La belleza tiene su precio. Y en el caso del Albaícín y el Sacromonte granadinos ir obnubilado conduciendo por sus calles recoletas puede terminar en bochorno. En la tonta situación de encajar el vehículo entre dos paredes, enfrentado a una dura realidad descrita con gracejo granadino por una de sus vecinas: “ni palante, ni patrás".
Así quedan muchos coches conducidos por turistas. Los navegadores continúan indicando rutas que a veces obligan al paso por calzadas de apenas metro y medio de ancho. Las señales verticales colocadas por el ayuntamiento lo advierten, pero arrobarse con los encantos del barrio suele distraer de las utilidades de señalética y así, pasa lo que pasa.