Después de un trabajo contrarreloj, por fin se han desplegado todos los preparativos para que los mineros puedan descender por el túnel que les llevara hasta el paralelo del punto en el que, se estima, se encuentra el pequeño Julen. Ya se ha habilitado la carpa en la que descansarán y harán turnos los mineros y el operativo de descenso se ha puesto en marcha, que incluye también espeolólogos y bomberos.
Son el último eslabón de una inmensa cadena de trabajo en la que centenares de efectivos participan al unísono y sin descanso bajo una misma esperanza y un mismo objetivo: rescatar a Julen, el pequeño de dos años que, tal y como indicó su padre, cayó por un pozo de apenas 25 centímetros de diámetro y 107 metros de profundidad en Totalán, Málaga. Desde ese momento, contextualizado en un aciago domingo 13 de enero, todo el operativo ha luchado contra reloj desde la idea de encontrarle con vida en el marco de unas circunstancias “extremas” e “inéditas”.
La presión a la que se han enfrentado y se enfrentan desde entonces es máxima: desde el primer momento son conscientes de que el tiempo es el principal enemigo, y desde el primer momento a ese enemigo le ha salido un fatídico aliado que no ha dejado de sembrar obstáculos y presentar aún más dificultades a un ya de por sí complejísimo rescate: el terreno.
Inestable, irregular, con discontinuidades y durezas extraordinarias difíciles de perforar, desde el inicio la madre naturaleza ha sido un auténtico desafío que ha ralentizado la labor de los efectivos desplazados hasta la zona.
Conseguida la perforación del túnel vertical de 60 metros en paralelo al pozo por el que cayó Julen, una vez logrado de una vez por todas el también complicado encamisado del mismo y el relleno de tierra necesario entre dicho túnel y las paredes para garantizar la seguridad y evitar desprendimientos y derrumbes, –un objetivo perseguido desde el principio para no comprometer ni la operación ni el estado de Julen–, será el momento de abordar la última fase: los últimos cuatro metros que tendrán que ser excavados de forma manual y que están llamados a conectar el túnel vertical con el pozo y el hueco en el que esperan, por fin, encontrar a Julen.
Para esta última misión, para ese último tramo de 4 metros, entrará en acción la Brigada de Salvamento Minero de Hunosa. Ellos serán los encargados de poner el desenlace a una operación mastodóntica; a una lucha titánica contra el tiempo y la naturaleza. Todo, bajo la esperanza de encontrar al pequeño.
Nuevamente, no será nada fácil. Tras bajar por una cápsula de 1,05 metros de diámetro y 2,5 metros de altura, diseñada expresamente a modo de elevador por el director técnico del Consorcio Provincial de Bomberos de Málaga, Julián Moreno, y fabricada por herreros del municipio malagueño de Alhaurín de la Torre a modo de ascensor–, tendrán que trabajar en un espacio reducidísimo y de forma manual, empleando picos, palas y martillos neumáticos. Lo harán por turnos de 40 minutos y en equipos de dos o hasta tres personas que se irán dando relevos.
En total, ocho expertos mineros que se tendrán que enfrentar al paso más crucial de la operación desde una gran incógnita: ¿Qué material y qué durezas van a encontrar en el terreno en esos últimos cuatro metros para encontrar a Julen?
Habida cuenta de los múltiples escollos encontrados en el recorrido, pensar siquiera en la respuesta a esa cuestión puede dar escalofríos, pero ante ese gran reto hay un dato que sí invita al optimismo: al frente del mismo, para abordarlo, está la élite de los rescates en profundidad; héroes acostumbrados a salvar vidas avanzando entre las entrañas de la tierra, allí donde el ambiente se hace irrespirable y la movilidad es casi nula. Representando a la Brigada de Salvamento Minero de Asturias, con más de 100 años de experiencia en rescates en los espacios más oscuros y angostos, los expertos desplazados a la zona cuentan con unas condiciones físicas y una preparación inmejorable para asumir la labor.
Para ellos, la espera también ha sido agónica. Están acostumbrados a actuar con inmediatez, pero las circunstancias y la complejidad técnica de esta “extrema e inédita” operación les ha obligado a aguardar su turno, el cual afrontan ahora con ganas y con la firme voluntad y convicción de encontrar al pequeño.
Al frente de este grupo de especialistas está Sergio Tuñón. Él es el encargado de coordinar la parte más sensible del rescate; los avances en ese último túnel horizontal de cuatro metros.
Quienes le conocen asegura que hará lo posible, y hasta lo imposible, por sacar a Julen del pozo. Con una gran experiencia a sus espaldas, tanto él como sus hombres asumen ahora el desafío más mediático. Son conscientes de ello, pero incansables y humildes, huyen de la popularidad. Su trabajo está en la mina, a la que llevan en la sangre, y cuyos riesgos entienden, conocen y asumen. Lo saben de primera mano. Uno de ellos, Lázaro Alves sufrió en sus carnes el zarpazo cruel de la mina cuando le arrebató a su padre en uno de los mayores accidentes del carbón; el del pozo de San Nicolás, en 1995. Fallecieron 14 mineros. Desde entonces, aquella desgracia le hizo consagrar su vida al rescate; a salvar a otros que, en las circunstancias más difíciles y oscuras, precisan una mano que les devuelva a la superficie.
Un orgullo para toda la sociedad
Por momentos caídos en el olvido, la extraordinaria labor que han de acometer ahora vuelve a sacar a los mineros, como gremio, de esas profundidades en las que día a día arriesgan sus vidas. La suya es una lucha titánica contra la tierra que hoy, en un mundo que más allá de todos los avances tecnológicos y digitales les necesita, les lleva a ver su labor ensalzada, bendecida y honrada por toda una sociedad que está pendiente de su dedicación, su esfuerzo, y su profesionalidad.
Fotografía cedida por Álvaro Fuente / Hunosa
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