Un estudio de investigadores del grupo de Nutrigenómica de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona ha evidenciado, por primera vez, que el consumo de una misma variedad de fruta tiene unos efectos sobre la salud diferentes en función de la estacionalidad.
En concreto, han demostrado en ratas que el consumo de cereza puede alterar el reloj molecular del tejido adiposo en función de si se consume en la época del año que corresponde o fuera de temporada. Los mamíferos, y por lo tanto los humanos, tenemos un mecanismo llamado reloj molecular que nos permite adaptar el metabolismo de nuestras células en función de la estación del año en la cual nos encontramos.
Los investigadores, según informa SINC, han observado que la alteración de estos relojes moleculares puede relacionarse directamente con un aumento en el riesgo de sufrir algunos de los trastornos metabólicos asociados con la obesidad y sobrepeso si coinciden a la vez con una dieta poco saludable y con un alto contenido en azúcares y grasas. Es decir, que comer esta fruta fuera de temporada puede incrementar, todavía más, este riesgo. Los resultados de esta investigación se han publicado recientemente en la revista internacional sobre nutrición humana Nutrients y The Journal of Nutritional Biochemistry.
Por otro lado, y de manera casi simultánea, los investigadores de la URV han publicado un segundo artículo científico en la revista Scientific Reports, del grupo Nature, que muestra como el consumo de cereza y de uva ayuda a las neuronas a reconocer más eficientemente las señales químicas que, como la leptina, modulan la hambre y el metabolismo de las grasas.
Este trabajo, presentado en Lisboa en el congreso Food Bioactives & Health pone sobre la mesa por primera vez como la señalización de la leptina en estas células del cerebro se produce de forma diferente en función de la estación del año en la cual se consumen las frutas.
Los autores de estos estudios consideran que los resultados obtenidos son una consecuencia directa del contenido específico de compuestos fenólicos que tiene cada fruta en función del área geográfica donde se han producido, de las condiciones de cultivo utilizadas y del estado de madurez en que se han cosechado.
“Las personas tenemos la capacidad evolutiva de reconocer, desde un punto de vista bioquímico, el contenido y la concentración de compuestos fenólicos de los alimentos que comemos. Por ello, el consumo de fruta de temporada y de proximidad repercute directamente en una mejor adaptación al medio donde vivimos y, en consecuencia, modula el reloj molecular de nuestros órganos más importantes en armonía con el entorno donde nos encontramos”, indican los autores.
En cambio –agregan– “el consumo de fruta de procedencia lejana genera una discrepancia entre las señales bioquímicas indicadas por estos compuestos fenólicos y las condiciones reales de nuestro entorno”.