La historia de Kisko: cuando el mar te perdona la vida
Francisco Mesa y sus hermanos dejaron el trabajo en el mar tras un accidente
Muchos supervivientes de naufragios necesitan ayuda psicológica
Sentado el interior de su coche, con la puerta abierta, observa la llegada del cadáver de uno de los tripulantes del Rúa Mar a los muelles de Tarifa. Su mirada es vidriosa. Parece la de algún familiar de los desaparecidos, pero no lo es. Ocurre que el naufragio del Rúa Mar, ha abierto la puerta de unos recuerdos que este hombre ha querido mantener enterrados. Hace treinta años Francisco Mesa “Kisko”, junto a otros tres hermanos y su padre, vio la muerte de cerca. Pero a ellos, el mar les perdono la vida.
“Sentía nostalgia y quería enterarme de cómo iba la cosa, estoy aquí esperando noticias”, dice Kisko. “Estaba con mi mujer y me he enterado de que han encontrado una persona, y he venido a ver. Yo he vivido la misma experiencia durante tres días y no tengo palabras para explicarla. Eso es un angustia que sientes por dentro, que no se puede describir".
"Yo he vivido la misma experiencia durante tres días y no tengo palabras para explicarla. Eso es un angustia que sientes por dentro, que no se puede describir"
El el bar del puerto, los hombres del mar siguen las noticias en un televisor. Hay seriedad en su rostros. En el de Kisko asoma, además, la sombra de los peores tres días de su vida. Navegaba con su padre y tres hermanos, en su barco de siete metros, entre Ceuta y Algeciras, hace ahora casi treinta años.
"Ya empezó la cosa malamente, porque al salir de Ceuta el motor no arrancaba y nos tuvieron que dar carga desde otro barco", cuenta. "Había mal tiempo, vendaval y agua. Mi padre dijo: para Algeciras no podemos ir, vámonos para el puerto de Ceuta y esperamos a que calme"
Pero a mitad de camino el motor se paró, la sentina empezó a llenarse de agua, el barco se adentró en el Mediterraneo sin radio, ni posibilidad de pedir ayuda. Era media mañana.
"Derivamos treinta millas al este de Ceuta. La primera noche vimos un barco y mi padre comenzó a tirar bengalas para ver si nos veía, pero qué va, no nos vieron.Aquí en el Estrecho, que no paran de pasar barcos, pues por allí no pasaba ni uno".
"La primera noche vimos un barco y mi padre comenzó a tirar bengalas para ver si nos veía, pero qué va, no nos vieron"
Kisko tenía entonces veintitrés años. Pocos, pero los suficientes para ver la angustia de su padre y temer por la vida de sus hermanos. Hablar hoy de aquello aún le entrecorta la voz. Durante un minuto está al borde del llanto.
"Mis hermanos pequeños se mareaban, no estaban acostumbrados, y empecé a sentir miedo. No lo sentía por mi, lo sentía por mis hermanos los chicos. No teníamos comida, pero no pensábamos en ella, lo que bebíamos es agua, pero nada más".
Al anochecer el segundo día el tiempo empeoró. Tampoco tenían donde resguardarse.
"La segunda noche veía que no había esperanza. Fue fatal porque había más viento todavía, y mucha mas mar. Mi padre se iba para abajo y decía que iba a descansar", recuerda Francisco, mientras mira hacia el Estrecho. "Pero iba a rezar, sabiendo que tenia a sus cuatro hijos con él"
“Mi padre se iba para abajo y decía que iba a descansar, pero iba a rezar”
La historía acabó bien. Al tercer día los encontraron. Todos dejaron la pesca. A día de hoy Kisko limpia edificios, pero el hombre de mar sigue dentro. Cada nuevo naufragio lo despierta. Kisko sabe que la historia del Rúa Mar acaba mal. No habrá una segunda oportunidad para su tripulantes, como la hubo para él y sus hermanos.