“Mi madre nació entre bombas y se ha ido entre silencios”. Lo dice en La Muerte más cruel la hija de una fallecida en una residencia durante la primera y peor ola del covid, entre marzo y abril de 2020. En aquellos días insólitos de confinamiento, de calles vacías, de silencio, de miedo fue cuando el coronavirus se cebó con las residencias.
“Pedíamos recursos y nos mandaban morfina”, rememora el trabajador de una residencia. “Hemos vivido situaciones que nunca olvidaremos, siete u ocho fallecidos en un mismo turno, en menos de ocho horas”. Desbordamiento e incredulidad: “He llegado a entrar a las tres de la tarde y ver a un residente con algo de febrícula”, comenta otra trabajadora. “Dos o tres horas después había fallecido”. Contagio masivo y abandono. La hija de una residente recuerda cómo en un geriátrico para 230 ancianos “se llegaron a quedar cuatro trabajadores y la de la limpieza”.
A partir de este domingo 24 se presenta en el Festival de Cine de Valladolid La Muerte más cruel -dirigida por Belén Verdugo con guion de José María Izquierdo y Eva Catalán-, un documental imprescindible que no sólo levanta acta de la página más negra, dolorosa e indigna de la pandemia, también explora las causas del desastre. Más de 30.000 residentes murieron de covid en el primer año de la pandemia, casi 20.000 en los primeros cuatro meses. ¿Era inevitable?
Bajo el dolor siempre presente de los familiares, los autores del documental indagan las circunstancias que convirtieron a las residencias en "la tormenta perfecta" del coronavirus, según define un directivo de servicios sociales. A la vulnerabilidad de los ancianos se le sumó la imprevisión, los recortes y una decisión cruel.
Antes de que la ola golpeara de lleno, “sabíamos que había que proteger a los mayores”, apunta el analista de datos Kiko Llaneras. Sin embargo, no se tomaron a tiempo medidas preventivas. Tampoco las residencias estaban preparadas frente al coronavirus, no son centros sanitarios. Por si fuera poco, muchas estaban al límite por los recortes en gasto social. “¿Si no hubiera habido estos recortes, hubieran sido las consecuencias tan letales en estas residencias donde viven 300.000 personas?”, se pregunta el presidente de los gerentes de servicios sociales.
Ni recursos ni medidas a tiempo. Y cuando se tomaron, forzadas por el colapso sanitario, traspasaron los límites de una sociedad que se enorgullece de su estado de bienestar. El caso más sonado es el de los protocolos de la Comunidad de Madrid.
Con los hospitales saturados, la asistencia sanitaria se negó a los mayores de las residencias en los días más negros. Lo dice gráficamente un sanitario “pillado” por un móvil durante la exposición del nuevo protocolo a sus compañeros: “Se está negando el tratamiento a los pacientes de residencias. Si tiene covid, mala suerte…”.
Las denuncias por la falta de información y el trato injusto oprime como una pesadilla a los familiares de las víctimas: “No me dejaron sacar a mi padre para llevarle a un hospital”, lamentan una hija. “¿Por qué a las personas mayores que estaban en casa sí se les derivó a los hospitales?”, se pregunta un trabajador de residencia. “No se hizo todo lo que se debía. Se habrían salvado un 10%, incluso un 1% y eso es mucho”, estima un abogado de los familiares.
La paradoja más cruel es que muchos creyeron que sus padres y madres estarían a salvo en las residencias. “Qué suerte ha tenido de estar en una residencia porque yo no le habría podido cuidar como allí”, pensaban. “Le ingresamos para que estuviera bien atendido y la sensación es que lo llevamos allí a morir”. No los volvieron a ver. Muertes sin despedida. “Fue un luto sin luto”, dice una hija.
“Esto ha sido como una guerra”. Distintas voces repiten esta frase a lo largo de La muerte más cruel. Como sucede al final de las guerras, ahora nos echamos a las calles repletas, llenamos terrazas, recuperamos abrazos y besos y celebramos lo que parece el inminente fin de la pandemia. Nadie quiere acordarse en estos momentos de los muertos. Siempre es así. La vida continúa.
Pero este documental nos recuerda una verdad incómoda: atrás quedará siempre una pesada sombra de mala conciencia e ingratitud con la generación más sufrida del siglo XX. Sí, oímos, nacieron entre las bombas de la Guerra Civil, en el hambre de la posguerra y la dictadura. “Es una generación que lo ha dado todo. No ha tenido infancia, no ha tenido juventud, es la que ha levantado España y ahora les hemos vuelto la espalda”.