Francisco Castaño lleva años trabajando como orientador de padres, por eso sabe que educar a los hijos es el oficio más duro que existe y que hay veces, la mayoría, en que sentimos que nuestros esfuerzos caen en saco roto.
Padre además de dos hijos, profesor de secundaria y prestigioso conferenciante, ha decidido reunir sus conocimientos en La mejor versión de tu hijo. Un libro donde ofrece herramientas y pautas para que los adolescentes alcancen su mejor yo con la ayuda de sus progenitores. ¿Las claves?. "Una comunicación fluida, fijar límites y mucho cariño", contesta.
Pregunta: Suena fácil lo que propone. Lo difícil es aplicarlo, porque los adolescentes tienen la capacidad de sacarnos de quicio...
Respuesta: Pues eso es lo primero que debemos evitar. No hay que enfadarse y mucho menos gritar porque a ti cuando te gritan ¿escuchas? No, pues ellos tampoco. Desconectan en el acto, se cierran en banda y adiós a la comunicación.
P. Pero hablar con un adolescente puede ser muy complicado...
R. Los padres lo que hacemos siempre es interrogar. Cuando llegan a casa les preguntamos qué has hecho, dónde has estado y con quién. Y ya sabemos de antemano su respuesta: "Nada, por ahí, con lo colegas". Esa no es forma de conectar con ellos.
Para tener una buena comunicación con tus hijos tienes que hablar de cosas que les interesan a ellos. Te tocará hablar del Fortnait (si le gustan los videojuegos), del Tiktok o de Instagram (si le van las redes sociales). Tendrás que escuchar reguetón a su lado (aunque odies ese tipo de música). Podrás decirle por qué no te gusta, pero no debes criticarle por ello y tampoco prohibírselo. Hay que atenderles y escucharles, es la única forma de establecer una base sólida de comunicación.
P. Lo que pasa es que hay casos en que si no hay prohibición se pasarían todo el día enganchados a las maquinitas o a las redes sociales...
R. Para eso están los límites y las normas. Son fundamentales. Hay que establecer unos horarios, unas reglas que ellos conozcan y que sean conscientes de que saltárselas acarrea unas consecuencias. No hablo de un castigo, sino de una consecuencia, que es algo bien distinto.
P. ¿En qué se diferencian?
R. Un castigo es una revancha, intenta hacer daño, fastidiar y es siempre a posteriori. Una consecuencia es el anuncio previo de lo que va a pasar si no se cumplen las normas. Ayuda a asumir responsabilidades.
Por ejemplo, si se establece que hay que devolver el móvil a las 10 de la noche y si no se hace al día siguiente no lo va a poder coger, tu hijo no te podrá echar en cara que se lo has quitado puesto que ha sido él, bajo su responsabilidad, el que ha decidido saltarse la norma conociendo las consecuencias. "No cariño ya lo sabías", puedes contestarle.
Y lo mismo con la hora de llegada. Si hay que estar en casa a las 11 y llega tarde, pues al día siguiente saldrá una, dos o tres horas más tarde, dependiendo del tiempo que se haya pasado. Son normas y límites sobre los que no debe haber discusión una vez fijados.
P. Pero, ¿cómo hacemos que las respeten?
R. Sería idóneo establecer esas normas con ellos, para que se sientan más implicados en su cumplimiento. Además los padres debemos tener siempre claro el motivo de cada norma y de que todas ellas deben ser en beneficio de los hijos y así debemos transmitírselo.
P. Dile tú a un adolescente que tiene que estar en casa a las 10 cuando sus amigos llegan a las 12 ya verás cómo lo entiende...
R. Es cierto, no lo va a entender, serás la peor madre o el peor padre del mundo, pero tú tienes que hacerle ver que hay unos motivos y que es por su bien, que esas son las reglas de vuestro hogar y no ceder.
Los padres tenemos mucho sentimiento de culpabilidad. No sabemos cómo actuar. Si les decimos que sí es que les estamos consintiendo, si les decimos que no, pobrecitos que todos los demás padres han dejado a sus hijos; si les compramos algo que es muy caro nos sentimos fatal, si no se lo compramos también, porque lo tienen todos menos él o ella. No se puede educar así, con sentimiento de culpa, es lo primero que tenemos que desterrar. Insisto, cuando uno tiene clara una norma no se puede ceder.
P. Pero la realidad es que se acaba cediendo en muchas ocasiones
R. Sí, porque estamos tan preocupados porque no sufran que acabamos complaciéndolos, y es un error porque si no cortas a tiempo cada vez te exigirán más. Los chicos a los que no se les ponen límites terminan haciendo cosas que no les toca por edad y para las que realmente no están preparados y eso suele acabar en graves problemas de conducta en la adolescencia.
P. ¿El gran problema de los padres hoy día entonces es que somos demasiado permisivos?
R. Sin duda. La excesiva permisividad y la excesiva sobreprotección son preocupantes. Como no queremos que sufran les damos todo lo que piden, les hacemos vivir en Walt Disney cuando la vida real es The Walking Dead. Les engañamos y luego se dan de bruces con la realidad. Nosotros debemos aprender a decirles NO y ellos deben aprender a frustrase.
Tenemos que entender que nuestros hijos no pueden tener todo lo que desean porque es inviable pero que no por eso van a ser infelices, todo lo contrario, van a ser más felices. Y no estoy diciendo que se conformen, tienen que tener ilusiones por conseguir cosas, pero con sentido común.
P. ¿Los límites les hacen entonces más felices?
R. Claro, los límites son necesarios porque les enseñan a estar más seguros, porque les hacen saber hasta dónde pueden llegar y eso les hace sentirse más felices. La felicidad la alcanza el que tiene más calidad de vida, no más nivel de vida. Y calidad de vida tienes cuando la diferencia entre lo que tienes y lo que deseas es poca, por eso eres feliz. Ilusiones y deseos tienes que tener pero hay que ser realistas. Si estás deseando tener un ferrari y eres mileurista pues estarás todo el día amargado porque no te puedes comprar un ferrari.
Lo que no debemos hacer los padres, que es el error en el que caemos es darles más y más para contentarles porque entonces nunca tienen bastante. Cuanto más les das más quieren y más insatisfechos están. Es la pescadilla que se muerde la cola. Si ellos aprenden que pueden desear una serie de cosas pero que no las van a tener nunca van a ser más felices. Y no las van a tener no porque seamos malos padres sino porque no se les pueden conceder todos los caprichos. Por su bien, para que sea un adulto mejor y más equilibrado.
P. ¿El secreto está en ser firmes pero con cariño, como decía al principio de la entrevista?
R. Exacto. Ambas cosas no están reñidas. Se puede lograr una excelente relación con tu hijo, de cercanía, de complicidad y eso no quita con que a las 10 tenga que devolver el móvil, con que deba recoger su habitación, con que tenga que comerse lo que hay en el plato...
Hay dos corrientes a la hora de educar, una de permisividad absoluta, de dar solo cariño, y otra autoritaria, la de porque yo lo digo. El término medio es lo ideal. La firmeza y el cariño son esenciales en la educación, nuestros hijos necesitan, y mucho, de ambas.
P. Estamos hartos de escuchar que los jóvenes han perdido el respeto a los padres. ¿Es ahora más difícil hacerles cumplir las normas que antes?
R. Lo primero que debemos hacer los padres es educarles con coherencia y honradez. Hay un frase de Umberto Eco que me encanta que dice: "Somos lo que nuestros padres nos enseñaron cuando no nos enseñaban nada". No puedo decirle a mi hijo que no esté todo el día con el móvil si a mi me ve enganchado a todas horas. No puedo pedirle que sea educado, que no grite y respete si me ve a mi insultar al árbitro cuando veo un partido de fútbol por la tele. Es la eterna ley de enseñar con el ejemplo.
P. O sea, ¿que al final los padres tenemos culpa de todos los males de nuestros hijos?
R. Tenemos toda la responsabilidad en su educación, y a veces acertamos y otras erramos. Yo suelo decir bromeando que tengo en mi consulta un látigo para fustigar a los padres porque aunque nos equivoquemos los padres actuamos según creemos que es mejor para nuestros hijos.
P. Un último consejo, de esos que los padres nos debemos grabar a fuego para no olvidar nunca.
R. Que hay que educar al hijo que tienes, no al que te gustaría tener. Debemos dejarles encontrar su propio camino y ayudarles en el proceso, pero no solucionando por ellos los problemas que puedan surgirles, sino orientándoles, escuchándoles, educándoles en la paciencia, el esfuerzo y la constancia. Solo así conseguirán dar lo mejor de sí mismos.