José Alonso Plasencia evita mirar al volcán que le ha arrebatado todo. El Volcán del Dolor, le llama, "porque eso es lo que ha traído, tristeza y desolación". Lo hace por rebeldía, por no rendirse ante esa fuerza de la naturaleza que ha destruido su isla y su vida. "Cuesta mirarlo sabiendo que ha acabado con tantos sueños, tantas ilusiones, tantos recuerdos...", dice a NIUS roto de emoción.
Se excusa Alonso porque las lágrimas interrumpen cada poco su relato. "Nunca había llorado tanto, me siento tan impotente". Nunca un volcán había estallado justo encima de su hogar. Hasta el pasado domingo vivía junto a su mujer y su hijo de nueve años en la falda del Cumbre Vieja, por debajo de El Paraíso, la zona cero de la erupción. "Estábamos comiendo fuera cuando de repente escuchamos una explosión grandísima, después vimos el chorro de humo y entonces llegó el ruido, ese ruido que se ha quedado grabado en mi cabeza. Era como el zumbido de un avión reactor, pero salía de las entrañas de la tierra".
A continuación, la locura. "Mi mujer y mi hijo empezaron a gritar", recuerda. "Fue un momento de confusión, de pánico, de nerviosismo, de no saber lo que hacer. Íbamos de un lado para otro. Mi hijo nos gritaba asustado "papi, mami, corran, que nos vamos a morir".
No había tiempo de dudar. Las autoridades habían pedido a la gente que tuviera preparadas sus mochilas, así que las cogieron y salieron corriendo. "Casi nos dejamos a nuestro perro, lo metimos en el coche en el último momento, no me hubiera perdonado en la vida abandonarlo allí", cuenta, "pero todo pasó a tal velocidad que no tuvimos ni tiempo de pensar, en diez minutos estábamos fuera".
"La calle era un caos. Los coches empezaban a bajar desde El Paraíso a una velocidad increíble, pitando, para avisar de lo que estaba sucediendo. Fue algo traumático. Se me ponen los pelos de punta".
Solo han pasado cuatro días desde que todo comenzó, pero a Alonso le parecen siglos, porque el mundo que conocía ya no está, "lo ha borrado un manto de lava y cenizas".
Pregunta. ¿Dónde huis cuando escapáis del volcán?
Respuesta. Nos refugiamos en casa de mi madre, que vive en Los Llanos de Aridane, pero no nos podemos quedar allí mucho tiempo porque su casa es pequeña y tengo más hermanos con hijos que intentan ponerse a salvo, así que pedimos ayuda en las redes sociales y una familia de extranjeros que vive aquí nos contacta y nos asila en su casa. Y allí seguimos, en unos cuartitos que nos han dejado.
En las últimas horas hemos recibido mucho apoyo de la gente, me han llevado ropa para mi hijo de 9 años, comida para la familia, estoy muy agradecido. Me siento privilegiado, porque escucho de otras personas que están durmiendo en tiendas de campaña porque no tienen donde ir.
Aún seguimos en estado de shock. Es como una pesadilla de la que no te despiertas nunca. No consigues conciliar el sueño y si duermes unos minutos te despierta sobresaltado el latido del volcán. Te das cuenta entonces de que no es una pesadilla, de que el infierno continúa estando ahí y no sabemos por cuánto tiempo más. Mi mujer está hundida, a base de tranquilizantes.
P. ¿Sabes qué ha pasado con tu casa?
R. Según las últimas imágenes de los drones sigue en pie, la lengua de lava ha pasado a su lado, a muy pocos metros, pero no la ha tocado, aunque esto puede cambiar en cualquier momento porque el volcán sigue en erupción y la dirección de las coladas va cambiando. He visto que ha sepultado la mayoría de las casas de mis vecinos, así que no soy optimista, piensa que las lenguas son grandísimas, tienen hasta 10 o 12 metros de alto.
Cada vez que me dicen que hay noticias se me encoge el corazón, no sé si quiero saber... mi hogar estaba lleno de recuerdos bonitos, de momentos tan felices que... Han sido años de sacrificio, de esfuerzo. Es todo lo que tenemos, lo que íbamos a dejarle a nuestro hijo.
Aunque tuviéramos la suerte de que la lava no la destruyera creo que no podríamos volver a vivir allí. Lo que era un auténtico paraíso ahora es un desierto de lava negro. El acceso es muy difícil y el entorno ha quedado destruido. Vivíamos en una zona donde todo era felicidad. Recuerdo que te levantabas por la mañana y el paisaje era fantástico, era precioso. No había sino canto de pájaros, almendreros, plantas, y todo se ha convertido ahora en un manto de lava negro, lleno de humo, donde no hay nada.
P. Me imagino que será difícil digerir las noticias que van llegando...
R. Es un horror. Nuestro barrio era el de Los Campitos. Allí ha arrasado prácticamente con todo. Con las casas, con la escuela...Ya perdimos el colegio, engullido por la lava. Lo único que reconforta es saber que no se ha perdido ninguna vida humana pero el dolor es grandísimo. Hay que agradecer a todas las fuerzas de seguridad, a los Bomberos, a la Guardia Civil, a la Policía, a la Cruz Roja, a toda la gente que se ha movido duro para salvarnos, para desalojarnos.
Pero la angustia no se va. Es algo que pasó y arrasó con todo. Con la ilusión de la gente, con la alegría, con el esfuerzo, con el futuro, con los ahorros. Lo hemos perdido prácticamente todo. Cuando miras el rostro de la gente solo se ve tristeza. Entiendo que desde fuera se vea como algo histórico, que pueda ser espectacular de ver, pero para nosotros es una desgracia, la mayor tragedia de nuestra vida, lo peor que nos ha podido pasar.
P. ¿Y las autoridades os dicen algo, os dan alguna expectativa de futuro, os tranquilizan al menos?
R. De momento está la cosa muy reciente. Creo que hasta que no acabe esto no se va a hacer un balance. Pero todos somos conscientes de que es imposible que se nos pague lo que realmente vale todo lo que hemos perdido, no solo desde el punto de visa monetario, también desde el emocional. Ninguna indemnización servirá para recuperar lo perdido. Nuestra zona era tan bella, pensar que no vas a volver a ver aquello tal y como fue desgarra el corazón.
P. Además de tu hogar me imagino que te preocupará perder tu sustento
R. Eso me quita el sueño. Yo trabajo en el empaquetado de plátanos, mi empresa se encarga de empaquetarlos, distribuirlos, exportarlos, pero es el cosechero el que nos da de comer. Ese cosechero que está viendo cómo la lava cubre sus plantaciones o está a punto de hacerlo en su camino hacia el mar. Hace poco tuvimos un incendio, tuvimos una ola de calor que quemó prácticamente la fruta y ahora nos llega esto. Estas lenguas de lava se van a llevar los plátanos igual que se han llevado las casas.
No solo eso. Aquí había unas infraestructuras de redes de agua que han costado años y años para llevar los regadíos a todas las fincas. Estas tuberías ahora se romperán, estallarán por el calor o quedarán sepultadas ¿cómo se va a regar lo que sobreviva? La situación agrícola es crítica. Es un caos y nadie sabe cómo va a terminar todo. Es como una bomba que ha caído aquí, ha dejado a la gente viva, pero ha arrasado todo.
P: Te dolerá cuando ves a la gente haciéndose selfies con el volcán
R. Es como si me clavaran un puñal, me gustaría que tuvieran algo más de empatía para las víctimas. Esto no es un espectáculo, es dramático para muchos. Ese volcán con el que posan llegó para destruir, para eliminar, para dejarnos sin prácticamente nada.
P. No sé si puedo preguntarte por cómo ves el futuro
R. Ahora mismo no veo ni el presente. Tengo 55 años y miro para un lado y para el otro y solo veo humo. Hemos perdido el rumbo de nuestra vida. Somos como una brújula que está dando vueltas y que no sabe hacia dónde se dirige, pero lucharemos, saldremos, por nuestros hijos.