Se acabó la COP26. Concluyó la cumbre del clima de Glasgow, este fin de semana, y de nuevo se ha cerrado con un acuerdo de mínimos. Un acuerdo en el que salen perdiendo los países menos desarrollados, que son a la vez los más vulnerables al cambio climático. Reclamaban más apoyo para hacer frente a los efectos del calentamiento, y se marchan casi como llegaron.
Mientras, cada vez más voces alertan de que adaptarse al cambio climático es una urgencia para todos. “Independientemente del tema de las emisiones, nosotros llevamos bastante tiempo diciendo que en estas COP no solo hay que hablar de mitigación, también de adaptación”, advierte Julio Díaz, epidemiólogo y director de la Unidad de Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, puesta en marcha hace unos meses en la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III.
Cuando habla de “nosotros” se refiere a Cristina Linares, investigadora del mismo organismo con la que lleva años estudiando la relación entre cambio climático y salud. “Más que recortar o mitigar, lo que hay que hacer es empezar a adaptarse ya. Nosotros tenemos una frase que resume bastante la situación: O te aclimatas o te aclimueres”.
Díaz es muy claro en esto, e insiste mucho en que hay que darle una vuelta al mensaje. “El cambio climático no es un problema de salvar el planeta, sino de si nosotros vamos a ser capaces de sobrevivir a ese cambio. Hay que centrar el problema en la salud humana y no en el oso, que también tiene que sobrevivir y con todos mis respetos para el oso. Pero la salud humana es clave en este problema”.
¿Por qué? Porque con el calentamiento global ya en marcha y con los escenarios que se avecinan (aumento de la temperatura global en casi 3 grados para finales de siglo), “hay una serie de factores que van a incidir claramente en nuestra salud: más incendios, más sequías, más enfermedades por nuevos vectores y por desplazamientos de la población… Todo eso ya está ocurriendo y va a ocurrir mucho más”, advierte.
“Empezar a trabajar en adaptación es muy importante”, insiste. Sobre todo, porque no confía en que se cumpla el objetivo marcado en París. “Veo muy poco probable que nos quedemos en una subida de 1,5 grados. Yo creo que ya es irreal”.
Reconoce que “cambios climáticos ha habido siempre, en la historia de la humanidad, pero no a este ritmo. Y a ti no te mata la bala, sino la velocidad que lleva la bala”. Y este cambio ya está teniendo repercusiones, “pero no solo las vemos en islas que quedan alegadas por el mar”, advierte. “En España, por ejemplo, cada vez hay más olas de calor, y más intensas”.
Díaz recuerda el verano de 2003, como seguramente recordarán muchos de los que estén leyendo esto. Porque sólo en España murieron 6.600 personas en el mes de agosto. En Francia, 14.000. En toda Europa, 70.000. “Fue ahí cuando se decidió tomar medidas y activar planes de prevención. El boom fue el verano de 2003. Y ahora vemos que funcionan”, asegura.
“La mortalidad por calor ha subido en todo el mundo, excepto en Europa. Y esto es consecuencia de esos planes de prevención, y de las mejoras sanitarias, en infraestructuras, en educación ambiental… El calor puede matar, y la gente tiene que saberlo”, advierte tajante.
Explica Díaz que, en España, en concreto, “se registraba un aumento de la mortalidad del 14% por cada grado” de aumento de la temperatura en esas olas de calor, hasta el año 2003. Desde 2004, año en que se puso en marcha un plan nacional de prevención, “hemos bajado a menos de un 2%”. Es decir, que el calor ha seguido aumentando, pero no las muertes por calor. Ahora, las olas de calor matan a unas 1.000 personas al año. "Esto es algo que se ha conseguido muy rápido, a partir del año 2003. Y es algo que se tiene que extender”.
Díaz cree que España es un ejemplo claro de cómo influye esa adaptación al calor en nuestras vidas. Según un estudio que han publicado recientemente, en España, las temperaturas máximas diarias, en verano, han subido 0,4 grados por década desde 1983, “y nosotros nos hemos adaptado a 0,6 grados por década, es decir, más rápido de lo que están subiendo las temperaturas”.
Aunque no todas las provincias se han adaptado igual a ese aumento del calor. Algunas, como Cádiz o Huelva, se han adaptado muy bien. Otras, como Valladolid, muy mal. ¿Por qué? “Es lo que estamos estudiando ahora, pero parece que tiene que ver con factores de carácter geográfico, con que estés acostumbrado al calor o no, con la pobreza, el acceso a servicios sanitarios…”.
Cuando hablamos de adaptación hay que tener en cuenta una diferencia. “La aclimatación es meramente fisiológica, como especie nos aclimatamos. Pero adaptarnos es otra cosa. Implica poder aclimatarse a ese ritmo al que necesitamos hacerlo, y ahí ya metemos otras variables que nos ayudan, como mejoras en las ciudades o en los edificios, para poder hacer frente al aumento brusco de las temperaturas”. Y en adaptación, claro, no todos cuentan con las mismas herramientas.
Con el panorama que tenemos por delante, Díaz advierte de que en España “tenemos que mantener ese ritmo de adaptación durante los próximos años. Porque las temperaturas van a subir de media a 0,66 grados por década”. Asegura que, “si conseguimos mantener ese ritmo de adaptación, en España no va a haber más muertes por calor de las que ya hay, es decir, unas 1000 al año. Pero si no, han calculado que entre 2050 y 2100 subirán hasta las 12.000 muertes por año”.
España es ejemplo de que la adaptación al calor funciona. Pero el problema es global, va mucho más allá. “El cambio climático es un problema de salud global”, insiste Díaz. Por eso, destaca el hecho de que en esta COP26 se escuchara a María Neira, directora del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS, o que interviniese la ministra de Sanidad española, Carolina Darias. “Darias habló en la COP de salud y cambio climático, y esto es un poco inédito. Y muy positivo. Trabajar juntos sanidad y medio ambiente es muy importante”.
Cree Díaz que en adaptación al cambio climático se va caminando, pero muy poco a poco. “En las COP no solo se habla ya de recorte de emisiones. Porque el partido hay que jugarlo en dos campos: mitigación (cuanto menos suba la temperatura, mejor) y adaptación (cuanto más consigamos adaptarnos, mejor)”.
El problema es que, hasta ahora, “no había la percepción de que los problemas ambientales son problemas de salud. No hay líneas trasversales entre medio ambiente y salud, y debería haberlas”. Por eso, este experto tiene claro que, entre otras cosas, hay que cambiar el mensaje. “Si yo quiero que la gente perciba el cambio climático como un problema de salud, no solo del oso y de la avutarda, es necesario decirlo así. La gente tiene que empezar a relacionarlo directamente”. Pero no es fácil. “La gente tampoco relaciona la bronquiolitis de su hijo con que tiene los coches a 5 metros de las aulas de su hijo”, lamenta el experto.