Si la vacuna de Pfizer-BioNTech contra la covid confirma sus esperanzadores resultados preliminares, tal vez el nombre de Katalin Kariko pase de la oscuridad al reconocimiento global.
Katalin Kariko nació en 1955 en la Hungría comunista. Allí se doctoró en Bioquímica y con 30 años llegó a una universidad pública de Estados Unidos, Temple University, que tiene como divisa Perseverantia Vincit, la perseverancia vence, un lema que Katalin, como veremos, se tomó al pie de la letra.
A principios de los años 90, la investigadora húngara empezó a explorar las posibilidades del ARN mensajero para combatir enfermedades. El ARN es un ácido nucleico que se encarga de convertir las instrucciones genéticas del ADN en las diferentes proteínas que necesitamos.
En teoría, si se pudiera diseñar un ARN sintético a medida, se podrían fabricar las proteínas que se necesiten en cada caso, desde enzimas que frenen una enfermedad rara a un antígeno que provoque la respuesta inmunitaria del cuerpo o, en otras palabras, una vacuna.
En 1990 investigadores de la Universidad de Wisconsin ya habían probado la técnica en ratones. Les inyectaron ARN mensajero y produjeron proteínas, pero los resultados fueron escasamente alentadores.
Había además un problema. El ARN sintético era muy vulnerable a las defensas naturales del cuerpo. Si se inyectaba en un ser vivo, podría provocar una reacción inmunitaria exagerada hasta el punto de poner en riesgo la salud del paciente.
Katalin Kariko quería superar este obstáculo, pero nadie estaba dispuesto a financiar su empeño. En el digital STAT, la científica recuerda que se pasó los años 90 acumulando negativas a sus solicitudes de becas de investigación. Incluso la afamada Universidad de Pensilvania, donde trabajaba como adjunta desde 1989, relegó la creación de su plaza de profesora.
Por si fuera poco, en esos años tuvo un amago de cáncer y su marido seguía en Hungría por problemas de visado.: “Pensé en irme a otro sitio, en hacer otra cosa. Quizá no era lo suficientemente buena o inteligente”. Pero Katalin Kariko perseveró: “Trataba de pensar: todo está aquí, simplemente tengo que mejorar los experimentos”. En la historia del avance científico abundan estas pequeñas y oscuras heroicidades. Gente que no se rinde. Perseverantia Vincit.
Después de una década de pruebas y errores, de horas, días y años dedicados a un esfuerzo que muchos veían como un callejón sin salida, Kariko y su colaborador en la Universidad de Pensilvania, Drew Weissman, encontraron la forma de sortear el obstáculo. Descubrieron cómo debían cambiar una de las piezas del ARN sintético por otra análoga para evitar que las defensas del cuerpo detectasen al intruso.
La investigación, publicada a lo largo de 2005, pasó más bien inadvertida, excepto para dos jóvenes científicos, Derrick Rossi en Estados Unidos y Ugur Sahin en Alemania. A la vuelta de los años ambos fundarían dos de las compañías -Moderna en EEUU y BioNTech en Alemania- que se han colocado a la cabeza en la carrera por la vacuna contra la covid empleando la tecnología del ARN mensajero.
En 2006, Kariko recibió por fin la ansiada ayuda del Gobierno. Fuero 900.000 euros con los que fundó una empresa de biotecnológica, pero la aventura no prosperó por discrepancias sobre la patente con la Universidad de Pensilvania (que, por cierto, la terminó vendiendo a otra compañía).
Así que en 2014, la investigadora húngara aceptó la oferta de la entonces pequeña y desconocida biotecnológica alemana, BioNTech, la empresa que se ha asociado con la multinacional farmacéutica Pfizer en el desarrollo de la vacuna que ha disparado la esperanza en las calles y las bolsas. Sí, porque de paso ha enriquecido a los propietarios de Moderna, BioNTech y Pfizer, pese a que ninguna vacuna con la novedosa técnica del ARN mensajero había recibido aprobación hasta la fecha.
Las expectativas son altísimas ante la primera vacuna que puede salvar el mundo del coronavirus. Si se demuestra tan eficaz como anuncian, se verá recompensado moral y económicamente el silencioso y tenaz trabajo científico de base de investigadoras como Katalin Kariko. Y tal vez más. Derreck Rossi, de Moderna, uno de los científicos que tiró del hilo del ARN mensajero cree que Kariko y Weissmen merecen el premio Nobel. Un reconocimiento que le llegaría pasados los 65 años.