“¡Detenga el vehículo!. Buenos días, ¿a dónde va?”. Es la pregunta que hace Cristian a los conductores que circulan entre la Avenida de los Poblados y la calle Rafaela Ybarra, el eje que separa los barrios de Usera y Orcasitas de Madrid. Son las diez de la mañana del martes. Es uno de los agentes de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR)- los llamados Bronce- que participan en control para comprobar si se cumplen las restricciones establecidas para evitar la propagación de la COVID-19 .
Armados con metralletas, colocan conos en la calzada y encienden los rotativos. Van parando a los vehículos, que pasan de uno en uno. “A trabajar”, responde la mayoría de los conductores y muestran sus correspondientes autorizaciones.
Una pareja enseña unos billetes de avión y la mujer, que va de copiloto, responde: “Vamos al aeropuerto, tenemos que coger un vuelo dentro de dos horas”. Continúe, responde el agente, que da el alto a otro coche. “Venimos del hospital, de llevar a mi madre”, contesta . La mujer, de edad avanzada, abre la puerta y enseña una pierna con una venda. También un justificante del hospital 12 de Octubre, que está al final de la avenida. Los agentes también piden el DNI para comprobar dónde residen. “Vivo en Boadilla pero me muevo por todo Madrid por cuestiones de trabajo”, alega otro conductor.
“Estamos informando y haciendo tareas de prevención. Sobretodo intentamos concienciar a los ciudadanos. Estas medidas son muy peculiares. Esto es algo nuevo para la sociedad, distinto al confinamiento. Para gente mayor o que no esté muy familiarizada es difícil saber cuáles son las medidas de cada distrito o qué se puede hacer a un lado u otro de la calle. Luego hay gente que te pone excusas, como que tienen que ir a cuidar a un familiar o hacer la compra. Algunos pasan tres veces y las tres con el mismo pretexto. Entonces hacemos una propuesta para sanción. Las multas son a partir de los 600 euros” , explica Cristian.
Apenas permanecen durante media hora en este punto de la ciudad. No ponen ninguna sanción. Recogen en pocos minutos y se dirigen a otra zona. “ Ahora habrá unos 200 agentes realizando estas tareas, de distintas unidades: UPR, UIP, GOR, Zetas… Son controles aleatorios y rápidos, para contar siempre con el factor sorpresa”, explica un portavoz de la Jefatura Superior de Policía de Madrid.
La unidad de caballería también participa. Recorren parques y zonas verdes para comprobar que se cumple con las medidas sanitarias establecidas. Les acompañamos por el parque de Pradolongo, donde los fines de semana hay una gran afluencia.
“Perdón, ¿a dónde se dirigen”, pregunta Neby a un grupo de jóvenes que van caminando con las mochilas en sus espaldas. “Al instituto que está allí delante”, dicen los chicos al unísono. “Vale, podéis seguir”, contesta esta agente, que va montada sobre un precioso caballo castaño.
“Es una labor parecida a la que hacemos habitualmente. Algunos compañeros de otras unidades participan normalmente en operaciones de otro tipo pero nosotros siempre estamos patrullando, cerca de los ciudadanos. Entendemos que es complicado, las medidas van variando y hay que tener cierta flexibilidad. La gente se está concienciando. De vez en cuando tenemos que recordarle a alguno el uso de la mascarilla. Pero en el confinamiento era mucho peor. Ibas por el parque y algunas personas salían corriendo o se escondían. Nos tocaba perseguirlos pero los caballos corren más. O en la Casa de Campo te encontrabas a un hombre bañandose tan tranquilo. O una mujer por el Retiro con falda y maletín, que se echaba a correr y te decía que había ido a hacer deporte. Hay quienes ponen excusas de lo más surrealista”, bromea esta jinete.
Noemí vive a escasos metros del parque. Observa el despliegue policial mientras pasea con su hijo Héctor, de 16 meses: “A mí me parece muy bien que hagan controles, pero ya es un poco tarde. Desde que acabó el confinamiento esto está lleno. Los fines de semana ni te cuento. Hay grupos de 30 o 50 personas, hablando, haciendo botellón o jugando al voleibol. No llevan mascarillas. Yo no quiero que mi hijo se acerque a los niños porque me da miedo. He respetado el confinamiento, voy con mi mascarilla, guardo las distancias e incluso en más de una ocasión he tenido que pedirle a la gente que por favor se ponga la mascarilla o bajarme de la acera. Tampoco hay derecho. Además, ¿puedo ir a trabajar a donde sea pero luego en mi tiempo libre no puedo salir del barrio?”, critica esta joven.
Román vive en un edificio justo en la frontera entre los dos barrios, al lado de unas instalaciones deportivas municipales. “Llevo aquí casi 50 años, en ese edificio. Estas pistas llevan vacías desde que empezó la pandemia. Yo ya no sé si puedo andar por el parque, por la calle o por dónde. Me he pasado tres meses fuera y ya no me entero de nada. Me pongo mi mascarilla y no hago más que lavarme las manos. Aunque no estoy de acuerdo con muchas cosas, por ejemplo lo de llevar la mascarilla fuera. No lo tengo muy claro”, asegura este septuagenario.
Orcasitas tiene una extensión de poco más de un kilómetro cuadrado (110 hectáreas) y una población de unos 22.500 habitantes. Los vecinos tienen muchas dudas pero se lo toman con humor. Bromean en las calles y en los comercios. “Buenos días, ¿eres de Orcasitas?”, pregunta la dependienta de un estanco a una clienta que conoce desde hace años. La mujer le responde: “No, soy del otro barrio, de ahí enfrente” y se ríen mientras la despacha.
Con 1.047 casos confirmados de coronavirus por cada 100.000 habitantes, es una de las áreas más afectadas de la capital. Aún así ha sido uno de los últimos barrios en los que se han aplicado las restricciones sanitarias. La semana pasada ya se establecieron en otros barrios como Los Almendrales, Orcasur, Zofío, San Fermín, Las Calesas.
No está permitida la entrada o salida del barrio, salvo para cuestiones imprescindibles y justificadas: los aforos en espacios cerrados se han reducido al 50% y los establecimientos comerciales y de hostelería deben cerrar a las 22:00 horas.
"Deberían confinarnos otra vez a todos. Ya hemos visto que así se corta mucho la propagación pero aquí no hacen ni caso. El resto del país con medidas, aquí hay que discutir. O se cierra todo Madrid o así no hacemos nada. No se puede estar controlando a toda la gente pero sí que habrá que controlar a determinados colectivos. Aquí hay algunos que no hacen caso. También me parece una discriminación con los que vivimos en este barrio. Tenemos que ser responsables de manera individual, pero si a nivel colectivo no se cumple acabamos pagando justos por pecadores", señala Nomeí con indignación.