Ni Harrison Ford, ni Alejandro Sanz, ni Al Gore, ni John Kerry, ni Greta Thunberg. Ni las celebrities, ni los políticos y activistas más veteranos en estas lides, ni la activista más joven y esperada de la cumbre (y elegida "persona del año" por la revista Time) consiguieron que de la COP25 de Madrid saliera un buen acuerdo para reforzar la lucha contra el cambio climático.
Y no será por falta de tiempo para conseguirlo. La Cumbre del Clima de Madrid ha sido eterna. En su último tramo, asistíamos a un baile de borradores interminable, a dos noches en vela para los negociadores (y muchos periodistas), plenarios que se convocaban y desconvocaban antes de celebrarse. El viernes, la cumbre tocaba a su fin, pero las negociaciones seguían atascadas.
En la cumbre nadie quería hablar de fracaso, pero tampoco de un plazo concreto para desatascarlas. La COP25 se cierra, de hecho, ostentando el dudoso honor de convertirse en la más larga en los 25 años de historia de las COP.
Mientras se alargaba, alguien decidió transformar el hartazgo y el cansancio en humor, y creó este perfil en Twitter. Merece la pena echarle un ojo, para hacerse una idea de lo que ha sido.
Han sido dos semanas de trabajo, nada menos, una prórroga de día y medio sobre el plazo previsto y un plenario final de cuatro horas, que concluía a las dos de la tarde de este domingo. Y si algo ha quedado claro es que no es fácil poner de acuerdo a 200 países. El "multilateralismo" que tanto ha reivindicado la presidenta de la COP25 durante toda la cumbre, sencillamente, no ha funcionado como se esperaba.
Y algo más importante, en esta COP se ha vuelto a constatar la falta de voluntad de los grandes emisores del planeta a la hora de aumentar sus compromisos con el cambio climático. EE.UU., Brasil, China, India y Japón, los países más contaminantes, han estado bloqueando el consenso en prácticamente todos los asuntos importantes.
La COP25 ha aprobado un documento final llamado 'Chile-Madrid Tiempo para la Acción', un acuerdo que pide a las partes aumentar su ambición climática en reducción de emisiones en 2020, siguiendo la recomendación científica de limitar el aumento de la temperatura del planeta a 1,5ºC para finales de siglo.
Después de dos noches en vela, con un cansancio más que evidente en su rostro y en el de los demás delegados presentes en la sala, la presidenta chilena de la cumbre, Carolina Schmidt, lo ha presentado en el plenario de clausura como "un buen documento".
El acuerdo es importante porque hasta ahora había países que se negaban incluso a que en este documento se incluyera la mención al año 2020 como plazo para presentar nuevos planes de reducción de emisiones. Pedían algunos que el plazo se alargara hasta 2023. El texto aprobado insta a los países a presentar ya esos nuevos planes, y hay más de 80 que han anunciado que lo harán. Ninguno de los grandes, entre ellos.
Además, el documento menciona la "urgente necesidad" de "cerrar la brecha" entre el recorte de emisiones global actual y el que sería necesario para no superar el aumento de 1,5º para finales de siglo que establece la ciencia o, como límite máximo, los 2ºC que establece París.
Con los planes de reducción de emisiones que hay ahora mismo, se llegaría a un aumento de temperatura del planeta de más de 3ºC a finales de siglo, algo que los informes del IPCC consideran que tendría efectos "catastróficos". De ahí la importancia de que se presenten nuevos planes más ambiciosos el año que viene, y no más adelante como pretendían los grandes emisores.
La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, una de las llamadas "facilitadoras" en las negociaciones de esta COP, ha sido clave a la hora de cerrar este acuerdo final. El sábado por la noche, cuando todo parecía perdido y la cumbre a punto de naufragar, la presidenta chilena encargaba a Ribera liderar las negociaciones en varios asuntos, entre ellos, el aumento de ambición. Dicho y hecho, noche en vela de nuevo para la ministra, pero el domingo había acuerdo.
Hay que tener en cuenta, no obstante, que se está hablando en todo momento de voluntariedad, porque las decisiones adoptadas en este proceso de COP sobre cambio climático no son vinculantes. Al tratarse el cambio climático de un problema global, se trata de fijar reglas globales de actuación para todos los países, y que unos vayan presionando a otros.
Ese papel, ahora mismo, lo está ejerciendo la Unión Europea. Mientras se celebraba esta cumbre en Madrid, la UE sacaba adelante en Bruselas un Pacto Verde muy ambicioso en recorte de emisiones y se comprometía a alcanzar la neutralidad climática en 2050. El resto de grandes emisores no se han movido de donde ya estaban antes de esta cumbre. Se trata, al fin y al cabo de pura voluntad política.
Pero ha habido que esperar casi al final del plenario para despejar la gran incógnita: si habría o no acuerdo en el artículo 6 del Acuerdo de París, el relativo a los mercados de carbono, que han sido la piedra en el zapato de los negociadores durante toda la COP. Y seguirán siéndolo. Porque no, no ha habido forma de alcanzar un consenso con respecto a esto.
Se trataba de establecer nuevas reglas para el comercio de los derechos de emisión, pero el asunto sigue pendiente de cerrar. Los países se emplazan ahora a hacerlo en la próxima COP, que se celebrará en Glasgow en noviembre del año que viene.
Es este un asunto muy técnico y muy complejo, que ya muchos advertían al comienzo de la cumbre que no quedaría cerrado de esta COP, aunque era uno de sus objetivos más importantes.
Para algunos, el problema ha sido de tiempo. Sudáfrica, por ejemplo, en su intervención en el plenario sobre este punto, decía: "Si hubiéramos tenido un poco más de tiempo, quizá lo habríamos conseguido". La presidenta chilena aseguraba que "después de dos días sin dormir, trabajando día y noche, nos hemos quedado muy cerca, espero que en la COP26 podamos cerrar un acuerdo". Nueva Zelanda insistía: "conseguir un buen acuerdo no es fácil". Muchos países han preferido, de hecho, que no haya acuerdo antes que "un mal acuerdo".
El viernes 6 de diciembre, en plena cumbre, decenas de miles de personas secundaban en las calles de Madrid la Marcha por el Clima, la mayor movilización registrada en España por el cambio climático. Greta Thunberg cerraba la manifestación con un llamamiento a la acción urgente de la COP.
Ahora, en la calle, la decepción con el resultado de esta COP25 es generalizada. Entendiendo por calle la sociedad civil representada en asociaciones de jóvenes como Fridays For Future, ecologistas como Greenpeace o WWF, y todos aquellos colectivos sociales que durante dos semanas han estado reclamando a gritos, dentro y fuera de la COP, más ambición a los países. También desde la Cumbre Social por el Clima, que se ha celebrado en Madrid en paralelo a la cumbre oficial.
Greenpeace es contundente. Culpa del "fracaso" de la cumbre a la "silenciosa presión ejercida por los lobbies de los combustibles fósiles y de corporaciones que solo defienden sus propios intereses. Durante la COP25 se ha cerrado literalmente la puerta a la ciencia y a la sociedad civil, que exigían acordar soluciones urgentes y ambiciosas a la emergencia climática".
Su directora internacional, Jennifer Morgan, lo advertía ya hace unos días, en su intervención ante el plenario de la cumbre: "Llevo 25 años viniendo a estas COP y nunca había visto una brecha tan enorme entre lo que sucede dentro y fuera de estas paredes".
Desde WWF aseguran que en esta COP "se ha evidenciado una falta de voluntad política para responder a los retos que señala la ciencia a la escala necesaria. Los gobiernos más retrógrados ponen el beneficio por encima de la crisis planetaria y el futuro de las próximas generaciones".
Su secretario general, Juan Carlos del Olmo, habla directamente de "irresponsabilidad histórica de los países que han tratado de bloquear y secuestrar la COP25 una vez más, a pesar del clamor de la sociedad en todo el mundo".
La propia presidenta de la COP25, la chilena Carolina Schmidt, al final del plenario de este domingo, entonaba un mea culpa que hacía extensible a todos. "No estamos satisfechos, claramente no es suficiente, los acuerdos que hemos aprobado no son suficientes".
Y lo explicaba después. "No hay consenso para aumentar la ambición en los niveles que necesitamos. Las nuevas generaciones esperan más de nosotros, debemos estar a la altura. Nos están pidiendo una respuesta más fuerte, más sólida, más urgente y más ambiciosa". Concluía así la cumbre sobre cambio climático más larga de la historia y a la vez, una de las más decepcionantes. Nadie salía contento.