La pareja, padre de dos niñas, Anya y Molly, fue informada por los médicos de que la pequeña, Molly, de cuatro años, tenía una enfermedad incurable y mortal, la de Werdnig Hoffmann o atrofia muscular espinal tipo 1, la forma más grave. Esta afección, que se presenta en los primeros seis meses de vida, se caracteriza por un tono muscular disminuido, debilidad muscular y problemas de alimentación y respiración.
La idea de que su hija mayor, Anya, perdiese a su hermana y, además, creciese sola les dejó doblemente devastados. “Así que supimos que teníamos que tratar de tener otro bebé”, ha desvelado May Williams al diario británico The Sun.
Sin embargo, los médicos les advirtieron que ambos eran portadores de la enfermedad que algún día acabaría con la vida de su hija menor y que había un 25 por ciento de posibilidades de que el próximo bebé heredase la afección.
"Sentí que estábamos siendo doblemente castigados. No solo nos habían dicho que eventualmente perderíamos a nuestra hija, sino que cualquier otro bebé también podría nacer con la misma enfermedad cruel”, ha contado Williams al mismo diario.
Durante el embarazo, pasaron por momentos muy difíciles. A las cinco semanas, Molly estuvo a punto de morir ahogada después de que los músculos de su garganta la impidiesen tragar.
No obstante, a la semana 13 del embarazo, recibieron una muy buena noticia, el bebé que esperaban y que llamarían Edmund no tendría la misma afección que su hermana. Williams ha dicho sentirse como en una “montaña rusa” dividida entre la euforia de que su nuevo hijo iba a nacer sano y la tristeza de saber que Molly podría no llegar a conocerle.
"Estaba cada vez más débil”, cuenta. Pero fuera de todas las probabilidades, cuando Edmund llegó al mundo en diciembre de 2014, Molly, que había cumplido dos años, estaba allí para darle la bienvenida.
La niña, “nunca caminará, parará o se sentará sin ayuda”, pero su hermano, a su corta edad, la ayuda en todo momento, ha explicado Williams. “La pasa sus juguetes cuando no los puede alcanzar y Anya la ayuda a comer. Los tres son muy cercanos”.
Sobre la razón por la que decidieron traer al mundo a Edmund, la pareja ha decidido no contárselo nunca al pequeño. Tachados de egoístas, dicen que no dejarán que estos comentarios les afecten.
Saben que aunque Molly ha desafiado las expectativas de vida de los médicos “algún día la perderemos” y les da mucho “consuelo saber que cuando llegue el momento Anya y Edmund se tendrán el uno al otro para ayudarse”.