Investigan si Tomás Gimeno se sumergió con los 'biberones' para provocarse una narcosis de nitrógeno

  • Las dos botellas de buceo estaban vacías y se encontraban en la misma zona, aunque separados

  • Continúa el rastreo para localizar el cinturón de buceo con el que sospechan que se hundió

  • La señal del teléfono móvil del padre permitió reconstruir su trayectoria y recuperar el cuerpo de Olivia

El buque Ángeles Alvariño continúa buscando el cuerpo de Tomás Gimeno frente a las costas de Rodazul en Tenerife, en la zona en la que la semana pasada recuperaron dos botellines individuales de buceo, lo que en el argot se conoce como 'biberones'. Los había comprado hace unos meses, tal y como se pudo comprobar con la factura que los investigadores de la Guardia Civil encontraron en su vivienda.

Ahora intentan localizar con un sonar el cinturón de plomos que el hombre utilizaba para hacer pesca submarina y con el que creen que pudo lastrarse. Todo hace pensar que se autolesionó y se lanzó al agua, después de arrojar al mar los cadáveres de sus hijas, Olivia de seis años y Anna de uno.

La hipótesis principal es que se sumergió con los dos 'biberones', uno colocado en su boca y otro en la mano. Estos dispositivos miden unos 30 centímetros, pesan aproximadamente un kilo y tienen medio litro de capacidad. Suelen emplearse para buceo en apnea, en pesca deportiva o como dispositivo de emergencia. Fueron encontrados en el mismo área, aunque separados.

"Narcosis de nitrógeno"

Estas botellas individuales llevan dentro la misma mezcla de aire comprimido que las grandes que se utilizan para grandes inmersiones, pero solo contienen medio litro de capacidad, unas 20 respiraciones. No tienen un regulador que permita compensar la entrada de aire. Por eso no pueden ser utilizados a más de 20 o 30 metros de profundidad. A partir de ahí el 80% del aire que respiramos es nitrógeno y la presión es superior a tres atmósferas. El oxígeno se vuelve tóxico a más de 1'6 atmósferas.

Al aumentar la presión con el descenso, el nitrógeno actúa como un narcótico y el oxígeno resulta letal. Es lo que se conoce como “narcosis de nitrógeno”, una alteración del estado de conciencia con efectos similares a los de una intoxicación alcohólica. La persona puede presentar síntomas de somnolencia, pérdida de memoria, confusión, alucinaciones, retraso en la respuesta a señales y un fuerte mareo, que aumentan al continuar el descenso. Es una sensación parecida a una borrachera. Mucha gente se queda narcotizada y sigue buceando sin enterarse de que se mueren, explican a NIUS los expertos. Se produce más rápidamente en estados de agitación, como en el que podría estar Gimeno después de matar a sus hijas.

De este modo, Gimeno podría haberse herido antes de lanzarse al agua, ya que encontraron sangre en su barca. Habría utilizado los biberones para comenzar la inmersión y aguantar dos o tres minutos, hasta perder el conocimiento. Al no llevar el traje de neopreno, con los ocho kilos de peso del cinturón de plomos se habría hundido en pocos minutos. Pudo morir por asfixia o ahogamiento.

El cuerpo debería haber permanecido en el mismo lugar aunque al no estar protegido, debido a la acción del mar, la fauna y los microorganismos se habría descompuesto. Por eso buscan el metal, restos óseos, la ropa que llevaba puesta, los zapatos, su cartera con la documentación o su teléfono móvil, que tampoco han sido encontrados todavía.

El rastro de su teléfono

A las 21.50 Beatriz le llamó por teléfono y le dijo que ya estaba "fuera de la isla". También "que ya no iba a ver ni a las niñas ni a él, que se iba con ellas y que iba a empezar una nueva vida".

A las 22.30 horas, Tomás volvió a llamar a Beatriz, llegando a decirle que él no podía permitir que sus hijas crecieran sin su padre. Ese es el punto en el que encontraron la botella de buceo con el edredón de la cama de Gimeno y después el cuerpo de Olivia.

El cadáver pudo ser recuperado con el robot submarino Liropus, a mil metros de profundidad. Estaba dentro de una bolsa de deportes, junto a otro petate vacío, en el que todo hace pensar que se encontraba el de Anna, que se rajó, posiblemente con el ancla y debió salirse. Estaba envuelto en una toalla, dentro de bolsas de basura, lo que hace suponer que el escenario del crimen fue su casa de Candelaria.

El hombre había lastrado los cuerpos de las niñas con el ancla de su barca y la cadena. La autopsia ha concluido que la mayor de las hermanas murió por un edema pulmonar. Dentro de unos días los resultados de los análisis de toxicología determinarán si el padre las sedó y qué productos pudo suministrarles. Las muestras están siendo analizadas en Sevilla.

Fue un crimen planificado. Gimeno quería hacer el mayor daño posible a su expareja, por haber rehecho su vida. Había escogido el día y el lugar para desaparecer con sus hijas. Pretendía hacerla creer que se había esfumado y que la mujer sufriera de por vida "sin saber cuál habría sido el destino de las niñas", según relata el auto de la titular del Juzgado número 3 de Güímar que instruye el caso.

Actuó de una forma silenciosa, aunque dejó a su perro en casa de sus padres y sus tarjetas del banco y las llaves de su coche. También una carta de despedida y 6.200 euros en efectivo a su novia. Quería dejar constancia de su partida.

Actuó de noche, con premeditación y alevosía. Las cámaras de seguridad del puerto le grabaron bajando seis bultos del maletero de su coche y metiéndolos en su barca. Hizo tres viajes. Había calculado el peso que necesitaba para impedir que los cadáveres salieran a flote. En la embarcación encontraron su propulsor acuático o 'torpedo', del que no se deshizo.

Su error de cálculo

Pensaba que nadie le encontraría y su intención era hacer creer que se había fugado con las niñas, dificultando la búsqueda. Su barca no llevaba GPS ni sistemas de navegación. Después de lanzar al océano los cuerpos de sus hijas regresó al puerto para comprar un cargador para su teléfono móvil.

Luego volvió a zarpar, intentando regresar al lugar en el que creía que había sepultado los cuerpos de Olivia y de Anna. Es el punto exacto en el que ahora han encontrado los 'biberones' y en el que las antenas de telefonía recogieron la última conexión de su dispositivo.

A la 1:30 de la mañana del 28 de abril habló por última vez con Beatriz, la madre de sus hijas. Escribió además a algunos amigos a los que les confesaba "que lo sentía de verdad, que lo sentía por él porque necesitaba esto, y que por fin estaría bien y como quería", según se desprende del auto. Luego se perdió la señal.

Esa trayectoria quedó recogida por las señales de su teléfono y es el recorrido que realizan una y otra vez durante los rastreos. El asesino no podía imaginar que con medios como el robot submarino del Instituto Español de Oceanografía sería posible localizarlos ni que los agentes del instituto armado conseguirían reconstruir sus pasos y tirar por la borda su macabra teoría.

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