, en los siglos XVIII y XIX, tiene muchas similitudes al papaja ruso o sombrero de astracán. Ambas zonas padecen inviernos a muy bajas temperaturas y frecuentes nevadas.
Pero no sólo el clima más austero coincide en tendencias: a las zonas tropicales les pasa lo mismo, solo que cambian la lana y el pelo de animal por materia prima vegetal más fresca. Al final cada cultura elabora sus prendas con los materiales más convenientes que tiene a mano.
En este aspecto destaca el sombrero panamá. A pesar de su nombre, es originario de Ecuador, aunque alcanzó relevancia durante la construcción del Canal de Panamá, cuando miles de sombreros fueron importados de Ecuador para proteger del sol a los trabajadores de la construcción. Elaborado de una planta similar a la palma (Carludovica palmata), destaca por haber sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2012.
Muy parecido al sombrero panamá es el llamado sombrero de jipi o jipipaja, también elaborado de palma, pero esta vez en México, donde la tradición de cestería de la cultura maya había dejado una buena impronta que resucitó en 1800 en forma de sombrero.
El trillizo del sombrero panamá y del jipipaja es el canotier, que surge a manos de los gondoleros venecianos en 1880, y que pronto se puso de moda en Francia por la exaltación de la navegación ('du canotaje' en francés). En las primeras décadas del siglo XX llega a Cuba y su uso se generaliza para todas las épocas del año. De hecho, constituye la imagen típica del cubano entre los años 1915-1940 como complemento del traje blanco crudo.
Materiales que protegen de las inclemencias meteorológicas
A día de hoy, quien más y quien menos tenemos un gorro para diferentes ocasiones: más divertidos, más elegantes o más cool... Sin duda personaliza nuestro look y, además, nos sirve para protegernos de las inclemencias del tiempo. Por esta última razón han surgido innovaciones a través de tratamientos en los tejidos que aumentan sus capacidades de protección.
Aunque continúan arrasando los gorros de lana, existen otros sometidos a modernos tratamientos, como por ejemplo el sistema waterproof, que los hacen resistentes al agua gracias a su capa exterior repelente, además de transpirables. Si también llevan un forro polar interior que nos proporcione sensaciones cálidas, nadie podrá resistirse a ellos en los duros inviernos.
A estos nuevos materiales se han sumado aquellos fabricados con goretex, que protegen de la lluvia y, al mismo tiempo, son transpirables; o aquellos elaborados con super roubaix, material muy utilizado para ropa de ciclistas, altamente aislante, resistente y muy suave al tacto.
Para los días en los que aprieta el sol existen gorros elaborados con tejidos que llevan protección ultravioleta, que se pueden complementar con alas anchas que protejan la cara, las orejas y el cuello para estar a salvo de insolaciones y enfermedades en la piel.
Se mire por donde se mire, el gorro ha sido tradicionalmente nuestro aliado particular en cualquier época del año, y todo apunta a que nos seguirá abrigando, y protegiendo, durante mucho tiempo más.