A Francisco le persiguen los gritos de quienes le conocían, la furia de sus vecinos concentrada frente a la casa a la que vuelve para reconstruir el crimen. En el momento de su detención aseguró que él no es el responsable de la muerte de Laia. El hombre, de 42 años, había regresado de trabajar en China. Vivía con sus padres porque su madre está enferma. Una presencia que no pasaba desapercibida por los gritos que, dicen, se oían en la casa y que, en el barrio, había generado recelos porque, últimamente, lo veían muy cambiado. Estaba sin trabajo y podía tener problemas con las drogas. Tuvo negocios en la hostelería que fracasaron y estuvo empleado como cocinero. Además, tiene antecedentes por haber amenazado a su exmujer y a su hija mientras se separaban. Una hija que tiene la misma edad que la víctima.