Astrid Wagner, experta del CSIC en fake news: "Un buen bulo tiene que tener un punto de veracidad al principio"
Científica del Instituto de Filosofía del CSIC, sostiene que la pandemia ha sido un "amplificador" de todos los efectos negativos que conllevan la desinformación o las teorías conspirativas
Existen súpercontagiadores de fake news y huéspedes asintómaticos que las redistribuyen sin darse cuenta. Y ese es uno de los grandes peligros de la desinformación y de las teorías conspirativas, según Astrid Wagner (Warstein, Alemania, 1967), científica del Instituto de Filosofía del CSIC.
Miembro del Berlin Center for Knowledge Research, Wagner ha profundizado en los últimos años en temas tan de actualidad como la posverdad, las fake news o la cultura de la desconfianza. Desde junio es investigadora principal del proyecto RESPONTRUST Incertidumbre, confianza y responsabilidad, dirigido a encontrar las claves para contrarrestar la desinformación, la infodemia y la conspiranoia durante la pandemia de la covid-19, financiado con los Fondos Europeos de Recuperación.
MÁS
Hitler y las teorías de la conspiración: el historiador Richard J. Evans desmonta las ‘fake news’ del nazismo
Un atleta olímpico irlandés desmuestra que las camas 'anti-sexo' de Tokio 2020 son un bulo
Marcelo Gullo, historiador argentino: "La leyenda negra española es la primera 'fake news' de la historia"
Pregunta. Desde luego, la pandemia ha sido un buen caldo de cultivo para la propagación de fake news y la desinformación.
Respuesta. Obviamente. Lo que ha pasado en la pandemia es que procesos que ya estaban en curso han cogido más velocidad. La pandemia ha sido un amplificador para todos estos efectos negativos que conlleva la infodemia, la conspiranoia o la desinformación, que son fenómenos no aislados sino de un denso entramado de mecanismos de producción de ignorancia que interactúan mutuamente y que han creado una espiral de distanciamiento de una realidad que percibimos ahora como amenazante. Y así de forma insidiosa ha provocado serios cambios en el sentido común.
P. ¿A quién le puede interesar toda esta desinformación? ¿Quién está detrás de ella? ¿Es algo espontáneo o deliberado para que se propague?
R. Es una mezcla. Pero si hablo de mecanismos de producción de ignorancia queda claro que hay algo deliberado detrás de ello. Hay personas que tienen intereses, aunque sean diversos. Uno de estos intereses es la desestabilización de nuestros sistemas democráticos y otros son intereses económicos, en el tema del negacionismo, donde se identifican casi siempre ciertas personas, grupos o empresas que están detrás que lanzan mensajes. Otras personas, sin un interés específico, caen en la trampa y redistribuyen este tipo de mensajes utilizando los mecanismos de las redes sociales. Por eso tenemos una mezcla de factores diversos que llevan a que estemos ahora ante este fenómeno de infodemia, a un exceso de información sobre un problema que luego dificulta la identificación de una solución y fomenta otra vez la difusión de desinformación, bulos, rumores, hechos alternativos…
P. ¿Qué es lo más peligroso que se ha dicho durante toda esta pandemia?
R. Se han dicho muchas cosas peligrosas. Sobre todo, la desinformación sobre medios de protección o contra la enfermedad. Se llegó a decir que con beber vinagre se podía limpiar el organismo y hubo personas que confiaban en ello y terminaron en el hospital.
P. Muchas veces es información enloquecida lo que se difunde y hay gente preparada que se lo cree. ¿Cómo es posible?
R. Eso es justamente lo que nos ha llevado a pensar que tenemos que lanzar estos proyectos porque ¿cómo podemos explicarnos que algo que a la mayoría nos parece absurdo a algunos les parezca creíble? De entrada, no es conveniente tachar de estúpidos a los que se dejan convencer por el argumentario de los conspiranoicos o negacionistas o hiperescépticos. Hay muchos estudios que dicen que no solo son personas sin preparación, sino que las hay tambien formadas. Por un lado, podemos explicárnoslo por la manera de cómo reciben esta información y por la situación en la que la reciben. La suelen recibir de un familiar o de un amigo en quien confían a través de whatsapp o de las redes sociales. Pero siempre hay algo que le da cierta credibilidad o confianza. En grupos negacionistas como Médicos por la verdad hay incluso médicos.
P. Suelen ser además mensajes muy simplistas.
R. Sí, lo que hacen estos mensajes es proporcionar soluciones muy fáciles a problemas muy complejos. Y eso nos da cierta seguridad, porque nos da la impresión de que podemos manejar este problema, cuando en realidad son problemas en los que poco podíamos contribuir al principio. Y así poco a poco se va generando una comunidad de personas que creen en ello, que se identifican con un nosotros opuesta a otros. Se forma una oposición que ellos identifican como la élite, con un sentimiento de superioridad, que conoce una verdad que el resto de la masa desconoce.
P. ¿Hay un perfil de esta gente que se traga todas estas fake news?
R. No hay un perfil muy claro. Es un grupo muy mezclado, tan mezclado como son las teorías de la conspiración, que además son contradictorias entre sí y que solo son coherentes con unas creencias superiores, como que nada ocurre por accidente, o que nada es lo que parece, o que todo está conectado. Ideas muy simplistas en cierto modo. Como he dicho antes, hay personas con buena formación pero también de nivel social y económico muy bajo. Lo que sí hay son ciertos factores que fomentan todos estos procesos, entre ellos, sociales. Cuanta más desigualdad hay en una sociedad y más pobreza haya, más afectan estas fake news.
P. Con políticas también populistas…
R. Claramente. Encontramos ahí muchas herramientas del populismo. Sabemos que los conspiranoicos trabajan con estas herramientas y todo esto fomentado por el propio diseño algorítmico de las plataformas digitales, con sus cámaras de eco, sus filtros de burbujas, que refuerzan los sesgos cognitivos de los usuarios. Y así las redes sociales están redefiniendo la naturaleza del espacio público, y la información contrastada de los medios de calidad está siendo desplazada poco a poco por mensajes sensacionalistas, con apelación a la emoción. Son cambios sustanciales que se van a quedar si no trabajamos contra ellos.
P. Igual que las redes sociales o internet propician mucha mayor velocidad a la propagación de noticias falsas, esa velocidad tendría que ser igual a la hora de corregirlas.
R. No, pero no es lo mismo. Igual pasaba antes en la prensa cuando no teníamos internet. La corrección de una noticia no se encuentra en la primera página y nunca tiene el mismo efecto ni la misma cantidad de lectores como la noticia original. Y esto lo encontramos de forma potenciada en las redes sociales. A las personas que les llegó el primer mensaje no les va a llegar el segundo mensaje de igual manera. Y eso tiene que ver también con esos filtros de burbuja, que nos encontramos ahí también, porque estamos relacionados con las personas que piensan más o menos como nosotros. Y pensamos que todo el mundo piensa como nosotros y así se forman universos en paralelo. Y eso sí es un peligro enorme porque va en contra de todas las ideas de una democracia deliberativa y plural. Y luego nos encontramos sorprendidos con una sociedad dividida en dos y polarizada. Porque, aunque ahora tengamos más partidos, tenemos una división entre derecha e izquierda casi en permanente campaña electoral.
P. Habla usted de súpercontagiadores de fake news y huéspedes asintómaticos que las redistribuyen sin darse cuenta, casi como el covid en esta pandemia. ¿Quiénes son estos supercontagiadores?
R. Siempre son personas que tienen muchos seguidores. En términos ideológicos es mucho más difícil de decir. Podemos distinguir entre personas que lanzan mensajes, los creadores de estos bulos. En Alemania se han identificado ciertas personas que están detrás y se aprovechan económicamente de ello. Luego están los bots, que se usan para distribuir masivamente. Y como tercer elemento, los que redistribuyen los mensajes de manera inocente, sin pensar si es verdad o no lo es, sin comprobarlo, solo porque les llama la atención o quieren advertir a los demás. El ecosistema de la desinformación es complejo como todos los ecosistemas.
P. ¿Cuáles son los elementos de una información falsa?
R. Al principio tienen que tener un dato cierto. Pero luego, poco a poco, se forman redes de creencias propias que se alejan cada vez más entre ellos. Un buen bulo tiene que tener un punto de veracidad al principio, pero vale con un puntito, no hace falta más. Eso tiene que ver con esa lógica conspiranoica que no funciona con comprobaciones sino todo lo contario. Todo lo que se dice en contra de ello, lo que contrarreste la teoría, no hace más que confirmar la conspiranoia, por eso son tan difíciles de refutar estos mensajes, porque siguen otra lógica.
P. ¿La desinformación es algo nuevo o es algo que siempre ha existido en mayor o menor medida, teniendo en cuenta todas las conspiraciones históricas que conocemos?
R. Siempre ha existido y los bulos, también. Siempre para luchar contra alguien. Se han usado como herramientas ideológicas desde siempre. En la Antigua Roma se decía de los cristianos que bebían la sangre de sus hijos. En Alemania, durante el nacionalsocialismo, se usaba la desinformación de manera estratégica. Ahora lo que hay es un amplificador tecnológico como internet por lo que tiene efectos mucho más nocivos que antes.
P. ¿Pero estamos cada vez mejor preparados ante la desinformación dada la recurrencia de esta y de que cada vez se habla más de noticias falsas?
R. Estamos en el camino de concienciarnos, pero va a ser un camino difícil y para eso tenemos que buscar la cooperación con las grandes empresas del mundo tecnológico para que se autocontrolen de otra forma así como tener más regulación. El otro punto es concienciar a la sociedad civil. Hace falta una educación digital. Deberíamos trabajar también en un antídoto que tiene que ver con la autorregulación. Debemos fomentar la cultura deliberativa, que debería formar parte de nuestra democracia. Con esto, además, se despolarizaría nuestra sociedad, y eso ya sería mucho.
P. Alguien podría criticar que una excesiva regulación iría en contra de la libertad de expresión.
R. Los límites son difíciles de definir. Hemos debatido mucho si se hizo bien al cerrar la cuenta de Twitter de Donald Trump tras el asalto al Capitolio. Pero hay que ver el efecto que tenían sus mensajes. Hubo que tomar una medida de urgencia para bloquearlo por la dinámica que había, con efectos amplificadores debido a las redes sociales, sabiendo que luego la avalancha iba a ser difícil de frenar. Pero la libertad de expresión es un principio fundamental en nuestras democracias… Hay que reflexionar muy bien hasta qué punto se pueden tomar regulaciones restrictivas.
P. ¿El pensamiento conspirativo acaba ganando o al final la verdad se impone siempre?
R. El pensamiento conspiranoico no es nuevo, siempre ha existido, y seguirá existiendo, pero hasta ahora no es mayoritario, sino que lo encontramos en ciertos grupos, que se están aislando cada vez más, y que crecen en situaciones de incertidumbre. Esperemos que salgamos de esta pandemia y, aunque nos esperan otros retos como el cambio climático, no caigamos en otras crisis tan fuertes. Hay muchas diferencias entre países. Aquí en España, la conspiranoia no es el mayor peligro si pensamos en otros países como Estados Unidos, Brasil o Alemania, donde es posible que no vayan a conseguir la inmunidad de rebaño por la cantidad de antivacunas y conspiracionistas que tienen.