Familias en crisis en los comedores sociales: "A mis hijos no puede faltarles un plato de comida"
Aumenta el número de familias en condiciones precarias por la crisis sanitaria
"Aquí nos dan pañales, leche, arroz, pasta, fruta o lo que haya; venimos cada dos días"
“Pasé diez días en IFEMA durante el confinamiento; era como un hotel de lujo con tu camita limpita y tres teles de plasma gigantes"
Es mediodía. Más de un centenar de personas hacen cola para entrar en el número 18 del paseo del General Martínez Campos, en el distrito madrileño de Chamberí. Es la sede de las Hermanas de la Caridad, donde diariamente reparten medio millar de comidas.
Hay dos filas: una compuesta principalmente por mujeres, algunas con niños. En la otra son casi todo hombres que viven en las calles. Atienden por orden de llegada aunque primero van las familias. El número se ha incrementado durante el estado de alarma.
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La puerta se abre a las nueve en punto. Jimy ha entrado de los primeros. Este ecuatoriano lleva 20 años en España. Trabajaba en la hostelería hasta que tuvieron que operarle del menisco y en marzo le implantaron una prótesis en la rodilla por una enfermedad degenerativa. Entonces su jefe le despidió. “Cobro una prestación de 400 euros. Mi esposa limpiaba por las mañanas en una casa pero estos meses no ha ido. Ahora los señores se van a marchar todo el verano al pueblo y ella no va a cobrar nada. Tenemos un hijo de un año. Aquí nos dan pañales, leche, arroz, pasta, fruta o lo que haya; venimos cada dos días. También te dan comida preparada”, explica mientras nos enseña lo que lleva en un carro de la compra.
Lily es paraguaya. Llegó hace tres años y es madre de dos chicos. Todavía no tienen la documentación en regla. “He estado limpiando casas y cobrando en negro hasta que empezó el confinamiento. Ahora nadie te llama, la gente tiene mucho miedo. Cuando los niños iban al colegio comían allí, tenían beca y yo estaba más tranquila. En marzo empecé a buscar ayuda por internet y descubrí esto. Aquí no me han puesto ninguna pega. Vengo desde hace un mes" cuenta agradecida, mientras se intuye una sonrisa bajo su mascarilla.
Familias en crisis
Estas familias están sufriendo el impacto económico de la pandemia. Cada vez son más las que se encuentran en condiciones precarias. Algunas se han quedado sin casa y sin dinero. Los bancos de alimentos son un alivio pero no la solución. El Gobierno está movilizando recursos públicos para reforzar los servicios sociales y proteger a los más vulnerables.
Marisa es dominicana. Llegó a España con su madre hace 25 años y ahora tiene 40. Es madre de tres hijos, de dos padres diferentes. “Ya llevo más tiempo aquí que en mi país. Tengo la nacionalidad desde hace muchísimos años. Nunca me ha faltado el trabajo. Desde muy joven mi madre me llevaba con ella a limpiar oficinas, bares o discotecas. Ella ha tenido que dejarlo porque ya está mayor. Ahora está todo cerrado, no me sale nada pero yo tengo las cosas claras. A mis hijos no puede faltarles un plato de comida, hago lo que haga falta. No me avergüenzo en decirlo, hablo muy claro, esta la verdad”, afirma.
Sin Hogar
Josefa acude cada mañana desde Usera en el transporte público. Esta boliviana lleva 15 años en Madrid. Los últimos cinco ha estado cuidando a unos niños pero en septiembre la familia decidió prescindir de ella. “Aquí estoy sola. En mi país tengo tres hijos con mi madre. Tengo una habitación alquilada en un piso con unos compatriotas y allí me he pasado encerrada todo el confinamiento, sin hablar con nadie. Antes venía al comedor cada día y ahora vengo a recoger la comida. En una bolsa de plástico te dan un envase con un plato caliente, agua, fruta o bocadillos. Es lo que me salva. Me veo con muchas dificultades para cubrir mis gastos mensuales. Enviar dinero a mi país es absolutamente imposible. Me duele no poder ayudarles”, relata afligida.
Arturo –hemos cambiado el nombre- tiene 43 años. Es de los pocos españoles que encontramos en la cola. Nació en Barcelona, de padres andaluces. “Pasé diez días en IFEMA durante el confinamiento. Me llevó el Samur Social en una furgoneta. Habilitaron un pabellón, con dos zonas separadas. Una era para los que estaban peor y otra para los que estamos menos perjudicados. Aquello era como un hotel de lujo. Con tu camita limpia, tres teles de plasma gigantes, baños, canchas de fútbol. No nos faltaba de nada aunque algunos siempre la lían”, explica.
El ayuntamiento habilitó 150 plazas para acoger a los sin techo entre el 20 de marzo y el 31 de mayo en el pabellón 14, con el fin de evitar contagios. Cuando cerró fueron derivados a distintos albergues. “A mí me llevaron a Villa de Vallecas. Éramos 140 hombres. Confinados, en habitaciones sin distancias de seguridad, ni nos tomaban la temperatura, durmiento en literas para tres personas. Drogas, robos, peleas… todos los días. Pasé dos semanas y me marché. Prefiero estar solo, a lo mío, tranquilito. No tengo porque aguantar eso. Ahora hace buen tiempo y duermo debajo de un puente en la calle Rubén Darío. Comida no me falta, me aseo todos los días y lavo la ropa una vez a la semana. No busco problemas e intento no molestar a nadie. Siempre he trabajado de camarero. He tenido algunas parejas, alquilaba mi piso, con mi coche, mis viajes. Pasé un año en la cárcel de Navalcarnero y al salir me he encontrado con esto. Ha sido un buen escarmiento” asegura.
Germán Jesús es venezolano. Estuvo una década en Perú, donde trabajó como tapicero y de chófer en Lima. Espera que le concedan el asilo humanitario. Los últimos tres meses ha dormido en un parque, sobre un banco. Se negó a marcharse a Ifema durante el estado de alarma. “Este invierno me refugié algunas noches en albergues de la campaña del frío. La gente tosía, había enfermos y estábamos hacinados en espacios muy pequeños. No puede ser que por un trozo de pan y una cama te estés jugando la vida. Tampoco soy un parásito –perdóneme la expresión-. Quiero un trabajo digno y creo que esto va a ser transitorio”, dice confiado.
Arturo también piensa que esta situación será pasajera: “Cuando llegas a este punto te das cuenta de lo que realmente importa. Lo primero es cuidarse, comer todos los días algo un poco equilibrado. Cuando no tienes un techo la casa se viene abajo. Afortunadamente no tengo cargas familiares y de vez en cuando hablo con mi madre, que es mi gran confidente y me desahogo mucho con ella. No tengo problemas de drogas ni de alcoholismo, estoy bien de la cabeza. Tengo que resolverlo yo solo y salir de esta”.
La consejería de Familia igualdad y bienestar social ha anunciado que realojará a unas 250 personas en apartamentos con asistencia social y que construirá dos centros de día para personas sin hogar. También va a poner en marcha el plan No Second Night, que en la primera fase irá destinado a las mujeres que se han quedado sin un lugar en el que vivir.
“Si esto es duro para un hombre, imagina para una mujer. No deben estar en la calle. Las violan, prostituyen, sufren malos tratos. Muchas tienen problemas psiquiátricos y se aprovechan de ellas. Eso no se puede permitir, ni que los niños se queden sin casa”, señala Arturo mientras cruza la calle y se sienta en un banco a la sombra para comer.