"¡Directo!, ¡Directo!". Fue el grito de los reporteros de la televisión canaria cuando el Cumbre Vieja se abrió por uno de sus costados y comenzó a expulsar lava a las 15:12 (hora canaria) del domingo, 19 de septiembre.
Los periodistas estaban allí. Geólogos y vulcanólogos ya llevaban tiempo sobre el terreno. Algo se movía bajo tierra y hacía temblar la superficie. Más de 20.000 seísmos registrados en la semana previa a la erupción eran el preludió a lo que entonces ya se presagiaba, aunque aún no se daba por seguro. Podía pasar "cualquier cosa", aseguraban los expertos.
El momento llegó precedido de dos de los terremotos más intensos que se dejaron sentir aquellos días. Uno de 4.2 y otro de 3.3 se registraron pocas horas antes de que el magma se abriera paso hasta la superficie.
En ese instante arrancó un proceso que en los últimos 14 días ha transformado para siempre la superficie de la isla y ha arruinado las haciendas y las vidas de miles de palmeros, impotentes ante el avance de una fuerza de la naturaleza tan espectacular como destructiva.
El volcán de La Palma despertó pasadas las tres de la tarde del 19 de septiembre. Lo hizo lanzando una columna de humo y material magmático en una zona despoblada de Las Manchas. Las cámaras de vulcanólogos y medios estaban preparadas y captaron aquellos primeros momentos entre gritos de excitación.
Fue un momento "histórico", como lo definió aquella tarde el presidente canario, Ángel Víctor Torres. Había que remontarse medio siglo para encontrar otra erupción en La Palma, la del Teneguía, en 1971. Y una década para encontrar otro evento volcánico de estas características en Canarias: la erupción submarina de El Hierro, en 2011.
Los primeros momentos fueron de asombro y contemplación. La belleza del fenómeno rivaliza con el poder destructivo que ha exhibido en los últimos 14 días en los que ya ha arrasado alrededor de un millar de edificaciones, 709 hectáreas de terreno y 30 kilómetros de carreteras.
Aquel primer día los expertos ya avisaban de que era imposible saber cuanto duraría la erupción. Es "totalmente impredecible" reconocía en la televisión canaria David Calvo, geólogo del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan). Podría durar semanas, y semanas está durando.
El lunes, 20 de septiembre, amaneció con la fuerza imparable de las coladas de lava sepultando ya un centenar de viviendas. La marea de rocas incandescentes avanzaba, lenta pero inexorable, mientras la Guardia Civil se afanaba en acelerar la evacuación de 10.000 personas en diferentes barrios de los municipios de El Paso, Tazacorte y Los Llanos de Aridane.
"Esto no es un simulacro. Por favor, desalojen las viviendas", gritaban los agentes dándole a la gente el tiempo justo para coger lo imprescindible y salir corriendo ante paredes de lava que superaban en altura a las casas que engullían.
El volcán tenía en ese momento ocho bocas activas y dos fisuras separadas por unos 200 metros. La colada avanzaba hacia el oeste, en dirección al mar, hacia los núcleos de La Bombilla y Puerto Naos.
Había expulsado ya más de 20 millones de metros cúbicos de lava. Se especulaba que la colada llegaría al Atlántico aquella misma tarde, pero ralentizó su avance y las predicciones no se cumplieron.
El martes, 21 de septiembre, la lava entró en el barrio de Todoque. Allí se detuvo durante varios días. Sus cerca de 1.200 habitantes habían sido evacuados a toda prisa.
Las lenguas de lava eran dos. Una situada al sureste, en Las Manchas, que avanzaba apenas a dos metros por hora; y la otra, la de Todoque, alimentada por una nueva boca abierta durante la noche, que expulsaba lava más fluida que corría sobre la primera colada que se había depositado sobre el terreno en las primeras horas de la erupción.
A lo largo de la noche del martes el volcán entró en una fase más "explosiva". El Instituto Volcanológico de Canarias detectó un aumento del tremor volcánico, aunque los expertos aseguraban que aquello no implicaba necesariamente que se hubiera vuelto más peligroso.
Para entonces, el volcán se había comido un centenar de casas más y las cámaras captaban como la lava engullía muros o reaccionaba violentamente al caer a una piscina. El número de viviendas arrasadas rondaba ya las doscientas.
El miércoles, 22 de septiembre, la colada de lava abarcaba una extensión de 154 hectáreas, había crecido un 50% en tan solo 12 horas. Sin embargo, había ralentizado tanto su velocidad que el comité científico del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), dudaba si finalmente llegaría a tocar el mar.
Desde la noche anterior, los Bomberos del Consorcio de Gran Canaria elaboraban un plan para intentar desviar o frenar la lava y poder salvar las casas y principalmente la iglesia de Todoque. "Que no sea por no intentarlo", confiaban. Y se afanaron en la tarea, infructuosa finalmente, a fuerza de maquinaria pesada con la que intentaron crear un terreno para canalizar la lava.
El jueves, 23 de septiembre, el volcán estuvo la mayor parte del día en una fase de estabilidad, con algunos momentos explosivos. La sismicidad se redujo y las coladas de lava prácticamente se frenaron.
El frente de lava tenía unos 500 metros y en algunos tramos, una altura de 12 metros. La columna de gases del volcán alcanzaba picos máximos de 4.500 metros de altitud.
Se descartaba la posibilidad de lluvia ácida y de que la lava llegará al mar en los días siguientes. Sin embargo, la destrucción continuaba. Una treintena de casas más eran engullidas. El número de viviendas sepultadas ascendía ya a 350 y el coste de la devastación a 400 millones de euros.
Algunas casas, milagrosamente, se mantenían en pie, rodeadas pero intactas. Una imagen que no era consuelo para sus propietarios, que dudaban de que alguna vez pudieran volver, aunque finalmente la lava las respetase.
Aquel día llegaron a La Palma los reyes de España en un viaje para mostrar su solidaridad a los palmeros y en el que Felipe VI aseguró que no faltarían las ayudas a los afectados.
También comenzaron su labor ONGs como la del cocinero José Andrés, que llegó a la isla dispuesto a ofrecer comida a los damnificados. Algunos, como José Alonso, lamentaban: "El mundo que conocía está sepultado bajo la lava". Otros, en Todoque, se afanaban en salvar los recuerdos de toda una vida antes de verlos desaparecer para siempre.
El viernes, 24 de septiembre, fue el día más violento del volcán en seis días. Ya desde la noche anterior, y de madrugada, se habían registrado fuertes explosiones que expulsaron materiales incandescentes a gran altura.
A lo largo del día la lluvia de ceniza y material piroclástico obligó a evacuar Tajuya y Tacande de Abajo y la intensificación del fenómeno explosivo en Cumbre Vieja abrió una nueva boca eruptiva.
Aquel día, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció la declaración de zona catastrófica en La Palma. Más de 400 casas habían sucumbido bajo la lava.
El sábado, 25 de septiembre, amaneció con un aumento en la actividad volcánica. Durante la noche, y en un proceso que llevó más de hora y media, el cono principal del volcán se vino abajo. Se abrió una nueva boca y el flujo de lava se intensificó en "una colada caótica de bloques gigantescos", tal como lo describieron desde el Instituto Geológico y Minero de España (IGME).
La lava había recorrido ya unos 3.100 metros pero aún la separaban otros 2.100 del mar. 6.000 personas continuaban evacuadas y el aeropuerto de La Palma estaba cerrado a causa de la lluvia de ceniza.
El domingo, 26 de septiembre, se cumplía una semana de la erupción. La imagen de la jornada se produjo al caer la tarde cuando, finalmente, y ante el inexorable avance de la lava, cayó la torre de la iglesia de Todoque. El edificio se había convertido en un símbolo de resistencia pero no pudo aguantar el empuje de la lengua de roca incandescente que aquel día se derramó sin oposición por toda la localidad.
La lava, que parecía estabilizada y tranquila desde hacía varios días, tomó velocidad e irrumpió de forma agresiva en el pueblo. Se llevó la iglesia, el consultorio médico y la asociación de vecinos. Pocas horas antes el Cabildo de La Palma había permitido a los vecinos acceder a sus domicilio para retirar sus pertenencias.
El noveno día de erupción sucedió algo inesperado. El volcán paró. Durante unas horas. Eso permitió acercarse a vuelo de dron y tomar las primeras imágenes hasta el momento del cono volcánico al descubierto. Fue un respiro, un momento de calma que precedía a una nueva tormenta de lava. Nuevos temblores al sur de la isla lo barruntaban.
A última hora de la tarde la lava volvía a brotar entre explosiones estrombolianas. En ese momento, y según los datos recopilados por la red de satélites Copernicus, las coladas cubrían ya 232 hectáreas de terreno y 513 inmuebles habían quedado destruidos. Entre ellos el centro de Todoque. "Es una pena, ya no existe", lamentaba un vecino entre sollozos.
El pasado martes, 28 de septiembre, el Cumbre Vieja entró en una fase efusiva. Expulsaba menos gases y menos piroclastos, pero a cambio comenzó a emitir una lava más fluida de tipo hawaiano: menos densa, capaz de ocupar mayor superficie y más rápida.
Llegó a moverse a 300 metros por hora, y aunque al final del día deceleró un poco, rodeó la montaña que protegía Todoque, entró en el municipio de Tazacorte y cortó la carretera de la costa que bordea la isla de La Palma.
Las dos coladas estaban ya a menos de un kilómetro del mar y su llegada era inminente. La lava se precipitó al océano a las once de la noche, cayendo por los acantilados situados al norte de la playa de Los Guirres, en Tazacorte
Aquel día, el Consejo de Ministros aprobaba la declaración de la isla de La Palma como Zona Gravemente Afectada por una Emergencia de Protección Civil y autorizaba destinar una primera ayuda de 10,5 millones de euros para satisfacer las necesidades más urgentes de vivienda y enseres para los afectados.
fajanaEl 29 de septiembre amaneció con la imagen de la lava formando ya una fajana sobre el mar. La oscuridad de la noche había impedido apreciar con nitidez las columnas de vapor de agua que habían comenzado a formarse por el choque térmico de arrojar roca fundida a 1.000 ºC sobre un mar a 20 grados.
Las imágenes nocturnas tampoco desmerecían en belleza y espectacularidad. Las mejores las había captado el Instituto Geológico Minero de España y en ellas podía verse como un fino hilo de lava comenzaba a descender por el acantilado para después precipitarse en abundancia hasta formar una pirámide de 50 metros de altura sobre el mar.
Desde el buque oceanográfico Ramón Margalef (IEO-CSIC) fue testigo del momento el geólogo marino Juan Tomás Vázquez, que en una entrevista a NIUS reconocía que aquella noche no durmió nadie, no querían perdérselo. "El inicio fue como una cascada", aseguraba. Después, comenzó a fluir de una forma "suave y continua".
Al final del día, el delta, o fajana y sus vapores habían obligado a confinar cuatro barrios de Tazacorte.
La devastación causada por el avance de la lava, que discurría ya como por una autopista desde el cono volcánico hasta el océano, también se había incrementado. Eran ya cerca de 700 las casas que se habían perdido para siempre y la desolación se tornaba en lágrimas en el Parlamento canario. Eran las del alcalde de El Paso, que entre sollozos decía: "los vecinos lo han perdido todo".
El jueves, 30 de septiembre, La Palma siguió ganándole terreno al mar. El delta de lava creció otros 100 metros en anchura y abarcó una extensión de 17 hectáreas acumulándose sobre un lecho marino de 25 metros de profundidad.
El día discurrió para los palmeros con un ojo en las bocas del volcán, que había incrementado su actividad explosiva; y otro atento a la calidad del aire ante el peligro de que los vapores emitidos al mezclarse la lava con el agua incrementase los niveles de dióxido de azufre (SO2) que se mantuvieron dentro de los límites marcados por la normativa vigente.
La tierra volvió a temblar, con una intensidad de 3,1 en Fuencaliente, al sur del volcán, y la lava, bifurcada en diferentes coladas sumaba ya cerca de un millar de casas arrasadas en la isla.
El viernes, a las 2.30 de la madrugada, se abrieron dos nuevas bocas eruptivas a unos 600 metros de la base del cono principal en dirección noroeste. Ambas comenzaron a escupir una lava líquida que formó cascadas de roca fundida en los desniveles del terreno.
La fajana ganadas al mar. El combustible ígneo no parecía que fuera a ser un problema para un volcán que en trece días había expulsado ya 80 millones de metros cúbicos de lava, el doble que el Teneguía en la mitad de tiempo.
De carácter tampoco iba corto. A punto estuvo ese día de tirar un dron del CSIC y una explosión obligó a ponerse a cubierto a tres investigadores de INVOLCAN.
En la cima del cono volcánico podía apreciarse una erupción triple, con tres bocas activas, emitiendo lava en paralelo.
La mayor preocupación de los expertos eran las fumarolas que se elevaban a costado del volcán y que podrían indicar una debilidad del terreno en aquella zona que presagiara una nueva ruptura del cono volcánico como la acaecida el sábado anterior.
El sábado, el saldo destructivo del volcán superaba ya el millar de construcciones afectadas por la lava. 880 sepultadas y otro centenar dañadas. La calidad del aire mejoró, lo que permitió levantar el confinamiento en las poblaciones de Tazacorte, El Paso y Los Llanos.
Sin embargo, los especialistas del Instituto Geográfico Nacional explicaban que el volcán prosigue con su actividad estromboliana, más explosiva, que se simultanea con una fase más efusiva, en la que emerge mayor cantidad de material magmático. Tampoco descartaban la apertura de nuevas bocas eruptivas.
La nueva colada que había parecido el día anterior acabó por unirse a la principal. La fajana se adentraba en el océano más de medio kilómetro y crecía hasta abarcar cerca de 28 hectáreas ganadas al mar.