La decisiva batalla judicial para los derechos de los transgénero en Reino Unido

  • Una clínica de cambio de sexo y una de sus pacientes se enfrentan en los tribunales para determinar si los menores pueden tomar esta decisión por si mismos

  • Keira Bell, de 23 años, ha denunciado que los médicos no la cuestionaron lo suficiente cuando tenía 16 años e inició la transición de mujer a hombre

  • La sentencia puede marcar un antes y un después en la lucha de los trangénero desde que en 1944 Michael Dillon se convirtió en el primer trans de la historia en ser operado

La batalla judicial que están librando una clínica de cambio de sexo de la sanidad pública británica y uno de sus pacientes podría provocar importantes cambios en los derechos de los trangénero en Reino Unido. La denuncia la interpuso Keira Bell, una joven de 23 años, el pasado mes de marzo cuando decidió llevar a juicio a la clínica que le había permitido iniciar la transición de mujer a hombre a los 16 años. Bell considera que los médicos no la cuestionaron lo suficiente para asegurarse que era consciente de las consecuencias a largo plazo de la decisión que estaba a punto de tomar, como por ejemplo en cuestiones de fertilidad. La clínica se llama The Tavistock and Portman, está en el norte de Londres y alberga el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS), el único del Servicio Nacional de Salud donde tratan estos trastornos.

Bell explicó a la BBC que desde muy temprana edad empezó a sentir que quería cambiar de sexo y que poco a poco fue encontrando información online sobre la transición a un género diferente. A los 16 años acudió a la clínica y, después entrevistas, le prescribieron bloqueadores de la pubertad. Este medicamento frena el crecimiento de los senos y la menstruación para las chicas y del vello corporal para los chicos. Se administra a personas con disforia de género, que es la condición en la que una persona se siente angustiada por un desajuste entre su sexo biológico y su identidad de género.

En Reino Unido los bloqueadores se pueden empezar a administrar incluso antes de los 12 años. Después Bell fue sometida a una terapia de testosterona con la que desarrolló características masculinas que como el vello facial o la gravedad de la voz. Finalmente, a los 20 años, le realizaron una mastectomía. Con el paso de los años se arrepintió de la decisión. “Se me permitió que creciera esa idea que tenía, que era casi como una fantasía de adolescente, y me ha afectado a largo plazo como adulta”, confesó. A la denuncia de Bell se le unió la de la madre de una niña de 15 años con autismo que estaba a la espera de recibir tratamiento en la clínica.

Los dos primeros trans

La primera persona en realizar la transición de mujer a hombre en Inglaterra y en el mundo fue Michael Dillon (nacida Laura Dillon) en la década de 1940. Dillon procedía de familia aristócrata anglo-irlandesa y fue una destacada deportista del equipo de remo femenino de la Universidad de Oxford durante los años treinta. Estudió medicina. Empezó a ser tratada con testosterona en 1940. En 1944 fue operada clandestinamente por el doctor Harold Gillies, considerado el padre de la cirugía plástica moderna. Le retiró los genitales internos femeninos y le construyó un pene (faloplastia).

Tras conseguir cambiar el género de su certificado de nacimiento, se enroló como médico en la marina mercante. En 1958, mientras estaba en Estados Unidos, recibió un telegrama del diario ‘Daily Express’ en el que le preguntaban cuándo había dejado de ser una mujer. No sabía cómo se habían enterado. El caso trascendió a luz pública. Dillon tuvo que dejar la marina y se marchó a India donde se cambió el nombre por el de Lobzang Jivaka y vivió como un monje budista el resto de su vida. La segunda persona en cambiar de sexo fue Roberta Cowell (nacido Robert Cowell). En 1951 se convirtió en la primera mujer trans británica.

Cowell estudió ingeniería y fue piloto de carreras antes de enrolarse a las Fuerzas Aéreas británicas y convertirse en piloto de aviones. Se casó y tuvo dos hijos. Participó la Segunda Guerra Mundial como miembro de un escuadrón de cazas Spitfire hasta que su avión fue derribado y fue capturada por los nazis. Pasó seis meses en un campo de prisioneros donde afloraron algunas de sus confusiones de género. Cuando fue liberada, al regresar a casa, le contó a su esposa que quería cambiar de sexo. Su mujer la echó de casa y ya no le permitió volver a ver sus hijos. En 1951, el doctor Gillies le realizó una vaginoplastia. A partir de entonces fue discriminada por la sociedad. No pudo volver a trabajar y murió sola en un hospicio de Londres sesenta años más tarde, en 2011, a la edad de 93 años.

La sentencia europea

En 1960 April Ashley, tras someterse a una operación de cambio de sexo secreta, se convirtió en una de las más importantes modelos de pasarela del momento. En 1963 se casó con Arthur Corbett pero el matrimonio no duró mucho y se enzarzaron en una agria batalla judicial. Ella le pedía una manutención y él, para evitarlo, solicitó la nulidad del matrimonio por considerar que su mujer era un hombre. El juez le concedió la nulidad pese a que el Corbett sabía que su esposa había cambiado de sexo antes de casarse. Esta sentencia estableció un precedente legal contra el cambio de sexo y supuso un retroceso en la lucha por los derechos de los transgénero. Los siguientes años fueron complicados.

Diversas personas llevaron sus casos a los tribunales británicos para que se reconocieran sus derechos tras cambiar de género pero no tuvieron éxito. Hasta que, en 2002, Christine Goodwin, una conductora de autobuses trans, denunció ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que la ley británica no le permitía jubilarse a los 60 años como el resto de mujeres porque seguían considerándola un hombre y, por tanto, debía hacerlo a los 65. En 2004 el tribunal europeo dio la razón a Goodwin y obligó al Reino Unido a reconocer a las personas transgénero.

Ese mismo año el parlamento británico aprobó una ley de reconocimiento de género. Permitió a las personas trans por primera vez solicitar un certificado de reconocimiento de género. Entre los criterios para entregar el certificado figuran un diagnóstico de disforia de género y dos años de evidencia de haber vivido en el género “adquirido”. Desde 1999 se han aprobado diversas leyes contra el acoso y la discriminación de los transgénero. En 2010 se incluyó la transición de género en la Ley de Igualdad y, en 2013, con la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo, se permitió cambiar de sexo en un matrimonio sin invalidarlo.

2.560 menores al año con disforia de género

En Reino Unido, la atención a menores transgénero se centraliza a través del GIDS. En los últimos diez años se han multiplicado las solicitudes de menores con disforia de género en la clínica Tavistock. Se ha pasado de 77 en 2009 a 2.560 menores en 2019. En 2011, en respuesta a la creciente demanda, iniciaron una prueba con 44 adolescentes de 12 a 16 años con trastornos de la identidad de género para ver cómo reaccionaban si les administraban bloqueadores de la pubertad. El resultado fue positivo y en 2014 el centro permitió a los adolescentes a partir de 12 años, e incluso menores, acceder a este tratamiento.

El pasado mes de diciembre el Tribunal Supremo británico dio la razón a Keira Bell. Los tres jueces concluyeron que los menores de 16 años son demasiado jóvenes para prescribirles bloqueadores de la pubertad y ordenó que los de 17 y 18 años requirieran de una autorización de las cortes. “Es dudoso que un niño de 14 o 15 años pueda entender el peso y el riesgo a largo plazo de su decisión y las consecuencias de la administración de bloqueadores de pubertad”, afirmaron los jueces.

“Esta sentencia protegerá a la gente vulnerable, ojalá hubiera estado aprobada cuando yo me embarqué en el experimento de los devastadores bloqueadores de la pubertad”, expresó Bell, que ha revertido el proceso y hoy vive como una mujer. Por su parte, la organización benéfica Mermaid, que se encarga de ayudar a los niños transgénero y no-binarios, defendió el derecho de un menor de 16 años para decidir su propio tratamiento médico sin el consentimiento de sus padres. El hospital Tavistock and Portman, junto con otras fundaciones de la sanidad pública, ha apelado la sentencia. “Nos alegramos que hayan apelado la sentencia por el bien de cada niño, que se merece la oportunidad de tener una vida feliz y verdadera consigo mismo”, ha expresado Susie Green, directora del Mermaid. La batalla judicial seguirá en las próximas semanas.