La pandemia causada por la aparición del covid-19 nos ha golpeado fuerte. Ningún grupo poblacional ha escapado a sus efectos sociales, sanitarios, económicos o de carácter emocional. Pero, entre todas las franjas de edad, las personas mayores han sido las que más han sufrido las consecuencias del coronavirus por su comorbilidad, los síndromes geriátricos y la fragilidad asociada al envejecimiento. Así de los más de 75.000 fallecidos por SARS-CoV-2 en este último año, 30.000 han sido personas mayores, según cifras oficiales. También se ha producido en muchos de ellos un deterioro de su salud mental asociado a la falta de movilidad o la soledad, entre otras causas compatibles con lo que se denomina estrés postraumático. Justamente en el ámbito de las emociones, las personas mayores también soportan los estereotipos, prejuicios y la discriminación como consecuencia del edadismo reinante desde hace tiempo en la sociedad. Una situación que tiene un claro reflejo, según los expertos, en la inadecuada utilización del lenguaje con la que nos referimos y hablamos a los hombres y mujeres en esta franja etaria.
Si se busca en Google qué palabras han sido las más utilizadas en los medios de comunicación, las notas ofrecidas por organismos o instituciones, y en las declaraciones de personalidades vinculadas a la política u otros ámbitos para referirse a las personas mayores en el último año, aparecen: vulnerables, soledad, reinfección, muerte, aislamiento, inseguridad, grandes dependientes, fallecidos, nuestros mayores, ancianos, riesgo, gravedad, abandono, secuelas, frágiles, débiles, peor pronóstico, precauciones, proteger, en el punto de mira, miedo, enfermedad, apoyo psicológico, respeto, dignidad o maltrato. Términos cuya utilización, de manera reiterada y normalizada en nuestra sociedad, han puesto negro sobre blanco la discriminación de estas personas por el mero hecho de cumplir años e ir envejeciendo. Francisco Darío Villanueva Prieto, ex director de la Real Academia Española (RAE), considera que cuando se utiliza ese tratamiento para referirse a la población de mayor edad “se margina a los viejos infantilizándolos o menospreciándolos en lo que toca a sus facultades, sobre todo intelectuales. Se produce en ellos, en nosotros -yo tengo ya 70 años-, un efecto que yo definiría como la sublimación del trato humillante mediante una respuesta fundamentada en el orgullo enérgico del que ha vivido lo suyo y se ha visto en muy diferentes situaciones. En la sociedad, estos fenómenos y circunstancias alimentan un adanismo no menos infantiloide”, asegura el ex director de la RAE, “el que sobrevalora la juventud y la erige en modelo pese a su naturaleza efímera, afirmando una premisa absurda: que todo empieza ahora, que no hay pasado a nuestras espaldas”.
La edad es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la tercera causa más común de discriminación en el mundo por detrás del racismo y el sexismo; pese a ello, es un hecho que está silenciado”. Según Mar Ugarte Ozcoidi, adjunta a la presidencia del Consejo Español para la Defensa de la discapacidad y la Dependencia (CEDDD), esta discriminación de las personas mayores está estrechamente ligada al hecho de que “no están de moda; no son tendencia ni trending topic. En esta sociedad tan consumista y en la que se miden a las personas por sus followers, los adultos mayores no tienen cabida”. Ugarte Ozcoidi recuerda como hace algunas décadas, “las personas mayores se consideraban el baluarte de las familias, referentes en sabiduría, soporte emocional e incluso económico; hoy se les conceptúa como personas ignorantes y de escasa formación. Antes albergaban no solamente a la familia nuclear más cercana de hijos y nietos, sino que se ampliaba a un segundo grado de parentesco”. Una invisibilidad, la de las personas mayores, que se da en todos los ámbitos del engranaje social, laboral, educativo, económico, político y hasta familiar, según señala la adjunta a la presidencia del Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia, y que genera situaciones tales como que “el mercado laboral discrimina por edad a cualquier persona, independientemente de su formación. La capacidad económica y de influencia social, cuando una persona se jubila, disminuye considerablemente su trascendencia en las decisiones del grupo. No tienen representación política cuando, en tan solo 30 años, se duplicará la población mayor de 60 años”. Una ausencia de representación en la regulación legislativa y su aplicación que, continúa esta experta, “se observa en materia de accesibilidad universal, dado que la deambulación y orientación por las ciudades, entornos e incluso edificios, sigue creando obstáculos y dificultades para una movilidad libre y sin barreras”.
El lenguaje y su uso juega un papel importante para evitar la discriminación de este grupo de población. El ex director de la Real Academia Española sostiene que “el lenguaje no es autónomo, no marca el paso ni establece las pautas”. Francisco Darío Villanueva Prieto declara que “cada uno de nosotros somos dueños de nuestra habla. Pero, que para que ésta sea eficaz en su función de comunicarnos con los demás, es necesario manejar un código compartido, social, que se ha ido decantando a través del tiempo. Somos quienes, con nuestras elecciones entre las posibilidades verbales que nuestro idioma nos proporciona, podemos evitar la discriminación de los mayores y abogar por la disolución de los estereotipos injustos que pueden caer sobre ellos. Pero, el problema no está en las palabras, sino en las acciones”. Este experto en las palabras y su utilización asegura que el lenguaje debe transmitir respeto: “esto es aplicable también, por supuesto, a todos los demás, que no son viejos”. En el caso de las personas mayores, insiste, “tradicionalmente las sociedades de profunda impronta humanista, tanto las más desarrolladas como las ancestrales, se han esmerado en este tratamiento verbal marcado por la dignidad”. Y señala que “hay que evitar, porque en el fondo es doblemente ofensivo, el lenguaje eufemístico, repleto de perífrasis y denominaciones rebuscadas, "políticamente correctas".
Por su parte, Mar Ugarte Ozcoidi apunta que el lenguaje que se utiliza con las personas mayores está ligado directamente a la imagen que se tiene de ellos: “personas con baja formación y falta de capacidad para pensar. Se les trata como si fueran niños y con un lenguaje proteccionista e inhabilitante”. Este hecho, prosigue la adjunta a la presidencia de CEDDD, “crea frustración, incomprensión, incomunicación y aislamiento social; siendo la depresión en las personas mayores ya, un problema de salud pública”. Aunque, remarca Mar Ugarte Ozcoidi, “no todas las personas mayores tienen deterioro cognitivo y son únicamente estos perfiles los que requieren de un tipo de lenguaje y comunicación diferente”. La representante de CEDDD cree que la utilización que los medios de comunicación hacen del lenguaje no es el apropiado para dirigirse a las personas mayores, pues “ni saben cómo definirlos, ni cómo dirigirse a ellos. Por ejemplo, en las entrevistas que se hacen, se practica una sutil condescendencia y hasta tonos de voz proteccionistas infantiles y a menudo impostadas”. Por eso, Mar Ugarte Ozcoidi reivindica respeto hacia las personas mayores, un valor que, a su juicio, “ha sido eliminado. Ahora no está claro cuál es la forma políticamente correcta de dirigirse a ellos. La solución es la vuelta al respeto a la edad”.
El pensador e investigador del lenguaje positivo Luis Castellanos cree imprescindible realizar una reflexión profunda sobre el lenguaje utilizado para dirigirse a las personas mayores. Este filósofo subraya que “en el lenguaje utilizado, lo peor no ha sido que lo hicieran como mayores, personas de la tercera edad o ancianos, etc, sino que se les tratara como la población más vulnerable: más frágil, con lo cual se hablaba de muerte y soledad, que es lo que hace más infeliz a la persona. No se ha tomado conciencia de esa realidad”.
Luis Castellanos reivindica el lenguaje como elemento que ayuda también a mejorar la salud a medida que se envejece, mediante lo que denomina la ciencia del lenguaje positivo. “La utilización de palabras positivas nos hacen tener una reserva cognitiva, física, emocional y mental para mantener un envejecimiento satisfactorio”, explica este filósofo. Por eso, insiste, “es fundamental utilizar palabras como amabilidad, compasión, bondad, serenidad o sabiduría, porque si no, no solo tendremos una crisis sanitaria, una crisis económica, sino que ante todo tendremos una crisis de alma”. Para alcanzar este objetivo, prosigue Luis Castellanos, “necesitamos personas que utilicen palabras como amor, verdad, altruismo, compasión, y sobre todo personas que, estando en una sociedad del bienestar, trabajen para alcanzar el verdadero bienestar de las personas. Necesitamos la ciencia, pero también el bienestar del corazón o de la mente. Las palabras son el eje de la salud de las personas”. Por eso, este pensador aboga por conseguir “sociedades amigables a través de las palabras”. También para las personas de mayor edad.