Tiene 64 años, es asmático y padece eso que se llaman patologías previas. Muescas de vivir que, sin embargo, no le han impedido nunca su trabajo. Es periodista, ha estado en algunas guerras, en situaciones más o menos insólitas, pero esta situación, como todos ustedes, nunca la ha vivido.
Después de tres días teletrabajando tiene que salir de casa a por sus múltiples medicamentos y también, cómo no, a por algo de comida. Y puesto a hacerlo, colocada la mascarilla FPP2 que encontró en una recóndita ferretería, y unos fosforescentes guantes azules, por qué no contar, como ha hecho tantas veces, lo que sucede. Nunca lo habría pensado, pero quizás sea el primero de una nueva forma de periodismo, el corresponsal de farmacia y supermercado.
Así que se sube a su coche y parte camino del primero de sus frentes informativos. Vive en la costa de Cádiz y, curiosamente, lo primero que observa es que a diferencia de las ciudades, aquí parece haber más tráfico del normal en estas fechas. Eso sí, la gente viaja sola.
Haciendo una fila que nunca había visto a las puertas de la farmacia, se encuentra a tres personas. Un joven, un hombre de mediana edad y una pareja. Sí, una pareja. Para burlar el estado de alerta que ordena salir sólo, cada uno lleva su perro.
"Hay que colocarse a más de un metro", le dice quien le precede en la cola. "Hay que hacer las cosas bien", añade el que le sigue. La pareja, que simula no conocerse, no dice nada. ¿Quién es el último?, pregunta una recién llegada. Tú, le responden en la cola con guasa gaditana.
Le toca entrar. El farmacéutico se protege tras un precinto improvisado que impide acercarse al mostrador.
"La gente se porta bien, lo han entendido correctamente, y esperan en la puerta retirados unos de otros", dice. "No nos faltan medicamentos. "Ahora mismo lo único que hay en falta es lo que falta en todos lados, mascarillas, geles de manos y alcohol. El resto está todo. Cualquiera que venga se puede llevar su medicamentos".
Mientras busca los del periodista, añade. "Lo que sí se nota es más gente, hay mucha gente que ha venido de fuera. Desde el viernes o así se está notando".
Paga, como sugieren las autoridades, con su tarjeta, y sale hacia Barbate. Hay casi nueve kilómetros. Tiempo para pensar en enormes colas en los supermercados y unidades policiales por todos lados. Nada de eso. Muy poca gente en la calle, y supermercados en los que a diferencia de las farmacias y estancos, no hay cola.
"Enhorabuena por lo que hacéis", le dice un cliente a una reponedora, "Hay que echarle valor".
"Gracias", responde ella. "Hoy está más tranquilita la cosa, pero el viernes fue horroroso"
La compañera que atiende la carnicería, asiente con la cabeza. "El fin de semana ha sido horrible. Vino mucha gente de fuera. Se podían haber quedado en su casa, sinceramente. Los que han venido de vacaciones, porque no veas".
"La cuarentena es para quedarte en ru casa, no para que te vengas aquí. Es que tiene guasa ", interviene una clienta que espera su turno.
"Yo llego a mi casa todos los días acojonada", prosigue la dependienta. "Así de claro. Vivo con mi abuela y llevo tres días sin ir a verla. Imaginate tú"
Mientras el corresponsal compra lo que marca su lista, y ni una cosa más. la gente guarda las distancias en los pasillos. se oyen pequeñas bromas, se mira de reojo hacia el que se acerca más de lo conveniente con su carrito. En la caja aún hay tiempo para la cortesía de ceder al paso a quienes llevan pocos artículos.
Una vez más alguien le agradece a la cajera que permanezca en su puesto. Una vez más, la cajera pasa objeto tras objeto por el lector de código de barras. Sólo la separan de una posible infección unos guantes. Són parte de los héroes de una guerra que hay que ganar, y que el corresponsal de farmacias y supermercados espera, también él, poder contar,cuando llegue la victoria frente al enemigo más insólito que ha visto.