Madres y padres tendemos a pensar que algo estamos haciendo mal cuando la educación que damos a nuestros hijos no está teniendo los resultados que esperábamos. Niños rebeldes, también esos niños reyes que saben hasta dónde tensar la cuerda, que saben mucho ya a una edad muy temprana. Los padres también necesitan un taller para desconectar de sus frustraciones. Esas que les llevan a verse señalados cuando van a ver jugar al niño, cuando se enfrentan al tutor o a algún médico. Y pasa. Cada vez más. Y no deben olvidar una cosa: los padres no dejan de ser un espejo, aunque a veces al niño/a le cuesta aceptarlo.
Porque no, no es sencillo ser padre ni tampoco educar a un niño del SXXI. Esa sensación de no estar haciéndolo bien es bastante más común de lo que parece. Cristina Albendea, psicopedagoga y directora de Emotiva Centro para el Cambio, asegura que muchos padres llegan a sus talleres y cursos con esta idea de “baja autoestima” y aunque está convencida de que “ser padre es algo difícil”, el trabajo emocional les permite “sentirse agusto y comprendidos y que no están solos” en la educación de sus hijos.
Esta necesidad no es nueva según esta experta: “creo que los padres han necesitado siempre tener herramientas para consultar qué hacer o cómo intervenir en determinadas cosas con los niños. Creo que las escuelas de padres o los talleres han existido toda la vida y creo que es algo que siguen demandando”.
Ana Roa es psicopedagoga y fundadora de Roaeducación, una empresa especializada en educar emocionalmente a padres y madres. Desde su experiencia reconoce que “los tiempos han cambiado mucho” y que por ello “toda la ayuda que puedan prestar profesionales para orientar” es básica.
A pesar de ello, no todos los progenitores sienten la necesidad de formarse y adquirir habilidades para educar a sus hijos. Roa señala que “hay familias muy implicadas incluso excesivamente, pero hay otras que no ven de igual manera esta necesidad”. En ambos casos ha detectado que cuando recurren a este tipo de ayuda “una simple frase o palabra destapa en ellos la curiosidad y la necesidad de seguir avanzando”. Y eso a pesar de que la experiencia compartida en el entorno familiar o social sea muy parecida, “solo el hecho de tener a un profesional enfrente les da cierta seguridad y se muestran mucho más receptivos” de lo que suelen ser en su propio círculo de amigos.
Tanto Cristina Albendea como Ana Roa parten de la necesidad de educar “en emociones”. “Cualquier tipo de aprendizaje es mucho más fácil desde una gestión emocional adecuada”, afirma la fundadora de Roaeducación, además de “favorecer en casa una convivencia más estable y más tranquila”, algo que demandan especialmente los padres: “la emoción es fundamental en cualquier proceso de aprendizaje, incluso en los más pequeñitos”.
Albendea, por su parte, cree que el secreto del éxito de este tipo de talleres o escuelas radica en que los progenitores tienen una necesidad básica que pasa por formarse primero como individuos antes que como progenitores “en una serie de herramientas, de manejo del día a día a nivel emocional, de coherencia o de comunicación”. De esta forma apunta esta psicopedagoga, “cuando se parte desde la coherencia a nivel personal es mucho más fácil que el padre lleve esas herramientas en su intervención en el día a día”.
Los retos de una sociedad moderna y altamente tecnologizada en el que los referentes de nuestros padres ya no son válidos han llevado a muchos progenitores a hacer cierta aquella frase del famoso médico neuropsiquiatra y psicoanalista alemán, Fritz Perls de que “aprender es descubrir que algo es posible”. Porque si bien es cierto que todos educamos con nuestra mejor intención a nuestros hijos, la verdad es que, muchas veces no conocemos otra manera de hacerlo.
Esta doble realidad que tenemos como padres de cierto sentimiento de culpabilidad y necesidad de aprender tiene mucha relación también con nuestra tendencia a querer tener bajo control todo lo que les rodea, algo imposible sin afectar a la construcción de su sistema de autoconfianza.
Y es que, muchos padres confunden el serlo con dirigir la vida de sus hijos, por ello muchas veces en vez de aconsejar a nuestros hijos, intentamos dirigir su vida. Desde la posición de padres, más que dirigir, lo que deberíamos hacer con los hijos es guiarlos. Podemos ayudarles en el camino de la vida y dejar que la propia persona aprenda a elegir por sí mismo el camino más adecuado.
Cuando nos convertimos en padres, también tenemos cierta responsabilidad, somos los responsables de ofrecer a nuestros hijos respuestas sobre el abanico de opciones y posibilidades que existen, aunque muchas veces no las tengamos.
No siempre la opinión que tenemos nosotros es la más acertada, por lo que hay que enseñar a nuestros hijos a crear sus propias ideas y sus propias opiniones, porque esa será la única forma de no equivocarnos en la educación de nuestros hijos. Estamos cansados de escuchar la típica frase de "los niños no vienen con libro de instrucciones" y por ello siempre lo intentamos hacer lo mejor que sabemos.
Debemos entender que el hecho de enseñar y aprender no es nada nuevo, sino que es algo que lleva con nosotros desde que el hombre es hombre. Como conclusión nos gustaría remarcar que lo más importante de ser padres es el apoyar, ayudar y entender a nuestros hijos pero siempre desde la distancia y la sabiduría adquirida con la madurez.
Según la psicóloga infantil Esther Egea, durante la etapa de la 'terquedad', que tiene lugar entre los 2-3 años, el niño necesita retar a los padres para avanzar en su desarrollo y alcanzar su independencia, lo que, a veces, genera conflictos "que son normales".
La desobediencia "es normal" en el desarrollo de la persona "pero si nos metemos en un patrón, con una intensidad y frecuencia alta, implica que no es un desarrollo normal y sano, y los padres tienen que aprender que si se ceden día tras día a la rabieta de un niño, al día siguiente el problema es más grande".
Una disciplina que proviene del castigo "puede ser peligrosa", ha proseguido, "no nos podemos acordar de la disciplina cuando estamos agobiados o enfadados porque no somos razonables ni modelos para nuestros hijos sobre cómo resolver situaciones".
El niño tiene mucho poder, "lo que quiere es que le presten atención y si entiende que portándose mal tendrá a los padres encima es lo que hará, por lo que debemos invertir esto trabajando en la atención positiva, pillarlo portándose bien, decirle lo que se espera de él", a fin de que "entienda que también estamos disponibles cuando se porta bien".
"Hay que establecer unas normas, explicarles lo que esperas de ellos y que si incumplen las normas, hay consecuencias, pero sin miedo a castigar, haciéndoles ver que si hacen las cosas, estaremos contentos pero si no lo hacen, son ellos los que pierden, sin gritos. Educar no es gritar", asegura esta psicóloga.
El niño, como los mayores, "necesita saber qué se espera de él, ellos no saben lo que tienen que hacer ni como, en caso contrario, los niños se descontrolan". La rutina y el hábito "genera tranquilidad" y el niño necesita de ella y de unas normas para "poder identificar lo que puede y no puede hacer".
"Todos necesitamos normas y es obligación de los padres enseñar a los pequeños las reglas del juego, que aprendan a comportarse porque, de lo contrario, hay unas consecuencias", ha añadido Esther Egea. Si los padres no son sistemáticos con las reglas, entonces están haciendo trampa en la tarea educativa y los hijos protestan ante la falta de coherencia.
No hay que temer a los conflictos, "pues forman parte de la vida diaria, es normal que pensemos de manera diferente y tengamos objetivos y metas distintas a la de nuestros hijos", lo que hay es que aprender a resolverlos "pero no con gritos y dejación de funciones".
Hay tres tipos de premios, el primero de ellos es el refuerzo social (los abrazos, los besos o un guiño), "que es el que debe primar", no es malcriarlos "es reforzar el proceso de su crecimiento", es animarles a que aprendan a hacer cosas por sí solos "como enfatizarles que nos encanta que intenten mantener su habitación ordenada", día tras día, hasta convertirlo en una rutina.
Tras este, está el refuerzo de actividad, que serían ir al parque, comer palomitas, hacer una pizza o ver una película con los hijos, "ya por último, están los materiales, muy eficaces, pero de los que no debemos abusar" porque, de lo contrario, "el aprendizaje paralelo es el qué me das" a cambio. "Podemos usarlos para demorar la gratificación", ha apuntado.
De los castigos "tampoco hay que abusar", ha enfatizado, "puedo explicar al niño que hay una consecuencia y darle a entender que más que lo que yo le quito algo es lo que él pierde", es decir, "explicarle a un niño que si cuando vayamos a salir de casa tiene los juguetes recogidos, se puede bajar la bicicleta, pero si cuando vamos a salir no están recogidos, mamá le tiene que recordar que tienes que recogerlos y como mamá se ha hecho responsable de recordárselo cuando era su obligación, los recoge pero entonces no se puede bajar la bici".
En ningún momento, ha acentuado, "el padre tiene que estar discutiendo las normas he discutido y aunque llore y se queje, que es normal su enfado porque acaba de perder la bicicleta, hay que dejarlo y decirle que hasta que no se calme, mamá no lo va a atender" a fin de que entienda el límite marcado lo que habíamos hablado y el límite, "es dejárselo claro, a la segunda o tercera vez, lo tendrá claro". Si el padre se mantiene firme, el niño no tendrá la necesidad de estar retando al padre, porque ya sabe lo que tiene que hacer.
Si esto no está hablado y consensuado con el niño "no podemos recriminarle a gritos que tengamos nosotros que recogerlos y llamarlo desobediente", así "conseguimos poco". Constantemente, ha acentuado, "van a aparecer obstáculos y dificultades que tendremos que ir resolviendo y no nos tiene que dar miedo".
Por lo que más que castigo es enseñarles a lo que ellos pierden, "un rato, por ejemplo, de televisión o de móvil", no es cuestión de castigarles sin ordenador, sin televisión ni videojuegos "porque nos quedamos sin recursos y es normal que el niño se enfade y no consigamos que nos haga caso".
Es cuestión de quitarles 15 minutos de ordenador o explicarle que ha perdido media hora estando con tus amigos en la calle, "así aprende más que dejarlo sin salir, porque de esa forma lo tienes enfadado", es cuestión de "ser coherente y proporcional con las consecuencias, y haberlo marcado antes, que los niños no se sientan engañados".
"Ser padres es un reto y somos modelos, los hijos están observándonos siempre y muchas veces aprenden sin filtros, son réplicas", ha hecho hincapié esta psicóloga murciana.
"Estamos formando a personas, no a propiedades" y "esa sensación de me siento querido y protegido, y mis padres se han ocupado y dedicado a mi, está y queda dentro". "La vida es un regalo y educar un trabajo, pero muy hermoso".