El comandante José María Martín Corrochano es el jefe de operaciones en el Regimiento de apoyo e intervención (RAIEM), una división de la Unidad Militar de Emergencias (UME), preparada para la guerra del futuro. Su especialidad es realizar tareas de contención, desinfección e intervención en lugares con una gran carga vírica.
Está al mando de 150 soldados, que llevan más de un mes trabajando a un ritmo frenético, sin descansar ni un solo día. La Comunidad de Madrid les encomendó la misión de retirar los cadáveres que se acumulaban en los hospitales y trasladarlos provisionalmente al Palacio del Hielo.
Este miércoles la misión se daba por cumplida y el sevillano estuvo junto a las autoridades en el acto de clausura de esta gran morgue, que ha pasado a la historia como un símbolo de la pandemia. Él fue el primero en entrar y el último en salir del depósito de cadáveres. A mediodía, rindió homenaje a los caídos por covid-19 sobre la pista de patinaje que ha acogido a 1.146 difuntos. A las ocho de la tarde estuvo a las puertas, con el concejal del distrito de Hortaleza y los vecinos, para dedicar unos minutos de aplausos a los profesionales sanitarios.
Ahora espera que le asignen una nueva misión aunque confiesa: “Me haría mucha ilusión pasar el fin de semana con mi familia, en mi casa y descansar, porque no duermo nada, estoy con la cabeza venga a dar vueltas, necesito rebajar un poco esta presión”, dice.
Siempre dispuesto y de buen humor, aún saca un rato en su apretada agenda y nos concede esta entrevista.
Pregunta: Estamos viviendo una situación excepcional: estado de alarma, confinamiento, miles de víctimas seguidas. ¿Cómo es la batalla contra un enemigo invisible, que ataca sin que lo sepas sin saber cuándo llegará el final?
Respuesta: Hemos estado 31 días seguidos, sin parar. Ha sido más duro en lo sentimental que físicamente. Estamos acostumbrados a trabajar y no nos importa echar horas. Lo que más remarco es el sentimiento, la dignidad y el esfuerzo de todos los que han participado en esta misión. Éramos conscientes de que estábamos haciendo algo histórico, algo bueno y les he visto con mucha entereza, muy serios, a nadie fuera de su papel en ningún momento.
Una de las cosas que nos propusimos desde el principio y hemos conseguido es que no hubiera imágenes macabras de esta operación como las de Italia o Estados Unidos. Hemos trabajado con orden y mucha dignidad. Siempre tratando a los fallecidos como si fueran de los nuestros. Los traslados se han realizado en lo que nosotros llamábamos “furgonetas de la vida”, sin colores llamativos, de forma discreta. En el Palacio del Hielo me quedo con el silencio que había siempre, la sensación de paz.
P: ¿Cómo ha sido esta operación?
R: Hemos trabajado todas las administraciones tan bien engranadas que ojalá todo fuera así, ha sido perfecto. Yo que he vivido incendios, inundaciones y otras grandes catástrofes, ésta ha sido una emergencia completamente distinta, un cometido diferente. Normalmente tienes un enemigo definido, en un punto concreto, lo puedes ver claramente: el agua, la nieve, el fuego, pero aquí no lo ves.
P: Por qué se os eligió para encomendar esta misión?
P: Nuestro grupo de riesgos tecnológicos y medioambientales estaba muy avanzado cuando se ha destapado esta pandemia. Después de la crisis del ébola ya habíamos desarrollado procedimientos y herramientas como el Counterfog. Íbamos un pasito por delante, por lo menos en preparación.
Aún así, esto ha sido algo inesperado, ni en nuestras peores pesadillas esperábamos que nos fuera a tocar una emergencia así. La amenaza biológica, bacteriológica, medio ambiental, tecnológica, es el nuevo campo de batalla, eso es indudable. Ya éramos conscientes del riesgo pero hay que estar preparados para enfrentarse a este espacio nuevo.
No somos los únicos que podíamos hacerlo, pero éramos los que estábamos más rápido a disposición. Conocemos al viceconsejero y a los mandos de los servicios de emergencias de la Comunidad de Madrid personalmente, cara a cara, sabemos las capacidades que tenemos cada uno y lo que podemos aportar.
Hemos trabajado juntos anteriormente y ya tenemos esa rutina interiorizada, de trabajar en emergencias bajo las órdenes de civiles. Confiamos mutuamente los unos en los otros y eso es muy importante como punto de partida.
P: ¿Cómo ha sido el día a día, tener que manejar los cadáveres?
R: Estamos acostumbrados a trabajar en ambientes contaminados, con amenazas químicas, bacteriológicas y radiológicas y a utilizar los equipos de protección Individual. Sin embargo, en el manejo y tratamiento de cadáveres hemos empezado prácticamente de cero. Hemos tenido que desarrollar un procedimiento homogéneo e igual para todos, porque también han colaborado los bomberos y el Ejército de Tierra en los levantamientos de los cuerpos.
Hemos diseñado un sistema que ha permitido identificar a todas esas personas de la misma manera. Con cada una hemos hecho un triple etiquetado: primero en el embolsado, luego cuando lo metíamos en el féretro y en la documentación. Tenían asignado un número único, que debía corresponderse siempre. No podía haber ninguna equivocación ni margen de error.
P: Estas personas fallecieron después de ingresar en un hospital. Solas, sin despedirse de sus familias. Vosotros habéis sido los únicos que habéis estado con ellos. ¿Cómo son esos momentos?
R: Al principio era más difícil pero luego lo teníamos muy bien organizado, con todos los cuerpos embolsados. Así no teníamos que verlos directamente, aunque sabías que estaban ahí contigo. Ha habido días en los que hemos llegado a sacar hasta 130 cuerpos de distintos hospitales.
Aun así, los soldados siempre lo han sentido como si fueran compañeros caídos, uno de los nuestros. Ellos mismos lo decían. No se sí es un mecanismo de defensa pero eso les obligaba a tratarlos con más cuidado, con cariño.
Yo he estado en la posguerra del Golfo, en la guerra de Bosnia, he visto muchos cadáveres. De verdad, no tiene nada que ver. Había un sentimiento muy fuerte. Hablé con un director de un hospital que me dijo una frase que se me ha quedado grabada para siempre: “Se nos está muriendo una generación”y es cierto.
Es una lástima porque eran nuestros abuelos, con todo lo que ellos nos han dado y han aportado a esta sociedad. Yo no soy una persona demasiado sentimental, pero en este último mes he llorado más veces que en el resto de mi vida, por gente que no conocía.
P: Habéis sido los únicos que habéis podido estar con los difuntos, incluso habéis velado por ellos en la intimidad, ¿cómo han sido esos momentos?
R: Nunca les hemos dejado solos. Desde que les hemos recogido hasta que se los hemos entregado a las funerarias, hemos estado siempre con ellos. Nadie ha dado la orden de velarlos, en el sentido estricto, pero lo hemos sentido como si en cada caja hubiese un familiar nuestro.
Teníamos un equipo asignado a cada uno de los tres depósitos de cadáveres. Eran nueve o diez personas permanentemente encargadas de su custodia. Ha habido días que la carga de trabajo ha sido tan bestial que casi no hemos tenido ni un momentito de reflexión. Pero yo he podido ver a soldados acercarse a los féretros, leer el nombre y santiguarse o quedarse un rato pensando, todos tienen sus cosillas.
Personalmente me he leído los nombres de las 1.169 víctimas que hemos trasladado y he guardado respeto por cada una, al menos unos instantes. Todavía me acuerdo de muchos nombres, que tenían coincidencias o me resultaban familiares. En los documentos venía la edad, había personas muy mayores, nos las podíamos imaginar vivas.
P: Concluida esta misión, ¿qué sensación os queda?
R: Para nosotros esto no acaba aquí, no lo damos por terminado. Las funerarias asumen perfectamente la carga de trabajo y ya no necesitan refuerzos. Hemos aprendido mucho, nos hemos humanizado y estamos preparados para reabrir esta misión si nos reclaman. Dios quiera que no haga falta. A mí de momento me haría mucha ilusión poder pasar el fin de semana con mi familia, en mi casa.