No es esta la primera vez que un volcán entra en erupción en la isla de La Palma. Ya lo hizo hace 50 años el Teneguía (1971), y hace 72 el San Juan (1949). Erupciones separadas por apenas unos kilómetros, que guardan ciertas similitudes y también diferencias con la actual. La principal, los medios disponibles.
En 1949 no existían drones que supervisaran la boca del volcán. Tampoco cámaras de vídeo que monitorizaran el minuto a minuto de la salida y el recorrido de la lava. Por no haber, no había ni un observatorio sismológico en el archipiélago canario. Los palmeros carecían de unos equipos mínimos con los que estudiar las sacudidas de la tierra, preludio de la erupción. Así lo testimonió y lamentó, en 1950, el geógrafo Juan María Bonelli Rubio en su contribución al estudio sobre la erupción del volcán del Nambroque. Un manual que forma parte del archivo del Instituto Geográfico Nacional.
"A las nueve de la mañana del día 24 de junio de 1949 un pastor que se encontraba en las inmediaciones de la montaña del Duraznero, en la isla de La Palma, huyó aterrorizado al ver que se agrietaba la tierra, salía humo de las aberturas y se oían misteriosos ruidos subterráneos. Poco después, hacia las once de aquella misma mañana, se abría el primer cráter de la montaña del Duraznero que lanzaba al aire una espesa y copiosa columna de humo que fue vista en toda la isla y que sembró la intranquilidad, cuando no el pánico, entre sus pacíficos habitantes", escribe Bonelli.
La erupción, tal y como documenta el geógrafo, estuvo acompañada de frecuentes sacudidas sísmicas y ruidos subterráneos "que provocaron el pánico de los habitantes de aquellas comarcas más próximas a la zona volcánica". Sismos que se sintieron ya con anterioridad a la erupción. Sacudidas "premonitorias" cuyo estudio, "en caso de haber existido algún observatorio sismológico en las inmediaciones capaz de captarlas, hubieran podido permitir atisbar o entrever algo de lo que se fraguaba en el interior de la tierra isleña y hasta quizá predecir el lugar probable de la futura erupción", relata el prestigioso científico.
A mediados del siglo XX, el entonces conocido como Instituto Geográfico y Catastral ya contemplaba la necesidad de instalar en el archipiélago canario de "un observatorio sismológico", pero no llegó a tiempo. "Se ha perdido con ello una oportunidad preciosa que sólo Dios sabe cuándo volverá a repetirse", se lamenta Juan María Bonelli Rubio en su informe elaborado en 1950 .
La falta de medios y de previsión hizo que, hace 72 años, la población no fuera evacuada con antelación, como se ha hecho ahora, sino con la tierra ya emanando lava. Así se puede contemplar en las fotos recogidas en el archivo del Instituto Geográfico Nacional de la evacuación del valle de las Manchas ante la llegada de las coladas.
La erupción del San Juan o Nambroque -llamado así por el día en el que entró en erupción, 24 de junio, o por el lugar donde se inició el fenómeno- duró hasta el 4 de agosto de 1949. 42 días de emisión de lava, gases y cenizas que, tal y como recoge Bonelli, comenzaron con "lavas fragmentadas, arena calcinada y «lapili», en una densa y negra columna de humo" de gran altura que "es arrastrada por el viento y deja caer una lluvia de ceniza sobre diversos lugares de la isla", indica el geógrafo.
Las sacudidas sísmicas se repitieron entonces también frecuentemente, "acompañadas siempre de los característicos ruidos subterráneos". El personal de observación enviado por las autoridades logró definir tres bocas: "una, de cierta importancia, que alcanza una dimensión de 20 metros de diámetro, y otras dos más modestas".
Los peores días, indica Bonelli, fueron el 1 y el 2 de julio de 1949. Una fuerte sacudida sísmica que dio lugar a nuevas grietas en el terreno y nuevos derrumbamientos de casas, seguida por "otra de mayor grado que fue sentida prácticamente en toda la isla".
Según los datos recogidos por la prensa canaria de la época, solo hubo dos víctimas: una persona fallecida y una persona herida debido a la erupción.
La falta de medios técnicos no impidió calcular la cantidad de lava emitida por el volcán San Juan: más de 54 millones de metros cúbicos con el que se ganó al mar una superficie de 80 hectáreas de unos 50 metros de espesor. Una cantidad "no excepcional pero sí bastante importante. Los palmeños pueden sentirse orgullosos de su volcán" concluyó entonces Juan María Bonelli Rubio.
No es difícil imaginar la respuesta de Bonelli, hoy, 72 años después, al comparar esa cantidad con los 80 millones de metros cúbicos de lava que el volcán de Cumbre Vieja ha vertido ya sobre la isla de La Palma.