Un comerciante chino muere en un atraco en Madrid: "¡Han matado a Paquito por cuatro perras!"
Su mujer fue único testigo y se quedó abrazada al cuerpo ensangrentado sin poderse mover
Un matrimonio de origen chino está dentro de su tienda. En Vicálvaro, Madrid. Son las once de la noche. Varios encapuchados entran en el local con armas blancas. Unos segundos después el comerciante cae al suelo, sangrando abundantemente. Su mujer se abraza a él, en shock. Vuelven a quedar solos, hasta que unos minutos más tarde entra un cliente que llama a la Policía.
La víctima sufre una parada cardiorrespiratoria. Su esposa tiene la cara y el pelo manchados con sangre de su marido, no puede articular palabra. Varios coches patrulla acuden al lugar. Los agentes empiezan a practicar al herido maniobras de reanimación. Hasta que llegan los sanitarios del SAMUR.
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El hombre, de 69 años, ha recibido una puñalada en el hemitórax izquierdo, muy cerca del corazón. Durante 20 minutos le practican una toracotomía hasta que el finalmente muere. Su mujer sufre una crisis de ansiedad. Los psicólogos se quedan atendiendola.
Algunos vecinos se asoman a la ventana ver la luz de los rotativos. “Mucha policía y ambulancias, por eso bajé a ver qué pasaba”. Nos lo cuenta Urbano, un hombre que vive en unos pisos de colores, a doscientos metros, encima de un gimnasio. “Mi balcón es ese, el de la ropa tendida. Bajé al ver el jaleo y llegué hasta aquí, pero tenían la calle cortada. Me enteré de que habían matado a ‘Paquito’, que así le llamaban. Es una pena de verdad”.
Elena también se enteró después. Vive en el bloque de al lado, en el primer piso. “No escuchamos gritos ni nada. Fue porque mi marido vio el reflejo de las luces azules en las cortinas y se asomó a ver qué pasaba. Habíamos estado en este banco, justo en la puerta, hasta las nueve y media de la noche, con nuestra hija de seis años”.
‘Paquito’, el chino del barrio
El día amanece. Es viernes once de octubre. En la calle Jardín de la Duquesa ‘el chino’ hoy no ha abierto. Ya son las nueve de la mañana. A todos les extraña. Hay un cartel en la puerta: “Jefatura Superior de Policía. Grupo sexto de Homicidios. Precintado por Orden de la Autoridad Judicial”. Todos se detienen a leerlo.
“¡No hay derecho, qué barbaridad, le han matado por cuatro perras!”. Estas palabras salen de boca de Pilar, “vecina de toda la vida, más de cuarenta años". "Son unos sinvergüenzas!”, dice. Se le empañan los ojos y levantándose las mangas de su camisa, color verde pistacho, nos muestra un brazo “¡se me ponen los pelos de punta sólo de pensarlo. Un matrimonio tan bueno, todo el día trabajando, de nueve de la mañana a doce de la noche. Criaban a una nieta de once años, que vivía con ellos porque no tiene mamá y mucho a otros dos niños pequeñitos de un hijo, que venía a buscarles por las tardes”.
¿Cómo no le voy a conocer si vengo aquí todos los días a por el pan? Eran unas bellas personas, te atendían de maravilla
“¿Cómo no le voy a conocer si vengo aquí todos los días a por el pan?”, dice Urbano. “Eran unas bellas personas. Todo el barrio venía aquí, que daba igual la hora que te atendían de maravilla. Estaban siempre dispuestos.” “Intentaron robarle y le dieron una puñalada. ¡Pobre hombre! Es una pena”. No han pasado ni doce horas desde que bajó a ver qué pasaba y por fin ha llegado a la puerta de la tienda. “Aquí ya no te puedes fiar de nadie ni dejarte nada porque te roban, aquí hay una cuadrilla de ladrones que están todo el día bebiendo latas de cerveza y andan siempre por aquí. Con lo bueno que ha sido este barrio siempre. Los problemas empezaron en los noventa. He sido conductor de autocares y venía a las tantas, de madrugada y no pasaba nada. Pero ahora, yo he tenido que parar el coche porque hay gente tirada en la carretera.”
En el punto de mira
A la izquierda del establecimiento de Paquito hay una frutería. Pared con pared. El dependiente es un hombre extranjero, de piel morena, alto y fuerte que prefiere no hablar demasiado. “Yo no tengo miedo porque cierro pronto y me voy. Pero ellos saben a por quién ir. Son unos cobardes y unos delincuentes”. No estaba aquí ayer por la noche.
Tampoco Mari. Regenta una perfumería en el edificio de al lado. “Aquí todos tenemos miedo. Pero yo cierro y me voy pronto a casa. No estoy tan tarde aquí”. Su local está justo debajo de las ventanas de la casa de Elena, que conocía al matrimonio y a sus nietos. “Eran abuelos. Bajitos y delgaditos, poca cosa los dos. Los niños siempre están por las tardes aquí. Juegan con mi hija y habían estado por aquí hasta que vino su padre a buscarles, como siempre. Ayer compré en el chino, cada día compro algo”.
A unos pasos de la tienda hay una plazuela con un bar. Está lleno de gente. Esta triste noticia es lo más comentado. “Él hablaba menos, ella chapurreaba más español, saludaba siempre y hablaba con todo el mundo. Era majísima, pequeñita, delgadina. ¡ Qué pena las criaturas!”. Palabras en boca de María, una mujer que está sentada en un banco junto a su padre, Ángel, un octogenario con cachava.
“Llevan siete u ocho años ya, o más. Eso es de un vecino que trabajaba en Valderibas y se lo alquiló a los chinos. Antes vendían puertas y cosas de esas muy bonitas. Cuando era un barrio nuevo. Con la quiebra lo cogieron los chinos y desde entonces”, relata Ángel, que lleva cincuenta y un años residiendo en la calle San Eudaldo . “Te atendían magníficamente, muy educados, calladitos y siempre te daban cambio si le dabas cincuenta euros”.
¡Qué sinvergüenzas, son unos canallas. Lo mataron y lo dejaron ahí tirado allí con la pobrecita, que todo lo vio!
María se lleva las manos a la cara “ ¡qué sinvergüenzas, son unos canallas. Lo mataron y lo dejaron ahí tirado allí con la pobrecita, que todo lo vio!. Están criando a una niña grandecita, por lo menos de once años, que no tiene mamá y les ayudaba mucho a despachar, anda siempre por aquí. Y tiene dos nietecitos más chicos de un hijo, que trabaja y viene tarde a por ellos. ¡Ay pobrecita, lo que pelean por llevar y traer a los niños al colegio y por sacarlos adelante y que hayan matado al marido, que era ya un hombre muy mayor!. ¿Ahí que iban a ganar, Dios mío, si vendían unas barras de pan y unas cervezas”, dirige su mirada a Ángel. “Verdad abuelo?”. Angel responde “lo máximo que sacarían al día serían trescientos o cuatrocientos euros de caja, eso como mucho”.
“Pero bueno, ¿cómo es la gente tan mala? Dice indignada Pilar, que reside en este barrio desde hace 28 años. “¿Pero cómo no les vamos a conocer. Si estaban siempre aquí, trabajando, no se cuántas horas al día, ahí sentaditos. ¡Bendito sea Dios, hacer esas cosas con esas personas. Me han dejado, que me dan ganas de llorar. Una niñina más bonita que tenía y dos niños tan riquinos. Ahí sentados jugando y todo. No hay derecho a eso!”
¿Ahí que iban a ganar, Dios mío? lo máximo que podían sacar eran 400 euros
El revuelo se hace cada vez más grande. Los vecinos se amontonan a la puerta de la tienda.Llegan incluso periodistas chinos en busca de noticias. Saben que varias personas han matado a un compatriota para robarle. La Embajada intenta contactar ahora con los familiares.
Único testigo
El cuerpo de ‘Paquito’ espera en el Instituto Anatómico Forense de Madrid a que le practiquen la autopsia. Mientras, el Cuerpo Nacional de Policía investiga los hechos. La mujer del fallecido fue el único testigo. Aún no ha podido prestar declaración ya que sufre una crisis de ansiedad. Según las primeras hipótesis los autores fueron tres o cuatro jóvenes que actuaron encapuchados. El comerciante pudo resistirse y uno de ellos le apuñaló directamente en el corazón. Luego huyeron a la carrera.